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(La Habana, 1863 - La Habana, 1893)

 

 

Poemas de Julián del Casal


A LA CASTIDAD

A LA PRIMAVERA

A LOS ESTUDIANTES

A MI MADRE

A UN AMIGO

A UN CRÍTICO

A UN DICTADOR

A UN HÉROE

AL JUEZ SUPREMO

AL MISMO

ANTE EL RETRATO DE JUANA SAMARY

CAMAFEO

COQUETERÍA

CREPUSCULAR

DIA DE FIESTA

EL ANHELO DE UNA ROSA

ELENA

EN EL CAMPO

EN EL MAR

EN UN HOSPITAL

FLOR DE CIENO

GALATEA

HÉRCULES Y LAS ESTINFÁLIDES

INQUIETUD

LA APARICIÓN

LAS HORAS

MI ENSUEÑO

MIS AMORES

PAISAJE DE VERANO

PAISAJE DEL TRÓPICO

PAISAJE ESPIRITUAL

PAX ANIMAE

RUEGO

SALOMÉ

TARDES DE LLUVIA

TRAS UNA ENFERMEDAD

TRISTISSIMA NOX

UN TORERO

UNA MAJA

UNA MONJA





A LA CASTIDAD

Yo no amo la Mujer, porque en su seno
Dura el amor lo que en la rama el fruto,
Y mi alma vistió de eterno luto
Y en mi cuerpo infiltró mortal veneno.

Ni con voz de ángel o lenguaje obsceno
Logra en mí enardecer al torpe bruto
Que si le rinde varonil tributo
Agoniza al instante de odio lleno.

¡Oh blanca Castidad! Sé el ígneo faro
Que guíe el paso de mi planta inquieta
A través del erial de las pasiones,

Y otórgame en mi horrendo desamparo,
Con los dulces ensueños del poeta
La calma de los puros corazones.





A LA PRIMAVERA

Rasgando las neblinas del Invierno
Como velo sutil de níveo encaje,
Apareces envuelta en el ropaje
Donde fulgura tu verdor eterno.

El cielo se colora de azul tierno,
De rojo el Sol, de nácar el celaje,
Y hasta el postrer retoño del boscaje
Toma también tu verde sempiterno.

¡Cuán triste me parece tu llegada!
¡Qué insípidos tus dones conocidos!
¡Cómo al verte el hastío me consume!

Muere al fin, creadora ya agotada,
O brinda algo de nuevo a los sentidos...
¡Ya un color, ya un sonido, ya un perfume!





A LOS ESTUDIANTES

Víctimas de cruenta alevosía,
Doblasteis en la tierra vuestras frentes,
Como en los campos llenos de simientes
Palmas que troncha tempestad bravía.

Aún vagan en la atmósfera sombría
Vuestros últimos gritos inocentes,
Mezclados a los golpes estridentes
Del látigo que suena todavía.

¡Dormid en paz los sueños postrimeros
En el seno profundo de la nada,
Que nadie ha de venir a perturbaros;

Los que ayer no supieron defenderos
Sólo pueden, con alma resignada,
Soportar la vergüenza de lloraros!





A MI MADRE

No fuiste una mujer, sino una santa
que murió de dar vida a un desdichado,
pues salí de tu seno delicado
como sale una espina de una planta.

Hoy que tu dulce imagen se levanta
del fondo de mi lóbrego pasado,
el llanto está a mis ojos asomado,
los sollozos comprimen mi garganta,

y aunque yazgas trocada en polvo yerto,
sin ofrecerme bienhechor arrimo,
como quiera que estés siempre te adoro,

porque me dice el corazón que has muerto
por no oírme gemir, como ahora gimo,
por no verme llorar, como ahora lloro.





A UN AMIGO

(Enviándole los versos de Leopardi)

¿Eres dichoso? Si tu pecho guarda
Alguna fibra sana todavía,
Reserva el don que mi amistad te envía,
¡El tiempo de apreciarlo nunca tarda!

