A la entrada victoriosa del general Ricardos en Coliuvre
A los serenísimos señores infantes
A Mariano de Arriaza
A Olimpia cantando
A unos amigos
Brindando a las damas
Brindando en un convite de bodas
Brindando por la última batalla
Católico monarca
Consejo a un militar
Constante Celia
El desconsuelo
El no
La crueldad de la muerte
La desesperación (Arriaza)
La flor temprana
La guarida del amor
La vida media
Las señas
Mis deseos (Arriaza)
Ofreciendo a una belleza
Sentimientos de la España
Soñaba yo
Tres años de proezas singulares
Venus burlada
Viendo a Su Majestad visitar la Imprenta Real
Virtudes militares más dignamente premiadas
A la entrada victoriosa del general Ricardos en Coliuvre
Pisa Ricardo la ciudad tomada
y entre el tropel de la vencida gente
Febo divino, Marte armipotente,
sale también a celebrar su entrada.
Febo le toma la invencible espada,
y con laurel eterno alegremente
ciñe y enjuga la gloriosa frente
de espeso polvo y de sudor bañada.
Contempla Marte al ademán bizarro,
y al ver que resplandece en su semblante
la gloria de Cortés y de Pizarro.
Alargole la diestra fulminante,
e hizo montar en su soberbio carro
al domador del Rosellón triunfante.
A los serenísimos señores infantes
No tanto de placer queda colmada
la ansiedad del cansado caminante,
cuando alzando los ojos ve delante
las torres de la villa deseada;
ni con júbilo igual ve recobrada
su libertad la tortolilla amante,
volando al dulce nido en el instante
que rota ve la pérfida lazada;
como al ver la bondad y gracia unida
de Carlos y Francisca, alegre aclama
la imprenta a su favor agradecida.
Las letras sirven bien a quien las ama:
tiempo vendrá en que paguen su venida
con la inmortalidad y con la fama.
A Mariano de Arriaza
Hoy se presenta a mi memoria triste
tu fin sangriento ¡oh malogrado hermano!
Con tanta pena, que la gloria en vano
tu cara imagen de laurel reviste.
«Viva mi patria, y muera yo» dijiste,
firme en el muro, y con espada en mano;
responde el trueno del cañón tirano,
y envuelto en sangre a su rigor cediste.
Consternación, pavor, silencio, y llama
siguió al desmayo de tu brazo fuerte,
y sobre tu sepulcro se derrama.
¡Ay! Que también en el morir hay suerte,
que el terror mismo enmudeció a la Fama,
y el mundo ignora tan gloriosa muerte.
A Olimpia cantando
Guarda, Olimpia, esa boca seductora,
que dulcemente canta y dulce ríe,
para aquel orgulloso que se engríe
de que ninguna gracia le enamora.
El ejemplo de un alma que te adora,
por mas que de tus ojos se desvíe,
hará que el más soberbio desconfíe
de no rendirse a la fatal cantora.
Yo el suave olor que de tus labios parte,
y aun el tacto evité de tus vestidos,
y los ojos cerré por no mirarte;
pero al sonar tu voz en mis oídos,
Olimpia, vi que para no adorarte,
es menester quedarse sin sentidos.
A unos amigos
Ceden del tiempo a la voraz corriente
recias pilastras y columnas duras,
las cúpulas rindiendo que seguras
se sustentaban en su excelsa frente.
Caduco desde el Líbano eminente
baja el añoso cedro a las llanuras,
ayer frondoso adorno en las alturas,
hoy triste cebo en el hogar ardiente.
Contra la destrucción tan poco abrigos
halló mi musa; que si busca ansiosa
versos que ya la esquivan enemigos,
sólo a ofrecer se atreve, afectuosa,
verdad, y no ilusión, a mis amigos;
caricias, no cantares, a mi esposa.
Brindando a las damas
Venus Divina, madre de placeres
baja de tu mansión afortunada,
pues miras esta mesa coronada
de la brillante flor de las mujeres.
baja gozosa y si dejar sintieres
el coro de quien eres festejada,
ninfa verás aquí más agraciada
que cuantas te acompañan en Citeres.
Y si de tu jardín entre las flores
al dejas y al amor dormidos
no los despiertes, ni su ausencia llores.
Baja, que aquí hallarás nuevos Cupidos
pues tienen estas damas mil amores
en sus hermosos ojos escondidos.
