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campoamor

 

ESPAÑA, 1817-1901

 

campoamor

 

RESEÑA BIOGRÁFICA

 

Ramón de Campoamor y Campoosorio (Navia, Asturias 24 de septiembre de 1817 - Madrid, 11 de febrero de 1901) fue un poeta español del Realismo.

Nació en Navia, Asturias, el 24 de septiembre de 1817, el mismo año que José Zorrilla, con quien con frecuencia fue comparado. Su padre era un modesto campesino y su madre una rica hacendada del concejo. Fue criado por una tía soltera, hermana de su madre, la cual le facilitó los estudios primarios en un pazo que ésta poseía en Piñera, Navia. A los 9 años comienza sus estudios secundarios que cursa en Puerto de Vega donde transcurre su adolescencia. No fue esta una época feliz para él, ya que padeció las rígidas restricciones morales que le imponían los dómines:

El Infierno del Dante era un mal aprendiz en comparación con los retorcidos inventos de castigos infernales que me metían los clérigos enseñantes en mi tierna y sensible cabecita infantil. Todo el curso de mis primeros años ha sido un sueño tenebroso, del cual creo que todavía no he acabado de despertar.

Cursó estudios de filosofía en Santiago de Compostela; de lógica y matemáticas, en el convento de Santo Tomás de Madrid. Y a los 18 años se traslada a Torrejón de Ardoz, Madrid para ingresar en el seno de la Compañía de Jesús.

Poco tiempo después, abandonado este falso conato religioso, se matricula en la universidad madrileña en medicina, pero tampoco le duró este empeño; un catedrático le aconsejó con vehemencia dedicarse a la literatura, ya que creyó descubrir en él la natural inclinación a las letras más que a las ciencias (vomitaba en las disecciones). Solamente no le disgustaba la lectura y la escritura (pasaba largas horas leyendo clásicos en la Biblioteca Nacional), por lo que se consagró al fin al periodismo y a la literatura. Espronceda le tomó bajo su patronazgo y su primera poesía data de 1837: colabora en publicaciones románticas como El Alba y No me olvides y fue redactor de Las Musas (1837), El Correo Nacional (1838) y El Español (1845); dirigió El Estado en 1856.

A la edad de 20 años, en 1838, publica la primera obra impresa: Una mujer generosa, una comedia en dos actos que no llegó a ser estrenada en teatro; otras obras dramáticas suyas fueron El castillo de Santa María (1838) y la comedia Una mujer generosa; por esos años escribió también piezas como La fineza del querer o El hijo de todos; ejerció de dramaturgo palatino en el México de Maximiliano y tras un intervalo más o menos largo, en 1870 escribió la que es tal vez su obra más conocida, Guerra a la guerra, a la que siguieron el drama sacro El hombre Dios (1871) y la zarzuela Jorge el guerrillero, escrita en colaboración con Navarro, las comedias Moneda falsa y Cuerdos y locos, y el drama Dies irae (1873). Con Fuentes escribió Las penas del purgatorio (1878) y ya en la década de los ochenta termina su carrera dramática dedicándose a los monólogos (Cómo rezan las solteras, El amor o la muerte, El confesor confesado).

También en 1838 había empezado su carrera como poeta; publica sus primeros versos románticos en el libro Ternezas y flores; pero es en Ayes del alma (1842), su segundo libro lírico, cuando empieza a alejarse del Romanticismo, aunque todavía continúan en él los resabios de Espronceda; en otro libro, Fábulas se hallan ya prefigurados y con sus caracteres esenciales los tres géneros que han de ser creados y cultivados por el poeta, us personalísimas doloras, pequeños poemas y humoradas, que le adscriben a la estética del Realismo. El propio autor define así estos géneros:

¿Qué es una humorada? Un rasgo intencionado ¿Y dolora? Una humorada convertida en drama ¿Y pequeño poema? Una dolora amplificada.

En otra ocasión señaló que la "dolora" es una composición poética "en la cual se debe hallar unida la ligereza con el sentimiento y la concisión con la importancia filosófica". Pero en Campoamor la filosofía y el intelectualismo ahogaron con frecuencia al poeta; las más de sus doloras reflejan su postura escéptica ante un mundo donde sólo domina el egoísmo.

Como filósofo Ramón de Campoamor fue un hombre fecundo; tradicionalista y moderado en política, le atraía especialmente el positivismo. La filosofía era acaso su vocación verdadera. Se topó con la polémica desde su primer libro de este género en 1846, Filosofía de las leyes, el cual, según La Censura, contenía "proposiciones contrarias a la doctrina católica, erróneas o inductivas a error, falsas, inmorales y ofensivas e injuriosas a nuestra religión y a sus santas instituciones".

