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ESPAÑA, 1515 - 1582

 

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RESEÑA BIOGRÁFICA

 

Teresa de Cepeda y Ahumada, más conocida por el nombre de Santa Teresa de Jesús o simplemente Santa Teresa de Alba de Tormes (Ávila, 28 de marzo de 1515 – Alba de Tormes, 4 de octubre de 1582), fue una religiosa, doctora de la Iglesia Católica, mística y escritora española, fundadora de las carmelitas descalzas, rama de la Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo (o carmelitas).

Se llamaba Teresa Sánchez Cepeda Dávila y Ahumada, aunque generalmente usó el nombre de Teresa de Ahumada hasta que comenzó la reforma de la que se hablará más abajo, cambiando entonces su nombre por Teresa de Jesús.

El padre de Teresa era Alonso Sánchez de Cepeda, descendiente de familia judía conversa. Alonso tuvo dos mujeres. Con la primera, Catalina del Peso y Henao, tuvo tres hijos: María de Cepeda, Juan Jerónimo y Pedro. Con su segunda esposa, Beatriz Dávila y Ahumada, que murió cuando Teresa contaba unos 12 años, tuvo otros nueve: Fernando, Rodrigo, Teresa, Lorenzo, Antonio, Pedro Alonso, Jerónimo, Agustín y Juana.

Alonso Sánchez y su esposa Beatriz eran de familia noble. Consta que la segunda mujer estaba emparentada con muchas familias ilustres de Castilla. Según una tradición, su hermano Pedro Alonso Sánchez de Cepeda y Ahumada en 1562 llegó a lo que hoy día es Nicaragua, al puerto de El Realejo y de allí a El Viejo (actual departamento de Chinandega) con la imagen de la Virgen María en su advocación de la Inmaculada Concepción, para luego viajar al Perú. Los nativos se opusieron a que se llevara la imagen y ésta permanece hasta hoy en la Basílica Menor de El Viejo y es la Patrona de Nicaragua.

Según relata en los escritos destinados a su confesor, reunidos en el libro Vida de Santa Teresa de Jesús, desde sus primeros años mostró Teresa una imaginación vehemente y apasionada. Su padre, aficionado a la lectura, tenía algunos romanceros; esta lectura y las prácticas piadosas comenzaron a despertar el corazón y la inteligencia de la pequeña Teresa con seis o siete años de edad.

En dicho tiempo pensó ya en sufrir el martirio, para lo cual, ella y uno de sus hermanos, Rodrigo, un año mayor, trataron de ir a las «tierras de infieles», es decir, tierras ocupadas por musulmanes, pidiendo limosna, para que allí los descabezasen. Su tío los trajo de vuelta a casa. Convencidos de que su proyecto era irrealizable, los dos hermanos acordaron ser ermitaños. Teresa escribe:

En una huerta que había en casa, procurábamos como podíamos, hacer ermitas, poniendo unas pedrecitas, que luego se nos caían, y ansí no hallábamos remedio en nada para nuestro deseo... Hacía (yo) limosna como podía, y podía poco. Procuraba soledad para rezar mis devociones, que eran hartas, en especial el rosario... Gustaba (yo) mucho cuando jugaba con otras niñas, hacer monasterios como que éramos monjas.

Parece que perdió a su madre hacia 1527, o sea a los 12 años de edad. Ya en aquel tiempo su vocación religiosa había sido continuamente demostrada. Aficionada a la lectura de libros de caballerías, olvidó sus juegos de la niñez. He aquí sus palabras:

Comencé a traer galas, y a desear contentar en parecer bien, un mucho cuidado de manos y cabello y olores, y todas las vanidades que en esto podía tener, que eran hartas, por ser muy curiosa... Tenía primos hermanos algunos... eran casi de mi edad, poco mayores que yo; andábamos siempre juntos, teníanme gran amor y en todas las cosas que les daba contento, los sustentaba plática y oía sucesos de sus aficiones y niñerías, no nada buenas... Tomé todo el daño de una parienta (se cree que una prima), que trataba mucho en casa... Con ella era mi conversación y pláticas, porque me ayudaba a todas las cosas de pasatiempo, que yo quería, y aun me ponía en ellas, y daba parte de sus conversaciones y vanidades. Hasta que traté con ella, que fue de edad de catorce años... no me parece había dejado a Dios por culpa mortal.