Mas si cruel destino te acobarda
Y tu espíritu, hundido en la agonía,
Divorciarse del cuerpo sólo ansía
Porque ya nada de la vida aguarda,

Abre ese libro de inmortales hojas,
Donde el genio más triste de la Tierra
—Águila que vivió presa en el lodo—

Te enseñará, rimando sus congojas,
Todo lo grande que el dolor encierra
Y la infinita vanidad de todo.





A UN CRÍTICO

Yo sé que nunca llegaré a la cima
donde abraza el artista a la Quimera
que dotó de hermosura duradera
en la tela, en el mármol o en la rima;

Yo sé que el soplo extraño que me anima
es un soplo de fuerza pasajera,
y que el Olvido, el día que yo muera,
abrirá para mí su oscura sima.

Mas sin que sienta de vivir antojos
sin que nada mi ambición despierte,
tranquilo iré a dormir con los pequeños,

Si veo fulgurar ante mis ojos,
hasta el instante mismo de la muerte,
las visiones doradas de mis sueños.





A UN DICTADOR

Noble y altivo, generoso y bueno
Apareciste en tu nativa tierra,
Como sobre la nieve de alta sierra
De claro día el resplandor sereno.

Torpe ambición emponzoñó tu seno
Y, en el bridón siniestro de la guerra,
Trocaste el suelo que tu polvo encierra
En abismo de llanto, sangre y cieno.

Mas si hoy execra tu memoria el hombre,
No del futuro en la extensión remota
Tus manes han de ser escarnecidos;

Porque tuviste, paladín sin nombre,
En la hora cruel de la derrota,
El supremo valor de los vencidos.





A UN HÉROE

Como galeón de izadas banderolas
que arrastra de la mar por los eriales
su vientre hinchado de oro y de corales,
con rumbo hacia las playas españolas,

y, al arrojar el áncora en las olas
del puerto ansiado, ve plagas mortales
despoblar los vetustos arrabales
vacío el muelle y las orillas solas;

así al tornar de costas extranjeras,
cargado de magnánimas quimeras,
a enardecer tus compañeros bravos,

hallas sólo que luchan sin decoro
espíritus famélicos de oro
imperando entre míseros esclavos.





AL JUEZ SUPREMO

No arrancó la Ambición las quejas hondas
Ni el Orgullo inspiró los anatemas
Que atraviesan mis mórbidos poemas
Cual aves negras entre espigas blondas.

Aunque la Dicha terrenal me escondas
No a la voz de mis súplicas le temas,
Que ni lauros, ni honores, ni diademas
Turban de mi alma las dormidas ondas.

Si algún día mi férvida plegaria,
¡Oh, Dios mío!, en blasfemia convertida
Vuela a herir tus oídos paternales,

Es que no siente mi alma solitaria,
En medio de la estepa de la vida,
El calor de las almas fraternales.





AL MISMO

(Enviándole mi retrato)

No busques tras el mármol de mi frente
Del Ideal la esplendorosa llama
Que hacia el templo marmóreo de la Fama
Encaminó mi paso adolescente;

Ni tras el rojo labio sonriente
La paz del corazón de quien te ama,
Que entre el verdor de la florida rama
Ocúltase la pérfida serpiente.

Despójate de vanas ilusiones,
Clava en mi rostro tu mirada fría
Como su pico el pájaro en el fruto,

Y sólo encontrarás en mis facciones
La indiferencia del que nada ansía
O la fatiga corporal del bruto.





ANTE EL RETRATO DE JUANA SAMARY

Nunca te conocí, mas yo te he amado
Y, en mis horas amargas de tristeza,
Tu imagen ideal he contemplado
Extasiándome siempre en su belleza.

Aunque en ella mostrabas la alegría
Que reta a los rigores de la suerte,
Detrás de tus miradas yo advertía
El terror invencible de la muerte.

Y no te amé por la sonrisa vana
Con que allí tu tristeza se reviste;
Te amé, porque en ti hallaba un alma hermana,
Alegre en lo exterior y dentro triste.

Hoy ya no atraes las miradas mías
Ni mi doliente corazón alegras,
En medio del cansancio de mis días
O la tristeza de mis noches negras;

Porque al saber que de tu cuerpo yerto
Oculta ya la tierra tus despojos,
Siento que algo de mí también ha muerto
Y se llenan de lágrimas mis ojos.