Brindando en un convite de bodas
Constante Celia, a quien la suerte en vano
contradijo un afecto generoso,
yo te aplaudo el placer de hacer dichoso
a quien se enlaza a tu preciosa mano.
Amor, que un tiempo te afligió tirano,
hoy te arrebata en carro victorioso,
y coronada de su mirlo hermoso
al tálamo nupcial te lleva ufano.
Al blando yugo allí rindes el cuello;
y, cediendo a la noche misteriosa,
te mira el sol en su último destello.
Con el cariño que una flor dichosa,
que hoy la deja botón cerrado y bello,
para verla mañana abierta rosa.
Brindando por la última batalla
Venid, ticianos, a ilustrar pinceles:
Fidias, llegad a eternizar metales:
prevenid plumas, cisnes inmortales
prodigad, Musas, cantos y laureles.
Seréis divinos cuando seáis más fieles
pintando, ya de Galia en los umbrales,
al Cid britano; y d pavor mortales
huyendo de él los bárbaros crueles.
Unid al cuadro en mágicos colores
la independencia hispana, y su alta gloria,
como hermanas gozándose entre flores.
Y si queréis más timbre a su memoria,
llamadle vencedor de vencedores,
y a su triunfo victoria de Vitoria.
Católico monarca
Católico monarca, que has vencido,
siendo escudo a la fe de tus mayores,
más que del fiero Marte los rigores,
las perfidias de un siglo corrompido.
Tú, que Fernando y español nacido,
colmaste nuestros votos y clamores,
doblando a sí la afrenta a los traidores
con dos títulos más de ser querido;
Hoy renueva, Señor, Madrid el gusto
de haberte visto regresar triunfante
de la opresión de un invasor injusto.
Cuánta gloria no encierra un solo instante,
pues da a tu sacra sien lauro el más justo,
y al pueblo libre palma de constante!
Consejo a un militar
Si por la noble senda del dios Marte
subir quieres al templo de la Fama,
y arrebatar allí la verde rama
que la envidia jamás podrá quitarte.
Es fuerza, oh Blanco, a los estudios darte,
pues en las glorias a que el Dios te llama
no sirve ya el valor que el pecho inflama,
si no lo templa y modifica el arte.
Es bien que por modelo te presentes
de altos varones la inmortal caterva
que en letras y armas fueron excelentes.
Pues el lauro que Marte te reserva,
para darlo por premio a los valientes,
se lo da por la mano de Minerva.
Constante Celia
Constante Celia, a quien la suerte en vano
contradijo un afecto generoso,
yo te aplaudo el placer de hacer dichoso
a quien se enlaza a tu preciosa mano.
Amor, que un tiempo te afligió tirano,
hoy te arrebata en carro victorioso,
y coronada de su mirlo hermoso
al tálamo nupcial te lleva ufano.
Al blando yugo allí rindes el cuello;
y, cediendo a la noche misteriosa,
te mira el sol en su último destello.
Con el cariño que una flor dichosa,
que hoy la deja botón cerrado y bello,
para verla mañana abierta rosa.
El desconsuelo
Crecido con las lluvias de repente
rompe el río las márgenes que baña,
e inundando sus aguas la campaña,
arrasa frutos, árboles y gente.
El pastor, que asustado y diligente
se subió por librarse a la montaña,
ve desde allí el ganado y la cabaña
envueltos en el rápido torrente.
Y aquel vivo dolor con que afligido
mira ahogadas las tímidas ovejas
para siempre llorándose perdido,
no equivale a la angustia en que me dejas,
Silvia, cuando tu labio endurecido
responde con desdenes a mis quejas.
El no
¡Ay, cuántas veces a tus pies postrado,
en lágrimas el rostro sumergido,
a tus divinos labios he pedido
un sí, cruel, que siempre me han negado!
Y pensando ya ver tu pecho helado
de mi tormento a compasión movido,
en vez de sí, ¡ay dolor! he recibido
un no, que mi esperanza ha devorado.
Mas si mi llanto no es de algún provecho,
si contra mí su indignación descarga,
y si una ley de aniquilarme has hecho,
quítame de una vez pena tan larga,
escóndeme un puñal en este pecho,
y no me des un no que tanto amarga.
La crueldad de la muerte
Envuelta en sombras, alta la guadaña,
trazando golpes de dolor profundo,
iba la muerte recorriendo el mundo
desde el alcázar regio a la cabaña.