 

Fuente: http://es.wikipedia.org/wiki/Teresa_de_Jesús

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A MI ÁNGEL DE LA GUARDA

A MIS HERMANITOS DEL CIELO

A SOR MARÍA DE LA TRINIDAD

A TEÓFANO VÉNARD

AL NIÑO JESÚS

AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

ALMA, BUSCARTE HAS EN MÍ

AQUELLAS PALABRAS

COLOQUIO AMOROSO

DICHOSO EL CORAZÓN ENAMORADO...

NAVIDAD

ORACIÓN

VÉANTE MIS OJOS

VIVO SIN VIVIR EN MÍ

VUESTRA SOY...





A MI ÁNGEL DE LA GUARDA

¡Oh mi glorioso guardián,
guardián del cuerpo y del alma,
que en el cielo estás brillando
hecho dulce y pura llama
junto al trono del Eterno!
Por mí bajas a la tierra
y me alumbras con tu luz,
te haces mi hermano, ángel bello,
mi amigo y consolador.
Conociendo que soy débil,
¡gran debilidad la mía!,
tú me coges de la mano,
y te veo, conmovida,
apartar de mi camino
la piedra que lo entorpece.
Me invita tu dulce voz
a no mirar más que al cielo.
Y cuanto mas pequeñita
y más humilde me ves,
tanto más tu clara frente
irradia de puro gozo.
Tú que los espacios cruzas
más rápido que el relámpago,
vuela por mí muchas veces
al lado de los que amo.
Seca el llanto de tus ojos
con la pluma de tu ala,
y cántales al oído
cuán bueno es nuestro Jesús.
¡Oh, diles que el sufrimiento
tiene también sus encantos!
Y luego, murmúrales
quedo, muy quedo, mi nombre.
Yo quiero en mi breve vida
salvar a los pecadores,
mis hermanos.
¡Oh ángel bello de la patria!,
dame tus santos ardores,
para que en el mismo fuego
que tú te abrasas me abrase.
Fuera de mis sacrificios
y de mi austera pobreza,
nada más tengo, ángel mío.
Unelo todo a tus gracias
y ofréceselo al Dios Trino.
Para ti la gloria, el reino,
las riquezas del que es Rey,
Rey de los reyes del mundo.
Para mí el Pan del sagrario
y el tesoro de la cruz.
Con la cruz y con la hostia,
y con tu celeste ayuda,
espero en paz la otra vida,
la felicidad del cielo,
que nunca terminará.

(A mi querida sor Filomena,
en recuerdo de su hijita,
Teresa del Niño Jesús y de la S.F.,
rel. carm. ind.)






A MIS HERMANITOS DEL CIELO

«El que sea pequeñito
que venga a mí» (Proverbios)