¡Feliz tú que emprendiste el raudo vuelo
Hacia el bello país desconocido
Donde esparce su aroma el asfodelo
Y murmura la fuente del olvido!

Igual suerte en el mundo hemos probado,
Mas ya contra ella mi dolor no clama:
Si tú nunca sabrás que yo te he amado
Tal vez yo ignore siempre quién me ama.





CAMAFEO

¿Quién no le rinde culto a tu hermosura
Y ante ella de placer no se enajena,
Si hay en tu busto líneas de escultura
Y hay en tu voz acentos de sirena?

Dentro de tus pupilas centelleantes,
Adonde nunca se asomó un reproche,
Llevas el resplandor de los diamantes
Y la sombra profunda de la noche.

Hecha ha sido tu boca purpurina
Con la sangre encendida de la fresa,
Y tu faz con blancuras de neblina
Donde quedó la luz del sol impresa.

Bajo el claro fulgor de tu mirada
Como rayo de sol sobre la onda,
Vaga siempre en tu boca perfumada
La sonrisa inmortal de la Gioconda.

Desciende en negros rizos tu cabello
Lo mismo que las ondas de un torrente,
Por las líneas fugaces de tu cuello
Y el jaspe sonrosado de tu frente.

Presume el corazón que te idolatra
Como a una diosa de la antigua Grecia,
Que tienes la belleza de Cleopatra
Y la virtud heroica de Lucrecia.

Mas no te amo. Tu hermosura encierra
Tan sólo para mí focos de hastío...
¿Podrá haber en los lindes de la tierra
Un corazón tan muerto como el mío?





COQUETERÍA

En el verde jardín del monasterio,
Donde los nardos crecen con las lilas,
Pasea la novicia sus pupilas
Como princesa por su vasto imperio.

Deleitan su sagrado cautiverio
Los chorros de agua en las marmóreas pilas,
El lejano vibrar de las esquilas
Y las místicas notas del salterio.

Sus rizos peina el aura del verano,
Mas la doncella al contemplarlos llora
E, internada en el bosque de cipreses,

Piensa que ha de troncharlos firme mano
Como la hoz de ruda segadora
Las espigas doradas de las mieses.





CREPUSCULAR

Como vientre rajado sangra el ocaso,
manchando con sus chorros de sangre humeante
de la celeste bóveda el azul raso,
de la mar estañada la onda espejeante.

Alzan sus moles húmedas los arrecifes
donde el chirrido agudo de las gaviotas,
mezclado a los crujidos de los esquifes,
agujerea el aire de extrañas notas.

Va la sombra extendiendo sus pabellones,
rodea el horizonte cinta de plata,
y, dejando las brumas hechas jirones,
parece cada faro flor escarlata.

Como ramos que ornaron senos de ondinas
y que surgen nadando de infecto lodo,
vagan sobre las ondas algas marinas
impregnadas de espumas, salitre y yodo.

Ábrense las estrellas como pupilas,
imitan los celajes negruzcas focas
y, extinguiendo las voces de las esquilas,
pasa el viento ladrando sobre las rocas.





DIA DE FIESTA

Un cielo gris. Morados estandartes
con escudos de oro; vibraciones
de alta campanas; báquicas canciones;
palmas verdes ondeando en todas partes;

banderas tremolando en los baluartes;
figuras femeninas en balcones;
estampido cercano de cañones;
gentes que lucran por diversas artes.

Mas ¡ay! mientras la turba se divierte
y se agita en ruidoso movimiento
como una mar de embravecidas olas,

circula por mi ser frío de muerte
y en lo interior del alma sólo siento
ansia infinita de llorar a solas.





EL ANHELO DE UNA ROSA

A Manuel de la Cruz

Yo era la rosa que en el prado ameno,
abrí mi cáliz de encendida grana,
donde vertió sus perlas la mañana,
como en un cofre de perfumes lleno.

Del lago azul en el cristal sereno
vi mi corola retratarse ufana,
como ante fina luna veneciana
ve una hermosura su marmóreo seno.