Campoamor emprendió también una carrera política que no le entusiasmaba demasiado. A finales de la década de los 40 se afilia al Partido Moderado siguiendo sus ideas políticas que consistían en un gran fervor por la reina Isabel II y, en general, hacia la monarquía como forma de organización del Estado. Ees nombrado auxiliar del Consejo Real en 1846, en 1847 es nombrado gobernador civil de la provincia de Castellón y poco más tarde de Alicante, donde realiza grandes obras urbanísticas como el Paseo que lleva su nombre y que donó a la ciudad. Fue nombrado Hijo Adoptivo de Alicante. Por esa época se casa con Guillermina O'Gorman, una joven dama de acomodada familia irlandesa, cuya cuantiosa dote le convirtió, si no lo era ya, en un acaudalado burgués afligido por la gota. La boda se realizó en la antigua Ermita del Fabraquer, situada en San Juan de Alicante, y no dio lugar a hijos; en 1850 es elegido para ocupar un escaño en el Congreso de los Diputados y se le da el cargo de gobernador civil de Valencia en 1851, en el que está hasta 1854; es elegido de nuevo diputado a Cortes por el partido conservador en 1857 y luego nombrado director general de Beneficencia y Sanidad, consejero de Estado, académico de la Lengua "E mayúscula" desde 1861, senador del reino...

Llegó a ser conocido y admirado en España y y toda Hispanoamérica; él siempre se negó a ser coronado como tal, y no dejaba de reconocer las molestias que eso le suponían:

Las hijas de las madres que amé tanto
me besan ya como se besa a un santo


El 11 de febrero de 1901 falleció en Madrid a la edad de 83 años. Sus restos se encuentran en el cementerio de San Justo de Madrid.

Sus Obras completas (Madrid 1901-1903, 8 vols.) fueron preparadas por sus amigos Urbano González Serrano, Vicente Colorado y Mariano Ordóñez.

La poesía de Ramón de Campoamor es la clásica del Realismo literario español; se caracteriza por su deliberado prosaísmo, que rehúye conscientemente la belleza de toda idealización; como tal resultó muy innovadora en su época, y anuncia un retorno al lenguaje llano y castizo de la prosa del Juan de Mairena y el verso filosófico de Antonio Machado, pero su falta de cuidado formal se aviene mal con su presunta vocación filosófica y no ha resistido la prueba del tiempo, por lo que fue detestado por el Modernismo posterior a causa de su nulo esteticismo, y por la Generación del 98 por su carácter burgués y vulgar y su impronta decimonónica. En Poética expresó su concepto de la lírica en general:

La poesía es la representación rítmica de un pensamiento por medio de una imagen, y expresado en un lenguaje que no se puede decir en prosa ni con más naturalidad ni con menos palabras... Sólo el ritmo debe separar al lenguaje del verso del propio de la prosa... Siéndome antipático el arte por el arte y el dialecto especial del clasicismo, ha sido mi constante empeño el de llegar al arte por la idea y el de expresar ésta en el lenguaje común, revolucionando el fondo y la forma de la poesía.

 

Fuente: http://es.wikipedia.org/wiki/Ramón_de_Campoamor

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A ORILLAS DEL NALÓN

A REY MUERTO REY PUESTO

A UNOS OJOS

ACHAQUES DE LA VEJEZ

ADIÓS PARA SIEMPRE

AL RÍO NAVIA

AMAR AL VUELO

AMAR Y QUERER

AMOR CONYUGAL

AMOR Y CELOS

AMOR Y GLORIA

AMOR Y VANIDAD

AMORES DE ULTRATUMBA

CANCIÓN

CONTRADICCIONES

DOLORAS

EL AMAR Y EL QUERER

EL OJO DE LA LLAVE

EL TREN EXPRESO

Canto primero: la noche

Canto segundo: el día

Canto tercero: el crepúsculo

HUMORADA

INSPIRACIÓN NOCTURNA

LA OPINIÓN

LA VIRTUD DEL EGOÍSMO

LOS DOS MIEDOS

LOS PROGRESOS DEL AMOR

MÁS CERCA DE MÍ TE SIENTO

PARA TU BOCA

PORVENIR DE LAS ALMAS

QUIEN SUPIERA ESCRIBIR...

SONETO

VELAS DE AMOR





A ORILLAS DEL NALÓN

¡Cómo, al vagar la mente,
lástima inquieta el corazón llagado!
¿El ánima doliente,
llora por lo presente,
o suspira tal vez por lo pasado?

Ya de añejos dolores
nos señala el arpón, o ya renueva
recuerdos seductores,
ya de gustos de amores
la antigua miel entre ilusiones prueba.

Ora, al cielo vecina,
su curso, audaz, a los planetas marca;
ya al abismo declina;
ya a par del sol camina,
y el ancho espacio de la luz abarca.