Venturosos pequeñines, ¡con qué amor, con qué ternura,
en otro tiempo Jesús, el Rey del cielo, os bendijo,
y de caricias y besos vuestras frentes jubilosas
él colmó!
De todos los inocentes erais vosotros figura,
y adivino las riquezas y los gozos que en el cielo,
sin medida, a manos llenas,
os dará vuestro Jesús,
Rey de reyes.
Contemplasteis los encantos y las bellezas del cielo,
inmensas e innumerables,
antes de haber conocido las tristezas y amarguras
del destierro,
¡lirios blancos
pequeñitos!
¡Oh capullos perfumados,
en la virgen luz del alba cortados por el Señor...!
El dulce sol del amor que vuestras tiernas corolas
un día hizo estallar
¡fue, sin duda, su divino
corazón!
¡Oh que inefables cuidados y qué exquisitas ternuras,
cuánto amor,
oh niños recién nacidos,
os prodiga aquí en la tierra
la Iglesia, que es nuestra Madre!
En sus brazos maternales fuisteis a Dios ofrecidos
como cándidas primicias.
Eternamente seréis del hermoso y azul cielo
las delicias.
Componéis vosotros, niños,
el cortejo virginal que sigue al dulce Cordero,
y podéis cantar también
-¡asombroso privilegio!
el cántico de las vírgenes
canto nuevo.
Sin combatir ni luchar como los conquistadores,
su misma gloria alcanzasteis:
el Salvador os ganó la victoria y la corona,
¡oh graciosos
vencedores!
No luce en vuestras cabezas luz de brillantes preciosos,
sólo el reflejo dorado de vuestros sedosos bucles,
que a los bienaventurados
embelesa...
¡Todo es vuestro , los tesoros de todos los elegidos,
sus palmas y sus coronas!
En el cielo, sus rodillas son vuestros más ricos tronos,
¡niños santos!
Junto a los angelitos jugáis al pie del altar,
vuestros cantos infantiles, ¡oh encantadoras ras falanges!,
son el encanto del cielo,
¡dulce encanto!
Dios os cuenta cómo hizo los pájaros y los vientos
y las rosas.
Ningún genio hay en la tierra que sepa lo que vosotros,
pequeñines.
Alzando del firmamento el velo azul, misterioso,
cogéis en vuestras manitas las estrellas de mil luces.
Cuando cruzáis el espacio, a vuestro paso dejáis
una hermosísima estela
argentada.
Cuando miro por la noche la brillante Vía Láctea,
me parece en ella veros
a vosotros.
A los brazos de María corréis tras de vuestros juegos,
y escondiendo vuestras rubias cabecitas infantiles
bajo su velo estrellado,
os dormís...
Gusta el inmenso Señor,
¡oh pequeños traviesillos!, de vuestra infantil audacia:
¡os atrevéis a llenar de besos y caricias
su augusta, adorable faz!,
¡qué favor!
El Señor me dio en vosotros, dulces santos inocentes,
un acabado modelo.
Yo quiero en la tierra ser
vuestra imagen,
niños míos
pequeñitos.
Ayudadme a conseguir las virtudes de la infancia:
me encanta vuestro candor,
vuestro abandono perfecto y vuestra amable inocencia
cautivan mi corazón.
¡Oh, mi Señor, tú conoces estos ardientes deseos
de mi alma desterrada!
Lirio hermoso de los valles,
para ti segar quisiera lirios henchidos de luz...
Busco y quiero para ti capullos de primavera,
el agua de tu bautismo vierte sobre ellos, Señor,
¡y luego ven a cortarlos!
Quiero aumentar la falange de los santos inocentes,
mi alegría y mis dolores cambio por almas de niños.
¡Oh Rey de los elegidos!,
quiero entre esos inocentes tener también yo mi
puesto:
como ellos quiero besar tu dulce rostro, Jesús,
en el cielo.





A SOR MARÍA DE LA TRINIDAD

Señor, me has elegido
desde mi tierna infancia;
puedo en verdad llamarme la obra de tu amor.
¡Cómo quisiera yo poder, Dios mío,
pagarte, agradecida,
devolviéndote amor.
Jesús, Amado mío, ¿qué privilegio es éste?
Yo, pobrecita nada , ¿qué había hecho por ti?
¡Y me veo en el blanco cortejo de las vírgenes
que componen tu corte,
dulce y divino Rey!
Sabes que soy, Dios mío,
pura debilidad,
sabes también, Señor,
que no tengo virtud.
Pero igualmente sabes que mi único amigo,
el único a quien yo amo, el que me ha cautivado,
eres tú, mi Jesús.
Cuando en mi joven corazón la llama
se encendió del amor,
tú viniste, Jesús, a quemarte en tu fuego.
¡Y sólo tú pudiste saciarme el alma entera,
pues mi urgencia de amar era infinita!
Cual tierno corderillo lejos de la majada,
jugueteaba alegre
ignorando el peligro.
Mas ¡oh Reina del cielo, mis pastora querida!,
tu blanca, tu invisible, dulce mano
sabía protegerme.
Y así, aunque yo jugaba
al borde de los hondos precipicios,
ya tú me señalabas la cumbre del Carmelo,
y ya yo comprendía
las austeras delicias que habría de abrazar
para volar al cielo.
Si amas, mi Señor, la pureza del ángel
-de ese brillante espíritu que nada en el azul-,
¿no amarás la blancura
del lirio que se eleva sobre el fango,
del lirio que tu amor
supo conservar limpio?
Si el ángel de alas rojas
goza de presentarse ante tus ojos
radiante de pureza,
yo me gozo también, porque ya en este mundo
el ropaje que visto al suyo se parece,
pues poseo el tesoro
de la virginidad ...