Teniendo que morir, porque el destino
hizo que breve mi existencia fuera,
arrojándome al polvo del camino;

anhelo estar en mi hora postrimera,
prendida en algún seno alabastrino
o en los rizos de obscura cabellera.





ELENA

Luz fosfórica entreabre claras brechas
en la celeste inmensidad, y alumbra
del foso en la fatídica penumbra
cuerpos hendidos por doradas flechas.

Cual humo frío de homicidas mechas
en la atmósfera densa se vislumbra
vapor disuelto que la brisa encumbra
a las torres de Ilión, escombros hechas.

Envuelta en veste de opalina gasa,
recamada de oro, desde el monte
de ruinas hacinadas en el llano,

indiferente a lo que en torno pasa,
mira Elena hacia el lívido horizonte,
irguiendo un lirio en la rosada mano.





EN EL CAMPO

Tengo el impuro amor de las ciudades,
y a este sol que ilumina las edades
prefiero yo del gas las claridades.

A mis sentidos lánguidos arroba,
más que el olor de un bosque de caoba,
el ambiente enfermizo de una alcoba.

Mucho más que las selvas tropicales,
plácenme los sombríos arrabales
que encierran las vetustas capitales.

A la flor que se abre en el sendero,
como si fuese terrenal lucero,
olvido por la flor de invernadero.

Más que la voz del pájaro en la cima
de un árbol todo en flor, a mi alma anima
la música armoniosa de una rima.

Nunca a mi corazón tanto enamora
el rostro virginal de una pastora
como un rostro de regia pecadora.

Al oro de las mies en primavera,
yo siempre en mi capricho prefiriera
el oro de teñida cabellera.

No cambiara sedosas muselinas
por los velos de nítidas neblinas
que la mañana prende en las colinas.

Más que al raudal que baja de la cumbre,
quiero oír a la humana muchedumbre
gimiendo en su perpetua servidumbre.

El rocío que brilla en la montaña
no ha podido decir a mi alma extraña
lo que el llanto al bañar una pestaña.

Y el fulgor de los astros rutilantes
no trueco por los vívidos cambiantes
del ópalo la perla o los diamantes.





EN EL MAR

Abierta al viento la turgente vela
y las rojas banderas desplegadas,
cruza el barco las ondas azuladas,
dejando atrás fosforescente estela.

El sol, como lumínica rodela,
aparece entre nubes nacaradas,
y el pez, bajo las ondas sosegadas,
como flecha de plata raudo vuela.

¿Volveré? ¡Quién lo sabe! Me acompaña
por el largo sendero recorrido
la muda soledad del frío polo.

¿Qué me importa vivir en tierra extraña
o en la patria infeliz en que he nacido
si en cualquier parte he de encontrarme solo?





EN UN HOSPITAL

Tabernáculo abierto de dolores
Que ansía echar el mundo de su seno,
Como la nube al estruendoso trueno
Que la puebla de lóbregos rumores;

Plácenme tus sombríos corredores
Con su ambiente impregnado del veneno
Que dilatan en su ámbito sereno
Los males de tus tristes moradores.

Hoy que el dolor mi juventud agosta
Y que mi enfermo espíritu intranquilo
Ve su ensueño trocarse en hojarasca,

Pienso que tú serás la firme costa
Donde podré encontrar seguro asilo
En la hora fatal de la borrasca.





FLOR DE CIENO

Yo soy como una choza solitaria
que el viento huracanado desmorona
y en cuyas piedras húmedas entona
hosco búho su endecha funeraria.

Por fuera sólo es urna cineraria
sin inscripción, ni fecha, ni corona;
mas dentro, donde el cieno se amontona,
abre sus hojas fresca pasionaria.

Huyen los hombres al oír el canto
del búho que en la atmósfera se pierde,
y, sin que sepan reprimir su espanto,

no ven que, como planta siempre verde,
entre el negro raudal de mi amargura
guarda mi corazón su esencia pura.