Cuando en aquel que Manzanares baña
fijando el ceño torvo y furibundo,
miró a la Esposa Real, de su fecundo
seno mil glorias prometiendo a España.
¡Dos víctimas! Gritó el espectro fiero:
¡Llanto de Reyes! ¡Pueblos afligidos!
¡Oh qué deleite! Y descargó el acero;
y dejando en un féretro tendidos
ambos despojos, se encumbró altanero,
triunfando entre lamentos y gemidos.
La desesperación (Arriaza)
Inhumano destino, dura suerte,
furia de amor cebada en abatirme,
¡cuándo te cansarás de perseguirme,
y yo descansaré de padecerte!
Mas tu cruel constancia ya me advierte,
que en el averno has hecho voto firme
de no cesar con penas de afligirme
hasta el instante mismo de mi muerte.
Muerte, pues si remedio de mis males
has de ser, ¿en qué tarda tu venida?
Corta ya mis espíritus vitales;
no tu pálido aspecto me intimida,
que será el ver que pisas mis umbrales
el único placer que tuve en vida.
La flor temprana
Suele tal vez, venciendo los rigores
del crudo invierno y la opresión del hielo,
un tierno almendro desplegar al cielo
la bella copa engalanada en flores.
Mas, ay, que en breve vuelve a sus furores
el cierzo frío, y con funesto vuelo
del ufano arbolillo arroja al suelo
las delicadas hojas y verdores.
Si tú lo vieras, Silvia, «¡oh pobre arbusto
-dijeras con piedad-, la suerte impía
no te deja gozar ni un breve gusto!»
Pues repítelo, ingrata, cada día;
que el cierzo frío es tu rigor injusto,
y el triste almendro, la esperanza mía.
La guarida del amor
Amor, como se vio desnudo y ciego,
pasando entre las gentes mil sonrojos,
pensó en buscar unos hermosos ojos
donde vivir oculto y con sosiego.
¡Ay, Silvia!, vio los tuyos, vio aquel fuego
que rinde a tu beldad tantos despojos,
y hallando satisfechos sus antojos
en ellos parte a refugiarse, luego.
¡Qué extraño ver a tantos corazones
rendir, bien mío, los soberbios cuellos
y el yugo recibir que tú le pones!
Si a más de que esos ojos son tan bellos
está todo el amor con sus traiciones
haciéndonos la guerra dentro de ellos.
La vida media
¿Qué importa que del cielo disparado
un rayo la soberbia torre abata,
si de mi choza la cubierta chata
me tiene a sus insultos resguardado?
Y si mientras del viento el mar hinchado
contra el escollo naves arrebata,
estoy al fuego, entre familia grata,
asando mis castañas, ¿qué cuidado?
Árdase el orbe entero en la braveza
y en las guerras de Marte sanguinoso,
que si de Silvia, por mayor fineza,
besos me da de paz el labio hermoso,
¿Habrá opulencia igual a mi pobreza?
¿O ajena dicha me tendrá envidioso
Las señas
Perdí mi corazón, ¿le habéis hallado
ninfas del valle en que pensando vivo?
Ayer andando solo y pensativo,
suspirando mi amor por este prado,
él huyó de mi pecho desolado
como el rayo veloz, y tan esquivo,
que yo grité: »¡Detente, fugitivo!»
y ya no le vi más por ningún lado.
Si no lo conocéis, como en un ara,
arde en él una hoguera, y cruda herida
por víctima de Silvia lo declara.
Dadle por vuestro bien, que esa homicida
le hizo tan infeliz, que adonde para
mi corazón, ya no hay placer ni vida.
Mis deseos (Arriaza)
Si Dios omnipotente me mandara
de sus dones tomar el que quisiera,
ni el oro ni la plata le pidiera,
ni imperios ni coronas deseara.
Si un sublime talento me bastara
para vivir feliz, yo lo eligiera:
¿Mas qué de sabios recordar pudiera
a quién su misma ciencia costó cara?