A TEÓFANO VÉNARD

Sacerdote de las Misiones Extranjeras,
martirizado en Tonkín
a los años de edad.
Mártir angelical, ¡oh Teófano santo!,
los elegidos cantan tus loores,
y en los coros angélicos
el encumbrado serafín se siente
honrado de servirte.
No pudiendo mezclar en el destierro
mi voz con la sublime santa voz de los cielos,
quiero, al menos, tomar mi lira en tierra extraña
para cantar con ella tus virtudes.
Fue tu breve destierro como un canto muy dulce
que supo conmover los corazones.
Tu alma de poeta
hacía, a cada instante, brotar flores,
flores para Jesús.
Y al elevarte a la celeste esfera,
hasta tu último canto
fue un canto juvenil de primavera.
Al morir, murmuraste:
«¡Yo, que soy un efémero,
me voy al cielo azul, voy el primero !»
¡Afortunado mártir, al borde del suplicio
tú gustaste la dicha de sufrir!
Sufrir por Dios te pareció delicia.
Tú supiste vivir y supiste morir
alegre y sonriente.
Cuando el verdugo quiso abreviar tu tormento,
replicaste enseguida:
«¡Cuanto más largos sean mi dolor y mi martirio,
mayor valor tendrán, estaré más contento !»
¡Oh lirio virginal!,
en la plena y hermosa primavera
de tu vivir
escuchó el Rey del cielo tu deseo.
Tú eres «la rosa abierta
que para su recreo cortó Dios» .
Ya no estás desterrado,
los bienaventurados admiran tu esplendor.
Eres rosa de amor,
la inmaculada Virgen
de tu aroma respira la frescura.
Apréstame tus armas, ¡oh soldado de Cristo! ,
yo quiero aquí en la tierra,
por salvar a los pobres pecadores,
sufrir y combatir a la sombra de tu palma.
Dame tu protección, sostén mi brazo,
por ellos luchar quiero en incesante guerra
y tomar al asalto el reino de mi Dios.
El Señor a la tierra no vino a traer paz,
sino fuego y espada.
Yo amo esa playa infiel,
la que fue blanco de tu amor ardiente:
hacia ella volaría gozosamente yo,
si un día mi Jesús me lo pidiese.
Mas yo sé que a sus ojos se borran las distancias
y el universo entero es sólo un punto.
Mi flaco amor y mis pequeños sufrimientos,
bendecidos por El,
hacen amar a Dios más allá de los mares.
¡Ah, si yo fuese flor de primavera
que cortar pronto mi Señor quisiera!
¡Oh, mi mártir glorioso, te conjuro,
baja del cielo a mí en mi postrer momento!
Que de tu amor las llamas virginales
me abrasen en la vida,
y un día pueda ser yo de las almas
que forman tu cortejo...





AL NIÑO JESÚS

Tú, Jesús, me conoces,
tú mi nombre conoces, y me llamas
con la dulce mirada de tus ojos…
Ellos me comunican tu palabra:
«Simple abandono, conducir yo quiero,
mi amada, tu barquilla».
Y con tu voz de niño, ¡oh maravilla!,
sólo con tu voz débil,
calmas el mar rugiente,
pones paz en el viento.
Si mientras brama la tormenta, ¡oh Niño!,
tú te quieres dormir,
posa tu linda cabecita blonda
sobre mi corazón.
¡Qué encantador sonríes cuando duermes!
Con mi canto más dulce
yo meceré tu cuna tiernamente,
¡Oh hermoso Niño mío!





AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

Junto al sepulcro santo,
María Magdalena, en lágrimas deshecha,
se arrodilló en el suelo, buscando a su Jesús.
Los ángeles vinieron a suavizar su pena,
pero no consiguieron suavizar su dolor.
Luminosos arcángeles,
Mas no era vuestro brillo, luminosos arcángeles
lo que esta alma ardiente venía aquí a buscar.
Ella quería ver al Señor de los ángeles,
tomarle en sus brazos y llevarle muy lejos.
Junto al sepulcro santo ella quedó la última,
y al sepulcro volvió antes de amanecer.
Su Dios se hizo también
presente, aunque velando su presencia,
no pudo ella vencerle en la lid del amor...
Cuando llegó el momento,
desvelándole él su faz bendita
envuelta en propia luz,
brotóle de los labios una sola palabra,
fruto del corazón.
Jesús el dulce nombre murmuró de: «¡María!»
y devolvió a María la alegría y la paz.
.................................................
Un día, mi Señor, como la Magdalena,
quise verte de cerca, y me llegué hasta ti.
Se abismó mi mirada por la inmensa llanura
a cuyo Dueño y Rey yo iba buscando.
Al ver la flor y el pájaro,
el estrellado cielo y la onda pura,
exclamé arrebatada:
«Bella naturaleza, si en ti no veo a Dios,
no serás para mí más que un sepulcro inmenso.
«Necesito encontrar
un corazón que arda en llamas de ternura,
que me preste su apoyo sin reserva,
que me ame como soy, pequeña y débil,
que todo lo ame en mí,
y que no me abandone de noche ni de día».
No he podido encontrar ninguna criatura
capaz de amarme siempre y de nunca morir.
Yo necesito a un Dios que, como yo, se vista
de mi misma y mi pobre naturaleza humana,
que se haga hermano mío <> y que pueda sufrir.
Tú me escuchaste, amado Esposo mío.
Por cautivar mi corazón, te hiciste
igual que yo, mortal,
derramaste tu sangre, ¡oh supremo misterio!,
y, por si fuera poco,
sigues viviendo en el altar por mí.
Y si el brillo no puedo contemplar de tu rostro
ni tu voz escuchar, toda dulzura,
puedo, ¡feliz de mí!,
de tu gracia vivir, y descansar yo puedo
en tu sagrado corazón, Dios mío.
¡Corazón de Jesús, tesoro de ternura,
tú eres mi dicha, mi única esperanza!
Tú que supiste hechizar mi tierna juventud,
quédate junto a mí hasta que llegue
la última tarde de mi día aquí.
Te entrego, mi Señor, mi vida entera,
y tú ya conoces todos mis deseos.
En tu tierna bondad, siempre infinita,
quiero perderme toda, Corazón de Jesús.
Sé que nuestras justicias y todos nuestros méritos
carecen de valor a tus divinos ojos.
Para darles un precio,
todos mis sacrificios echar quiero
en tu inefable corazón de Dios.
No encontraste a tus ángeles sin mancha.
En medio de relámpagos tú dictaste tu ley
¡Oh corazón sagrado, yo me escondo en tu seno
y ya no tengo miedo, mi virtud eres tú !
Para poder un día contemplarte en tu gloria,
antes hay que pasar por el fuego, lo sé.
En cuanto a mi me toca, por purgatorio escojo
tu amor consumidor, corazón de mi Dios.
Mi desterrada alma, al dejar esta vida,
quisiera hace un acto de purísimo amor,
y luego, dirigiendo su vuelo hacia la patria,
¡entrar ya para siempre
en tu corazón...!





ALMA, BUSCARTE HAS EN MÍ

Alma, buscarte has en Mí,
y a Mí buscarme has en ti.

De tal suerte pudo amor,
alma, en mí te retratar,
que ningún sabio pintor
supiera con tal primor
tal imagen estampar.

Fuiste por amor criada
hermosa, bella, y así
en mis entrañas pintada,
si te perdieres, mi amada,
Alma, buscarte has en mí.

Que yo sé que te hallarás
en mi pecho retratada,
y tan al vivo sacada,
que si te ves te holgarás,
viéndote tan bien pintada.

Y si acaso no supieres
dónde me hallarás a Mí,
No andes de aquí para allí,
sino, si hallarme quisieres,
a mí buscarme has en ti.

Porque tú eres mi aposento,
eres mi casa y morada,
y así llamo en cualquier tiempo,
si hallo en tu pensamiento
estar la puerta cerrada.

Fuera de ti no hay buscarme,
porque para hallarme a mí,
bastará sólo llamarme,
que a ti iré sin tardarme
y a mí buscarme has en ti.





AQUELLAS PALABRAS

Ya toda me entregué y di
y de tal suerte he trocado,
que es mi amado para mí,
y yo soy para mi amado.

Cuando el dulce cazador
me tiró y dejó rendida,
en los brazos del amor
mi alma quedó caída.

Y cobrando nueva vida
de tal manera he trocado
que es mi amado para mí,
y yo soy para mi amado.

Hirióme con una flecha
enherbolada de amor,
y mi alma quedo hecha
una con su Criador,

ya no quiero otro amor
pues a mi Dios me he entregado,
y mi amado es para mi,
y yo soy para mi amado.





COLOQUIO AMOROSO

Si el amor que me tenéis,
Dios mío, es como el que os tengo,
Decidme: ¿en qué me detengo?
O Vos, ¿en qué os detenéis?

