Poemas de Fernando Pessoa
A veces parece que despierto
Autopsicografía
Como el amante, que se desespera
Cuando me miro no me percibo
Cuando pienso que el verso más extraño
Cuando siento, el sentido ya es sentido
El mundo es un tapiz de sombra y sueño
El poeta es un fingidor
Iniciación
Llueve en silencio
Los jugadores de ajedrez
Mi amor, no yo, mi amor es egoísta
No nos alegra tanto la alegría
No quiero rosas, con tal que haya rosas
Oscuro espacio, que en la noche abierta
Prefiero rosas, amor mío, a la patria
Presagio
Señor, serenas son
Sosiégate, corazón
Ven a sentarte conmigo, Lidia
A veces parece que despierto
A veces parece que despierto
y me pregunto por lo que viví;
fui claro, fui real, es cierto,
¿pero cómo he llegado hasta aquí?
La borrachera a veces da
una asombrosa lucidez
en que uno está como si fuera otro.
Estuve ebrio sin beber, tal vez.
De lo cual, si pienso, el mundo
¿no estará quizás hecho de gente
llena en el fondo de esta esencia
de existir clara y ebriamente?
Entiendo como en un carrusel,
giro a mi alrededor sin hallarme...
(voy a escribir esto en un papel
para que no me crea nadie...)
Autopsicografía
El poeta es un fingidor.
finge tan completamente
que hasta finge que es dolor
el dolor que de veras siente.
Y quienes leen lo que escribe,
sienten, en el dolor leído,
no los dos que el poeta vive
sino aquél que no han tenido.
Y así va por su camino,
distrayendo a la razón,
ese tren sin real destino
que se llama corazón.
Como el amante, que se desespera
Como el amante, que se desespera
con la idea de amar sin ser amado,
dudando siempre de lo que quisiera
saber, o no saber, o haber dudado;
así miro este verso mío, y siento
la angustia del que ignora las razones
de su valor: no sé qué fundamento
podrá tener en otros corazones.
Y como –navegando a la deriva–
busca pruebas de amor aquel que ama,
y rehúye –buscándolo– el abismo
que le ofrece la prueba decisiva;
así vivo, en el sueño de la fama,
pensando en lo que piensan de mí mismo.
Cuando me miro no me percibo
Cuando me miro no me percibo.
Tengo tanto la manía de sentir
que me extravío a veces al salir
de las propias sensaciones que recibo.
El aire que respiro, este licor que bebo
pertenecen a mi modo de existir,
y nunca sé como he de concluir
las sensaciones que a mi pesar concibo.
Ni nunca, propiamente, reparé
si en verdad siento lo que siento. Yo
¿seré tal cual como me parezco? ¿Seré
tal cual como me juzgo verdaderamente?
También ante las sensaciones soy un poco ateo,
ni sé bien si soy yo quien en mí siente.
Cuando pienso que el verso más extraño
Cuando pienso que el verso más extraño
tendrá más Vida que mi vida entera,
y me verán mejor en ese engaño
que mirando en mi alma verdadera;
y cuando sé que existirán mañana
fieles lectores de mi poesía,
pero con una idea tan lejana,
que nada rima con el alma mía;
una furia terrible, ante el fracaso
de un mundo así, me ahoga y me condena
a las noches de horror y desvarío
donde sigo esta angustia paso a paso;
hasta que no soy más que rabia y pena,
y no hay palabras ya para mi hastío.
Cuando siento, el sentido ya es sentido
Cuando siento, el sentido ya es sentido
–antes que sea mío, o en mí esté–.
Antes que yo –al oír–, oye el Oído.
Al ver, antes un Ver abstracto ve.
Alma y Yo soy en todo lo que toco:
Alma, en lo que común a todos siento;
y Yo, en la carcajada que provoco
cuando digo que es mío el sentimiento.
Lo demás es saber que no se sabe,
pensamiento confuso, que pretende
mucho explicarnos, pero nada aclara;
como quien logra descifrar la clave
de un mensaje secreto, y no lo entiende,
porque está escrito en una lengua rara.
El mundo es un tapiz de sombra y sueño
El mundo es un tapiz de sombra y sueño,
y hay sólo una verdad en su mentira:
el que mira una luz en su diseño
no la conoce mientras más la mira.
Y es un espejo que, de cada cosa,
nos muestra un solo lado, y que nos miente;
pues la rosa que vemos no es la rosa,
y el espacio que ocupa es diferente.