GALATEA

En el seno radioso de su gruta,
alfombrada de anémonas marinas,
verdes algas y ramas coralinas,
Galatea, del sueño el bien disfruta.

Desde la orilla de dorada ruta
donde baten las ondas cristalinas,
salpicando de espumas diamantinas
el pico negro de la roca bruta,

Polifemo, extasiado ante el desnudo
cuerpo gentil de la dormida diosa,
olvida su fiereza, el vigor pierde,

y mientras permanece, absorto y mudo,
mirando aquella piel color de rosa,
incendia la lujuria su ojo verde.





HÉRCULES Y LAS ESTINFÁLIDES

Rosada claridad de luz febea
Baña el cielo de Arcadia. Entre gigantes
Rocas negras de picos fulgurantes,
El dormido Estinfalo centellea.

Desde abrupto peñasco que azulea,
Hércules, con miradas fulminantes,
El níveo casco de álamos humeantes
Y la piel del león de la Nemea,

Apoya el arco en el robusto pecho,
Y las candentes flechas desprendidas
Rápidas vuelan a las verdes frondas,

Hasta que mira en su viril despecho
Caer las Estinfálides heridas,
Goteando sangre en las plateadas ondas.





INQUIETUD

Miseria helada, eclipse de ideales,
De morir joven triste certidumbre,
Cadenas de oprobiosa servidumbre,
Hedor de las tinieblas sepulcrales.

Centelleo de vívidos puñales
Blandidos por ignara muchedumbre,
Para arrojarnos desde altiva cumbre
Hasta el fondo de infectos lodazales;

Ante nada mi paso retrocede,
Pero aunque todo riesgo desafío,
Nada mi corazón perturba tanto,

Como pensar que un día darme puede
Todo lo que hoy me encanta, amargo hastío,
Todo lo que hoy me hastía, dulce encanto.





LA APARICIÓN

Nube fragante y cálida tamiza
el fulgor del palacio de granito,
ónix, pórfido y nácar. Infinito
deleite invade a Herodes. La rojiza

espada fulgurante inmoviliza
hierático el verdugo, y hondo grito
arroja Salomé frente al maldito
espectro que sus miembros paraliza.

Despójase del traje de brocado
y, quedando vestida en un momento,
de oro y perlas, zafiros y rubíes,

huye del Precursor decapitado
que esparce en el marmóreo pavimento
lluvia de sangre en gotas carmesíes.





LAS HORAS

¡Qué tristes son las horas! Cual rebaño
de ovejas que caminan por el cielo
entre el fragor horrísono del trueno,
y bajo un cielo de color de estaño.

Cruzan sombrías en tropel huraño,
de la insondable Eternidad al seno,
sin que me traigan ningún bien terreno,
ni siquiera el temor de un mal extraño.

Yo las siento pasar sin dejar huellas,
cual pasan por el cielo las estrellas,
y aunque siempre la última acobarda,

de no verla llegar ya desconfío,
y más me tarda cuanto más la ansío
y más la ansío cuanto más me tarda.





MI ENSUEÑO

Cuando la ardiente luz de la mañana
Tiñó de rojo el nebuloso cielo,
Quiso una alondra detener el vuelo
De mi alcoba sombría en la ventana.

Pero hallando cerrada la persiana
Fracasó en el cristal su ardiente anhelo
Y, herida por el golpe, cayó al suelo,
Adiós diciendo a su quimera vana.

Así mi ensueño, pájaro canoro
De níveas plumas y rosado pico,
Al querer en el mundo hallar cabida,

Encontró de lo real los muros de oro
Y deshecho, cual frágil abanico,
Cayó entre el fango inmundo de la vida.





MIS AMORES

Amo el bronce, el cristal, las porcelanas,
las vidrieras de múltiples colores,
los tapices pintados de oro y flores
y las brillantes lunas venecianas.

Amo también las bellas castellanas,
la canción de los viejos trovadores,
los árabes corceles voladores,
las flébiles baladas alemanas.

Pero amo mucho más, Rosa hechicera,
que escuchas mis cantares amorosos,
contemplar con miradas devorantes,

el oro de tu larga cabellera,
el rojo de tus labios temblorosos,
y el negro de tus ojos centelleantes.