-Alma, ¿qué quieres de mí?
-Dios mío, no más que verte.
-Y ¿qué temes más de ti?
-Lo que más temo es perderte.

Un alma en Dios escondida
¿qué tiene que desear,
sino amar y más amar,
y en amor toda escondida
tornarte de nuevo a amar?

Un amor que ocupe os pido,
Dios mío, mi alma os tenga,
para hacer un dulce nido
adonde más la convenga.





DICHOSO EL CORAZÓN ENAMORADO...

Dichoso el corazón enamorado
que en sólo Dios ha puesto el pensamiento,
por Él renuncia todo lo criado,
y en Él halla su gloria y su contento.
Aún de sí mismo vive descuidado,
porque en su Dios está todo su intento,
y así alegre pasa y muy gozoso
las ondas de este mar tempestuoso.





NAVIDAD

Pues el amor
nos ha dado Dios,
ya no hay que temer,
muramos los dos.

Danos el Padre
a su único Hijo:
hoy viene al mundo
en pobre cortijo.
¡Oh gran regocijo,
que ya el hombre es Dios!
no hay que temer,
muramos los dos.

Mira, Llorente
qué fuerte amorío,
viene el inocente
a padecer frío;
deja un señorío
en fin, como Dios,
ya no hay que temer,
muramos los dos.

Pues ¿cómo, Pascual,
hizo esa franqueza,
que toma un sayal
dejando riqueza?
Mas quiere pobreza,
sigámosle nos;
pues ya viene hombre,
muramos los dos.

Pues ¿qué le darán
por esta grandeza?
Grandes azotes
con mucha crudeza.
Oh, qué gran tristeza
será para nos:
si esto es verdad
muramos los dos.

Pues ¿cómo se atreven
siendo Omnipotente?
¿Ha de ser muerto
de una mala gente?
Pues si eso es, Llorente,
hurtémosle nos.
¿No ves que El lo quiere?
muramos los dos.





ORACIÓN

Nada te turbe;
nada te espante;
Todo se pasa;
Dios no se muda;
la pacïencia
todo lo alcanza.
Quien a Dios tiene,
nada le falta.
Sólo Dios basta.

Gloria a Dios Padre,
gloria a Dios Hijo,
igual por siempre
gloria al Espíritu.
Amén





VÉANTE MIS OJOS...

Véante mis ojos, dulce Jesús bueno;
véante mis ojos, muérame yo luego.

Vea quién quisiere rosas y jazmines,
que si yo te viere, veré mil jardines,
flor de serafines; Jesús Nazareno,
véante mis ojos, muérame yo luego.

No quiero contento, mi Jesús ausente,
que todo es tormento a quien esto siente;
sólo me sustente su amor y deseo;
Véante mis ojos, dulce Jesús bueno;
véante mis ojos, muérame yo luego.

Siéntome cautiva sin tal compañía,
muerte es la que vivo sin Vos, Vida mía,
cuándo será el día que alcéis mi destierro,
veante mis ojos, muérame yo luego.

Dulce Jesús mío, aquí estáis presente,
las tinieblas huyen, Luz resplandeciente,
oh, Sol refulgente, Jesús Nazareno,
veante mis ojos, muérame yo luego.

¿Quién te habrá ocultado bajo pan y vino?
¿Quién te ha disfrazado, oh, Dueño divino ?
¡Ay que amor tan fino se encierra en mi pecho!
veante mis ojos, muérame yo luego.

Gloria, gloria al Padre, gloria, gloria al Hijo,
gloria para siempre igual al Espíritu.
Gloria de la tierra suba hasta los cielos.
Véante mis ojos, muérame yo luego. Amén.





VIVO SIN VIVIR EN MÍ

(Versos nacidos del fuego del amor
de Dios que en sí tenía)

Vivo sin vivir en mí,
y de tal manera espero,
que muero porque no muero.

Vivo ya fuera de mí
después que muero de amor;
porque vivo en el Señor,
que me quiso para sí;
cuando el corazón le di
puse en él este letrero:
que muero porque no muero.

Esta divina prisión
del amor con que yo vivo
ha hecho a Dios mi cautivo,
y libre mi corazón;
y causa en mí tal pasión
ver a Dios mi prisionero,
que muero porque no muero.