¿Qué buscará en la hondura
de esas sonantes y apacibles olas,
que con planta insegura
llevan su linfa pura
arrastrando entre lirios y amapolas?

Tal vez cuando sus huellas
multiplican los brillos halagüeños,
sus imágenes bellas
se parezcan a aquellas
que audaz forjaba en mis dorados sueños.

Si en óptica ilusoria
las remedan tan frágiles perfiles,
quiero aumentar mi gloria,
trayendo a la memoria
los sueños de mis años juveniles.

Corred por las campanas,
fáciles ondas, derramando albores,
y al pie de las montañas
seguid entre espadañas
trocando en perlas las brillantes flores.

En plácidos concentos,
por el soto tended las limpias huellas,
conjuraré los vientos
porque no borren lentos
esa copia de imágenes tan bellas.

Y si el aire el encanto
borrase de esos cuadros halagüeños,
consuéleos mi quebranto,
porque también el llanto
borra el tropel de mis amantes sueños.

¡Oh, si mi frágil nave
pudiese por lo menos sus entenas
dar al aire suave,
para que el peso grave
cruzase un mar de linfas tan serenas!

Llevadme, ondas queridas,
por vuestro raudo y celestial camino;
si es por sendas floridas,
no importa que perdidas
a morir caminéis al mar vecino.

Que con queja importuna
jamás, en congojosa pesadumbre,
maldigo la fortuna,
sea el sol o la luna
quien el camino de mi muerte alumbre.

Al término toquemos,
antes que hollar en nuestro rumbo abrojo;
cuanto más caminemos,
por las prendas que amemos
menos ofrendas verterán los ojos.

Llevadme, ondas serenas,
no quiero, atravesando de corrida,
que vaya a duras penas
la sangre de mis venas
enlutando la senda de mi vida.





A REY MUERTO REY PUESTO

El principio de toda tentación es
no ser uno constante...
(KEMPIS, lib. I, cap. XII)


Murió por ti; su entierro al otro día
pasar desde el balcón juntos miramos,
y, espantados tal vez de tu falsía,
en tu alcoba los dos nos refugiamos.
Cerrabas con terror los ojos bellos;
el «requiescat» se oía. Al verte triste,
yo la trenza besé de tus cabellos,
y -¡Traición! ¡Sacrilegio!- Me dijiste.
Seguía el «de profundis», y gemimos...
El muerto y el terror fueron pasando...
y al ver luego la luz cuando salimos,
-¡Qué vergüenza!,- exclamaste suspirando.
Decías la verdad. ¡Aquel entierro!...
¡El beso aquél sobre la negra trenza!...
¡Después la oscuridad de aquel encierro!...
¡Sacrilegio! ¡Traición! ¡Miedo! ¡Vergüenza!





A UNOS OJOS

Más dulces habéis de ser
si me volvéis a mirar,
porque es malicia, a mi ver,
siendo fuente de placer,
causarme tanto pesar.

De seso me tiene ajeno
el que en suerte tan crüel
sea ese mirar sereno
sólo para mí veneno,
siendo para todos miel.

Si crüeles os mostráis
porque no queréis que os quiera,
fieros por demás estáis,
pues si amándoos, me matáis,
si no os amara, muriera.

Si amando os puedo ofender,
venganza podéis tomar,
porque es fuerza os haga ver
que o no os dejo de querer,
o me acabáis de matar.

Si es la venganza medida
por mi amor, a tal rigor
el alma siento rendida,
porque es muy poco una vida
para vengar tanto amor.

Porque con él igualdad
guardar ningún otro puede;
es tanta su intensidad,
que pienso ¡ay de mí! que excede
vuestra misma crüeldad.

¡Son, por Dios, crudos azares
que me den vuestros desdenes
ciento a ciento los pesares,
pudiendo darme a millares,
sin los pesares, los bienes!

Y me es doblado tormento
y dolor más importuno,
el ver que mostráis contento
en ser crudos para uno,
siendo blandos para ciento.

Y es injusto por demás
que tengáis, ojos serenos,
a los que, de amor ajenos,
os aman menos, en más,
y a mí que amo más, en menos.

Y es, a la par que mortal,
vuestro lánguido desdén
¡tan dulce... tan celestial!
que siempre reviste el mal
con las lisonjas del bien.

¡Oh, si vuestra luz querida
para alivio de mi suerte
fuese mi bella homicida!
¡Quién no cambiara su vida
por tan dulcísima muerte!

Y sólo de angustias lleno,
me es más que todo crüel,
el que ese mirar sereno,
sea para mí veneno,
siendo para todos miel.





ACHAQUES DE LA VEJEZ

No confíes ni estribes sobre la
caña hueca, porque toda carne
es heno y toda su gloria caerá
como una flor.
(KEMPIS, lib. XI, cap. VII.)