El pensamiento nubla la esperanza
de encontrar una luz en la extrañeza
que habita en el pensar. Lo que tenemos
palabras son: saber, verdad, mudanza.
El mundo es falso; pero ¿qué es certeza?
Y sabemos que nunca lo sabremos.
El poeta es un fingidor
El poeta es un fingidor.
Finge tan completamente
que hasta finge que es dolor
el dolor que de veras siente.
Y quienes leen lo que escribe,
sienten, en el dolor leído,
no los dos que el poeta vive
sino aquél que no han tenido.
Y así va por su camino,
distrayendo a la razón,
ese tren sin real destino
que se llama corazón.
Iniciación
No duermes bajo los cipreses,
pues no hay sueño en el mundo.
El cuerpo es la sombra de los vestidos
que cubren tu ser profundo.
Viene la noche, que es la muerte,
y la sombra acabó sin ser.
Vas en la noche sólo silueta,
igual a ti sin querer.
Mas en la Posada del Asombro
te arrancan los Ángeles la capa:
sigues sin capa en el hombro,
con lo poco que te tapa.
Entonces Arcángeles del Camino
te desvisten y te dejan desnudo.
No tienes ropas, no tienes nada:
tienes sólo tu cuerpo, que eres tú.
por fin, en la profunda caverna,
los Dioses te desvisten más.
Tu cuerpo cesa, alma externa,
mas ves que son tus iguales.
La sombra de tus vestidos
quedo entre nosotros en Ia Suerte.
No estás muerto, entre cipreses.
Neófito, no hay muerte.
Llueve en silencio
Llueve en silencio, que esta lluvia es muda
y no hace ruido sino con sosiego.
El cielo duerme. Cuando el alma es viuda
de algo que ignora, el sentimiento es ciego.
Llueve. De mí (de este que soy) reniego...
Tan dulce es esta lluvia de escuchar
(no parece de nubes) que parece
que no es lluvia, mas sólo un susurrar
que a sí mismo se olvida cuando crece.
Llueve. Nada apetece...
No pasa el viento, cielo no hay que sienta.
Llueve lejana e indistintamente,
como una cosa cierta que nos mienta,
como un deseo grande que nos miente.
Llueve. Nada en mí siente...
Los jugadores de ajedrez
Oí contar que otrora, cuando en Persia
hubo no sé qué guerra,
en tanto la invasión ardía en la Ciudad
y las hembras gritaban,
dos jugadores de ajedrez jugaban
su incesante partida.
A la sombra de amplio árbol fijos los ojos
en el tablero antiguo,
y, al lado de cada uno, esperando sus
momentos más holgados,
cuando había movido la pieza, y ahora
aguardaba al contrario,
una jarra con vino refrescaba
su sobria sed.
Ardían casas, saqueadas eran
las arcas y paredes,
violadas, las mujeres eran puestas
contra muros caídos,
traspasadas por lanzas, las criaturas
eran sangre en las calles...
Mas donde estaban, cerca de la urbe
y lejos de su ruido,
los jugadores de ajedrez jugaban
el juego de ajedrez.
Aunque en los mensajes del yermo viento
les llegasen los gritos,
y, al meditar, supiesen desde el alma
que en verdad las mujeres
y las tiernas hijas violadas eran
en esa distancia próxima,
aunque en el momento en que lo pensaban,
una sombra ligera
les cruzase la frente ajena y vaga,
pronto sus ojos calmos
volvían su atenta confianza
al tablero viejo.
Cuando el rey de marfil está en peligro,
¿que importa la carne y el hueso
de las hermanas, de las madres y de los niños?
Cuando la torre no cubre
la retirada de la reina blanca,
poco importa el saqueo,
y cuando la mano confiada da jaque
al rey del adversario,
poco ha de pesarnos el que allá lejos
estén muriendo hijos.
Aunque, de pronto, sobre el muro
surja el sañudo rostro
de un guerrero invasor que en breve deba
caer allí envuelto en sangre,
el jugador solemne de ajedrez
el momento anterior
(anda aún calculando la jugada
que hará horas después)
sigue aún entregado al juego predilecto
de los grandes indiferentes.
Caigan ciudades, sufran pueblos, cesen
la libertad, la vida,
los protegidos y heredados bienes
ardan y sean desvalijados,
mas cuando la guerra las partidas interrumpa,
esté el rey sin jaque,
y el de marfil peón más avanzado
amenazando torre.