Yo sólo pido al Todopoderoso
me conceda propicio estos tres dones,
con que vivir en paz y ser dichoso:
un fiel amigo en todas ocasiones,
un corazón sencillo y generoso,
y un juicio, en fin, que rija mis acciones
Ofreciendo a una belleza
Cuando del mar las ondas cristalinas
vieron nacer de Venus la hermosura,
no adornaban su frente o su cintura
mirtos de amor ni rosas purpurinas;
pero el agua le dio galas marinas,
perlas de su garganta a la blancura,
y, por guirnaldas, a su frente pura
caracoles y conchas peregrinas;
esa gracia y beldad que en ti descuella
junto a la mar nació, pues no repares
en dar marino adorno a tu sien bella,
para que en todo a Venus te compares,
y todos digan al mirarte: «Es ella,
en el momento en que nació en los mares.
Sentimientos de la España
Triste la España, «¿adónde vas, Fernando?»
al hijo fugitivo dice ansiosa;
y él sigue, y deja de su madre hermosa
llevar los vientos el acento blando.
Ya la materna falda abandonando
pisa de Francia la ribera odiosa;
y aún está oyendo aquella voz piadosa
que le repite, «¿adónde vas?» llorando.
No ve ya al hijo la infeliz matrona:
mas su voz oye, que con regio brío
dice: Tirano, es mía esa corona.
Ella, al primer dolor, gritó ¡hijo mío!
mas luego, vuelta al déspota en Bayona,
dame a Fernando, exclama, oh tiempo impío!
Soñaba yo
Soñaba yo; y en lecho damasquino
una hermosa matrona vi dormida
y entre su misma prole acometida
por un tirano y pérfido Tarquino.
En vano intentan del fatal destino
sus hijos redimir a la afligida;
que ellos sin armas luchan por su vida,
y armado estaba el bárbaro asesino.
Ya el traidor casi su maldad corona;
cuando junto a las márgenes del Duero
se alza un hijo de Marte y de Belona:
Vuela, llega, derriba al monstruo fiero;
y era la Iberia la infeliz matrona,
y era Wellington el audaz guerrero.
Tres años de proezas singulares
¡Tres años de proezas singulares,
sitios, asaltos, lides carniceras,
en que del corso las legiones fieras
el acero español siega a millares!
¡Hallarse, Iberia, yermos tus hogares,
o en ellos luto y quejas lastimeras;
de tus hijos por todas las riberas
bajando sangre a enrojecer los mares!
¡Ver la flor de Aragón y de Castilla
que al cautiverio la cerviz prosterna,
primero que al tirano la rodilla!
¿Y a tanto honor con frases de taberna
la gacetera chusma aún amancilla?
¡Raza de Juan Frerón serás eterna!
Venus burlada
Vio Venus en la alfombra de esmeralda
de un prado a mi adorado bien dormido,
y engañada, creyendo ser Cupido,
alegremente le acogió en su falda.
La frente le ciñó de una guirnalda
y por hacer terrible su descuido,
puso en sus manos un arpón bruñido
y la aljaba le cuelga de la espalda.
¡Hijo!, le iba a decir, mas despertando
mi Silvia le responde con enojos,
la aljaba y el arpón de sí arrojando:
«¡Toma, madre engañosa, esos despojos,
porque me son inútiles, estando
sin ellos hechos a vencer mis ojos!»
Viendo a Su Majestad visitar la Imprenta Real
Gran Rey, Vos que con pasos vencedores
del rigor de los hados enemigos,
visitasteis los presos y mendigos,
convirtiendo sus lágrimas en flores.
Ved ya como la prensa en sus sudores
prepara a esa virtud fieles testigos:
pues delante de Príncipes amigos
no gime, sino canta sus loores.
El taller de Minerva en un momento
caracteres movibles combinando
retrata el fugitivo pensamiento.
¡Ah! Si al de sus vasallos ahora dando
una sola expresión, un solo acento...
¿Qué dijera el papel? ¡VIVA FERNANDO!
Virtudes militares más dignamente premiadas
Tú que audaz recorriste sin cansarte
los reinos de Cibeles y Neptuno,
superando los riesgos uno a uno
que al constante valor presenta Marte.
Tú que de Iberia un tiempo baluarte,
y hoy rayo a los rebeldes importuno,
lidias porque en el orbe no haya alguno
que de tu patria insulte al estandarte.
Yo te saludo ¡oh bravo sin pretextos!
Soldado entre soldados sin segundo,
norma igual de leales y modestos;
y de mi pecho digo en lo profundo:
ciña mi rey muchos laureles de estos,
y yo le fío rey de todo el mundo.
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