PAISAJE DE VERANO

Polvo y moscas. Atmósfera plomiza
donde retumba el tabletear del trueno
y, como cisnes entre inmundo cieno,
nubes blancas en cielo de ceniza.

El mar sus ondas glaucas paraliza,
y el relámpago, encima de su seno,
del horizonte en el confín sereno
traza su rauda exhalación rojiza.

El árbol soñoliento cabecea,
honda calma se cierne largo instante,
hienden el aire rápidas gaviotas,

el rayo en el espacio centellea,
y sobre el dorso de la tierra humeante
baja la lluvia en crepitantes gotas.





PAISAJE DEL TRÓPICO

Polvo y moscas. Atmósfera plomiza
donde retumba el tabletear del trueno
y, como cisnes entre inmundo cieno,
nubes blancas en cielo de ceniza.

El mar sus hondas glaucas paraliza,
y el relámpago, encima de su seno,
del horizonte en el confín sereno
traza su rauda exhalación rojiza.

El árbol soñoliento cabecea,
honda calma se cierne largo instante,
hienden el aire rápidas gaviotas,

el rayo en el espacio centellea,
y sobre el dorso de la tierra humeante
baja la lluvia en crepitantes gotas.





PAISAJE ESPIRITUAL

Perdió mi corazón el entusiasmo
al penetrar en la mundana liza,
cual la chispa al caer en la ceniza
pierde el ardor en fugitivo espasmo.

Sumergido en estúpido marasmo
mi pensamiento atónito agoniza
o, al revivir, mis fuerzas paraliza
mostrándome en la acción un vil sarcasmo.

Y aunque no endulcen mi infernal tormento
ni la Pasión, ni el Arte, ni la Ciencia,
soporto los ultrajes de la suerte,

porque en mi alma desolada siento,
el hastío glacial de la existencia
y el horror infinito de la muerte.





PAX ANIMAE

No me habléis más de dichas terrenales
que no ansío gustar. Está ya muerto
mi corazón, y en su recinto abierto
sólo entrarán los cuervos sepulcrales.

Del pasado no llevo las señales
y a veces de que existo no estoy cierto,
porque es la vida para mí un desierto
poblado de figuras espectrales.

No veo más que un astro oscurecido
por brumas de crepúsculo lluvioso,
y, entre el silencio de sopor profundo,

tan sólo llega a percibir mi oído
algo extraño y confuso y misterioso
que me arrastra muy lejos de este mundo.





RUEGO

Déjame reposar en tu regazo
El corazón, donde se encuentra impreso
El cálido perfume de tu beso
Y la presión de tu primer abrazo.

Caí del mal en el potente lazo,
Pero a tu lado en libertad regreso,
Como retorna un día el cisne preso
Al blando nido del natal ribazo.

Quiero en ti recobrar perdida calma
Y rendirme en tus labios carmesíes,
O al extasiarme en tus pupilas bellas,

Sentir en las tinieblas de mi alma
Como vago perfume de alelíes,
Como cercana irradiación de estrellas.





SALOMÉ

En el palacio hebreo, donde el suave
humo fragante por el sol deshecho,
sube a perderse en el calado techo
o se dilata en la anchurosa nave,

está el Tetrarca de mirada grave,
barba canosa y extenuado pecho,
sobre el trono, hierático y derecho,
como adormido por canciones de ave.

Delante de él, con veste de brocado
estrellada de ardiente pedrería,
al dulce son del bandolín sonoro,

Salomé baila y, en la diestra alzado,
muestra siempre, radiante de alegría,
un loto blanco de pistilos de oro.





TARDES DE LLUVIA

Bate la lluvia la vidriera
y las rejas de los balcones,
donde tupida enredadera
cuelga sus floridos festones.

Bajo las hojas de los álamos
que estremecen los vientos frescos,
piar se escucha entre sus tálamos
a los gorriones picarescos.

Abrillántase los laureles,
y en la arena de los jardines
sangran corolas de claveles,
nievan pétalos de jazmines.