Mis hermanos en amor a Epicuro
y en entenderlo más
de acuerdo con nosotros mismos que con él
en la historia aprendamos
de esos calmos jugadores de ajedrez
cómo pasa la vida.
Todo lo serio poco nos importe
lo grave poco pese,
que el natural impulso del instinto
ceda al inútil gozo
(a la sombra tranquila de los árboles)
de hacer buena partida.
Lo que llevamos de esta vida inútil
tanto vale si es
gloria, fama, amor, ciencia, vida,
como si es tan sólo
el recuerdo de un certamen ganado
a un jugador mejor.
La gloria pesa cual copioso fardo,
la fama como fiebre,
el amor cansa porque va en serio y procura,
la ciencia nunca encuentra,
la vida pasa y duele, pues lo sabe...
La partida de ajedrez
prende el alma toda, aunque, perdida, poco
pesa, pues no es nada.
¡Ah! bajo las sombras que sin querer nos aman,
con un jarro de vino
al lado, y atentos sólo a la inútil tarea
de jugar al ajedrez
aunque esta partida sea tan sólo un sueño
y no haya compañero,
imitemos a los persas de la historia,
y, mientras allá fuera,
cerca o lejos, la guerra y la patria y la vida
nos llaman, dejemos
que en vano nos llamen, cada uno de nosotros
bajo sombras amigas
soñando, él los compañeros, y el ajedrez
su indiferencia.
Mi amor, no yo, mi amor es egoísta
Mi amor, no yo, mi amor es egoísta;
mi amor por ti se quiere más que a ti,
y más que a mí, razón de que él exista:
me quiere vivo por vivir en mí.
En un país de puentes, será el puente
más cierto y más real que los abismos;
si todo es Relación, más consistente
será el Amor que los amantes mismos.
Y me pongo a pensar, en consecuencia,
si no seremos más que lo Intangible
sólo Intervalos de la Realidad,
Huecos de Dios, Vacíos de la Esencia.
Si en el Pensar es esto concebible,
¿no lo será también en la Verdad?
No nos alegra tanto la alegría
No nos alegra tanto la alegría
que siga siendo alegre su añoranza,
ni la añoranza entristecer podría
la alegría que nunca más se alcanza.
Alegre es la alegría, y nos alegra,
o alegría pasada es solamente;
blanca alegría, pesadumbre negra:
¿se siente la alegría que se siente?
¡Vanas palabras! La alegría sabe
ser alegría, no razonamiento.
La mera reflexión nos asegura
un simple espejo, donde luz no cabe.
La mayor prueba para el pensamiento
no es pensar, es sentir esta amargura.
No quiero rosas, con tal que haya rosas
No quiero rosas, con tal que haya rosas.
Las quiero sólo cuando no las pueda haber.
¿Qué voy a hacer con las cosas
que cualquier mano puede coger?
No quiero la noche sino cuando la aurora
la hizo diluirse en oro y azul.
Lo que mi alma ignora
eso es lo que quiero poseer.
¿Para qué?... Si lo supiese, no haría
versos para decir que aún no lo sé.
Tengo el alma pobre y fría...
Ah, ¿con qué limosna la calentaré?...
Oscuro espacio, que en la noche abierta
Oscuro espacio, que en la noche abierta,
como un solo misterio se derrite;
estrella errante, cuya luz incierta
rubrica ese misterio y lo repite;
ríos de tiempo, donde fluye vida;
silencio azul, vacío hasta de nada;
laberinto del alma, sin salida,
donde la clave se quedó olvidada:
cuando miro estas cosas, y me miro,
soñador de estos sueños, que no entiendo,
portador de una carne que no piensa,
plantado aquí, en el aire en que deliro,
la oración de mi asombro se va hundiendo
en la absoluta soledad inmensa.
Prefiero rosas, amor mío, a la patria
Prefiero rosas, amor mío, a la patria,
y antes amo magnolias
que a la gloria y la virtud.
Siempre que la vida no me canse, dejo
que la vida por mí pase
siempre que yo sea el mismo.
Qué importa al que ya nada importa
que uno pierda y otro venza,
si la aurora raya siempre,
¿si cada año con la Primavera
las hojas aparecen
y con el otoño cesan?
¿Y lo demás, las otras cosas que los humanos
acrecientan a la vida,
me aumentan en el alma?
Nada, salvo el deseo de indiferencia
y la confianza blanda
en la hora fugitiva.