¡Ay, qué larga es esta vida!
¡Qué duros estos destierros,
esta cárcel, estos hierros
en que el alma está metida!
Sólo esperar la salida
me causa dolor tan fiero,
que muero porque no muero.

¡Ay, qué vida tan amarga
do no se goza el Señor!
Porque si es dulce el amor,
no lo es la esperanza larga.
Quíteme Dios esta carga,
más pesada que el acero,
que muero porque no muero.

Sólo con la confianza
vivo de que he de morir,
porque muriendo, el vivir
me asegura mi esperanza.
Muerte do el vivir se alcanza,
no te tardes, que te espero,
que muero porque no muero.

Mira que el amor es fuerte,
vida, no me seas molesta;
mira que sólo te resta,
para ganarte, perderte.
Venga ya la dulce muerte,
el morir venga ligero,
que muero porque no muero.

Aquella vida de arriba
es la vida verdadera;
hasta que esta vida muera,
no se goza estando viva.
Muerte, no me seas esquiva;
viva muriendo primero,
que muero porque no muero.

Vida, ¿qué puedo yo darle
a mi Dios, que vive en mí,
si no es el perderte a ti
para mejor a Él gozarle?
Quiero muriendo alcanzarle,
pues tanto a mi Amado quiero,
que muero porque no muero.





VUESTRA SOY...

Vuestra soy, para Vos nací,
¿qué mandáis hacer de mí?

Soberana Majestad,
eterna sabiduría,
bondad buena al alma mía;
Dios alteza, un ser, bondad,
la gran vileza mirad
que hoy os canta amor así:
¿qué mandáis hacer de mí?

Vuestra soy, pues me criasteis,
vuestra, pues me redimisteis,
vuestra, pues que me sufristeis,
vuestra pues que me llamasteis,
vuestra porque me esperasteis,
vuestra, pues no me perdí:
¿qué mandáis hacer de mí?

¿Qué mandáis, pues, buen Señor,
que haga tan vil criado?
¿Cuál oficio le habéis dado
a este esclavo pecador?
Veisme aquí, mi dulce Amor,
amor dulce, veisme aquí:
¿qué mandáis hacer de mí?

Veis aquí mi corazón,
yo le pongo en vuestra palma,
mi cuerpo, mi vida y alma,
mis entrañas y afición;
dulce Esposo y redención,
pues por vuestra me ofrecí:
¿qué mandáis hacer de mí?

Dadme muerte, dadme vida:
dad salud o enfermedad,
honra o deshonra me dad,
dadme guerra o paz crecida,
flaqueza o fuerza cumplida,
que a todo digo que sí:
¿qué mandáis hacer de mí?

Dadme riqueza o pobreza,
dad consuelo o desconsuelo,
dadme alegría o tristeza,
dadme infierno o dadme cielo,
vida dulce, sol sin velo,
pues del todo me rendí:
¿qué mandáis hacer de mí?

Si queréis, dadme oración,
si no, dadme sequedad,
si abundancia y devoción,
y si no esterilidad.
Soberana Majestad,
sólo hallo paz aquí:
¿qué mandáis hacer de mi?

Dadme, pues, sabiduría,
o por amor, ignorancia;
dadme años de abundancia,
o de hambre y carestía;
dad tiniebla o claro día,
revolvedme aquí o allí:
¿qué mandáis hacer de mí?

Si queréis que esté holgando,
quiero por amor holgar.
Si me mandáis trabajar,
morir quiero trabajando.
Decid, ¿dónde, cómo y cuándo?
Decid, dulce Amor, decid:
¿qué mandáis hacer de mí?

Dadme Calvario o Tabor,
desierto o tierra abundosa;
sea Job en el dolor,
o Juan que al pecho reposa;
sea viña fructuosa
o estéril, si cumple así:
¿qué mandáis hacer de mí?

Sea José puesto en cadenas,
o de Egipto adelantado,
o David sufriendo penas,
o ya David encumbrado;
sea Jonás anegado,
o libertado de allí:
¿qué mandáis hacer de mí?

Esté callando o hablando,
haga fruto o no le haga,
muéstreme la ley mi llaga,
goce de Evangelio blando;
esté penando o gozando,
sólo vos en mí vivid:
¿qué mandáis hacer de mí?

Vuestra soy, para vos nací,
¿qué mandáis hacer de mí?

 

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