Al último fulgor del día
que aún el espacio gris clarea,
abre su botón la peonía,
cierra su cáliz la ninfea.

Cual los esquifes en la rada
y reprimiendo sus arranques,
duermen los cisnes en bandada
a la margen de los estanques.

Parpadean las rojas llamas
de los faroles encendidos,
y se difunden por las ramas
acres olores de los nidos.

Lejos convoca la campana,
dando sus toques funerales,
a que levante el alma humana
las oraciones vesperales.

Todo parece que agoniza
y que se envuelve lo creado
en un sudario de ceniza
por la llovizna adiamantado.

Yo creo oír lejanas voces
que, surgiendo de lo infinito,
inícianme en extraños goces
fuera del mundo en que me agito.

Veo pupilas que en las brumas
dirígenme tiernas miradas,
como si de mis ansias sumas
ya se encontrasen apiadadas.

Y, a la muerte de estos crepúsculos,
siento, sumido en mortal calma,
vagos dolores en los músculos,
hondas tristezas en el alma.





TRAS UNA ENFERMEDAD

Ya la fiebre domada no consume
El ardor de la sangre de mis venas,
Ni el peso de sus cálidas cadenas
Mi cuerpo débil sobre el lecho entume.

Ahora que mi espíritu presume
Hallarse libre de mortales penas,
Y que podrá ascender por las serenas
Regiones de la luz y del perfume,

Haz, ¡oh, Dios!, que no vean ya mis ojos
La horrible Realidad que me contrista
Y que marche en la inmensa caravana,

O que la fiebre, con sus velos rojos,
Oculte para siempre ante mi vista
La desnudez de la miseria humana.





TRISTISSIMA NOX

Noche de soledad. Rumor confuso
hace el viento surgir de la arboleda,
donde su red de transparente seda
grisácea araña entre las hojas puso.

Del horizonte hasta el confín difuso
la onda marina sollozando rueda
y, con su forma insólita, remeda
tritón cansado ante el cerebro iluso.

Mientras del sueño bajo el firme amparo
todo yace dormido en la penumbra,
sólo mi pensamiento vela en calma,

como la llama de escondido faro
que con sus rayos fúlgidos alumbra
el vacío profundo de mi alma.





UN TORERO

Tez morena encendida por la navaja,
Pecho alzado de eunuco, talle que aprieta
Verde faja de seda, bajo chaqueta
Fulgurante de oro cual rica alhaja.

Como víbora negra que un muro baja
Y a mitad del camino se enrosca quieta,
Aparece en su nuca fina coleta
Trenzada por los dedos de amante maja.

Mientras aguarda oculto tras un escaño
Y cubierta la espada con rojo paño
Que, mugiendo, a la arena se lance el toro,

Sueña en trocar la plaza febricitante
En purpúreo torrente de sangre humeante
Donde quiebre el ocaso sus flechas de oro.





UNA MAJA

Muerden su pelo negro, sedoso y rizo
Los dientes nacarados de alta peineta
Y surge de sus dedos la castañeta
Cual mariposa negra de entre el granizo.

Pañolón de Manila, fondo pajizo,
Que a su talle ondulante firme sujeta,
Echa reflejos de ámbar, rosa y violeta,
Moldeando de sus carnes todo el hechizo.

Cual tímidas palomas por el follaje,
Asoman sus chapines bajo su traje
Hecho de blondas negras y verde raso,

Y al choque de las copas de manzanilla
Riman con los tacones la seguidilla,
Perfumes enervantes dejando al paso.





UNA MONJA

Muerden su pelo negro, sedoso y rizo,
los dientes nacarados de alta peineta
y surge de sus dedos la castañeta
cual mariposa negra de entre el granizo.

Pañolón de Manila, fondo pajizo,
que a su talle ondulante firme sujeta,
echa reflejos de ámbar, rosa y violeta
moldeando de sus carnes todo hechizo.

Cual tímidas palomas por el follaje,
asoman sus chapines bajo su traje
hecho de blondas negras y verde raso,

y al choque de las copas de manzanilla
riman con los tacones la seguidilla,
perfumes enervantes dejando el paso.

 

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