Presagio
El amor, cuando se revela,
no se sabe revelar.
Sabe bien mirarla a ella,
pero no le sabe hablar.
Quien quiere decir lo que siente,
no sabe qué va a declarar.
Habla: parece que miente.
Calla: parece olvidar.
¡Ah, mas si ella adivinase,
si pudiese oír o mirar,
y si un mirar le bastase
para saber que amándola están!
¡Mas quien siente mucho, calla;
quien quiere decir cuanto siente
queda sin alma ni habla,
queda sólo enteramente!
Mas si esto contarle pudiere,
lo que no me atrevo a contarle,
ya no tuviere que hablarle
porque hablándole estuviere...
Señor, serenas son
Señor, serenas son
todas las horas
que derrochamos, si en
malgastarlas,
como en un jarrón,
colocamos flores.
No hay tristezas
ni alegrías tampoco
en nuestra vida.
Luego déjanos aprender,
irreflexivamente sabios,
a no vivirla.
Sino a dejarla flotar,
tranquila, serena,
permitiendo que los niños
sean nuestros profesores
y que nuestros ojos sean
colmados por la Naturaleza.
A la orilla de la corriente,
al borde, de la carretera,
cae erguida
siempre en el mismo
respiro de luz
de estar vivos.
El tiempo pasa,
no nos dice nada.
Crecemos envejecidos.
Déjanos aprender, como si
irónicamente,
nos observara partir.
Es inútil mientras
hacemos un gesto.
No hay resistencia
al dios cruel
devorador sempiterno
de sus hijos.
Permítenos recoger las flores,
permítenos humedecer
éstas nuestras manos
en los apacibles riachuelos,
de los cuales debemos aprender
a ser apacibles como ellos.
Los girasoles siempre
están mirando hacia el sol,
déjanos marchar de la vida
tranquilos, sin abrigar
siquiera el remordimiento
de haber vivido.
Sosiégate, corazón
¡Sosiégate, corazón! ¡No desesperes!
Tal vez un día más allá de los días
encuentres lo que quieres porque no lo quieres.
Entonces, libre de falsas nostalgias,
alcanzarás la perfección de ser.
¡Pero pobre sueño el que solo quiere no tenerlo!
¡Pobre esperanza la de existir tan solo!
Como quien se pasa la mano por el cabello
y en sí mismo se siente diferente,
¡ah, cuánto mal hace al sueño el concebirlo!
¡Sosiégate, sin embargo, corazón! ¡Duerme!
El sosiego no quiere razón ni causa.
Sólo quiere la noche plácida y enorme,
la grande, universal, solemne pausa
antes de que todo se transforme en todo.
Ven a sentarte conmigo, Lidia
Ven a sentarte conmigo, Lidia
a la orilla del río.
Con sosiego miremos su curso
y aprendamos que la vida pasa,
y no estamos cogidos de la mano.
(Enlacemos las manos.)
Pensemos después, niños adultos,
que la vida pasa y no se queda,
nada deja y nunca regresa,
va hacia un mar muy lejano,
hacia el pie del Hado,
más lejos que los dioses.
Desenlacemos las manos,
que no vale la pena cansarnos.
Ya gocemos, ya no gocemos,
pasamos como el río.
Más vale que sepamos pasar
silenciosamente y sin desasosiegos.
Sin amores, ni odios, ni pasiones
que levanten la voz,
ni envidias que hagan a los ojos
moverse demasiado,
ni cuidados, porque si los tuviese
el río también correría,
y siempre acabaría en el mar.
Amémonos tranquilamente,
pensando que podríamos,
si quisiéramos,
cambiar besos y abrazos y caricias,
mas que más vale estar sentados
el uno junto al otro
oyendo correr al río y viéndolo.
Cojamos flores, cógelas tú y déjalas
en tu regazo, y que su perfume suavice
este momento en que sosegadamente
no creemos en nada,
paganos inocentes de la decadencia.
Por lo menos, si yo fuera sombra antes,
te acordarás de mí
sin que mi recuerdo te queme
o te hiera o te mueva,
porque nunca enlazamos las manos,
ni nos besamos
ni fuimos más que niños.
Y si antes que yo llevases el óbolo
al barquero sombrío,
no sufriré cuando de ti me acuerde,
a mi memoria has de ser suave
recordándote así, a la orilla del río,
pagana triste y con flores en el regazo.
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