I
Si no me ataran los pies
la gota, y lo que no lo es,
contigo iría hasta el fin
de este encantado jardín.
¡Rompamos la marcha, pues!
¡Ea! A la una, a las dos,
a las... ¡por vida de Dios!,
tenme, no me caiga, Inés.

II
¡Ah! ¡Cómo enciende de amor,
de tus ojos el color,
el mismo con que Rafael
nos pinta la caridad!
A su dulce claridad,
cien vueltas a este vergel
diera de buen grado, Inés.
Mas ¿qué importa ¡maldición!
que me arrastre el corazón,
si me flaquean los pies?

III
¡Bien! De nuevo tu beldad
nueva extensión da a mi ser,
y de mi primera edad
ya casi siento el placer.
Inés, ¡qué felicidad
si ahora a mi voluntad
igualase mi poder!
Ya di un paso. ¡Vuelve a mi,
fuego de mi corazón,
de ese éter universal
donde en deliquio inmortal,
de expansión en expansión,
toda la vida vertí!
Otro paso. ¡Bien! ¡Muy bien!
Como el de Venus, también,
Inés, tu talle español
arrastra a cuantos lo ven,
subiendo, de sol en sol,
derechos hasta el Edén.
¿Ves? Ya me siento ascender:
demos la vuelta hasta el fin
de este encantado jardín.
¡A ver cómo marcho, a ver!
¿Dices que tiemblo? ¡No... no...
es que la tierra, cual yo,
vibra también de placer!
¿Oyes? ¡Cuán bien con su amor
celebra ese ruiseñor
nuestro epitalamio actual!...
Pero por vida de tal,
que a los tres pasos, Inés,
del exceso del sentir
se me van algo los pies...
Y además, al percibir
cómo me hiela el sudor,
ya comienzo a presentir
que ese inocente cantor
a la entrada del Edén,
en vez de este mutuo amor,
acaso ¡fatalidad!
está cantando más bien
¡mi unión con la eternidad!

IV
¡Ay, Inés! ¡No puedo más!
Pongamos al viaje fin.
Aquí estoy bien, y además
siempre está donde tú estás
el oasis del jardín.
¡Gracias, mi esposa! ¡Tú aun crees
que este corazón senil
no es un árbol sin calor,
cuando con tan tierno amor,
mi mano coges, Inés,
con el mismo aire gentil
con que se coge una flor!
¡Ay! Ignora tu bondad,
como ignoró mi ilusión
que es inútil la beldad
cuando ya en el corazón
queda sólo la razón,
¡flor de la esterilidad!
Sentémonos, pues, aquí,
a las puertas del Edén;
y mientras maldigo así
este cuerpo baladí,
perdona el error de quien
se está muriendo por ti.
Muriéndome, Inés, ¡sí! ¡Sí!
por eso creyendo voy
que, evaporado, ya soy
errante espectro de mí.

V
Mas si no alcanzo al honor
de dar dos vueltas o tres,
no es por falta de valor,
como tú sabes, Inés;
tan solamente ¡oh dolor!
por estos malditos pies
no puedo entrar, como ves,
en el templo del amor.
Y ya que has llegado a ver
que para poder entrar
sólo me falta tener
los pies que me han de llevar,
te prometo, hermosa Inés,
que en cuanto yo, tenga pies,
en ti, por ti, y para ti
iré hasta el templo que ves,
y alguna vez más allá...
¿Dices que ahora? ¡Ay de mí!
La voluntad está aquí;
mas ¿y los píes? ¡Ahí está!...





ADIÓS PARA SIEMPRE

A. Carolina

Porque no infiel juzguéis a mi memoria,
aunque os digo, «por siempre», al huir de vos,
la eternamente lamentable historia
vais a escuchar de mi primer «adiós».

«Era una niña como vos afable,
lozana, y pura y celestial cual vos».
¡Quién al dejar a un ser tan adorable,
podrá decirle: «¡Para siempre adiós!»

«Partí... y la fama me contó su muerte».
¡Guárdeos el cielo de su suerte a vos!
Y al recordar su abominable suerte,
dejad que os diga: «¡Para siempre adiós!»

Pues siempre, herido de dolor tan fiero,
desde aquel día, como ahora a vos,
a cuantos seres con el alma quiero,
¡«adiós», les digo, «para siempre adiós»!





AL RÍO NAVIA

Déjame ver ¡oh fugitivo espejo!
pintada en tu cristal la patria mía;
déjame ver a tu falaz reflejo
el sitio de mi cuna se mecía.

Tú el primer canto de mi amor oíste;
al nacer, tu saludo fue el primero;
tu mi primer vagido recogiste;
recogerás también el ¡ay! postrero.

Tu margen florida
pisé siendo niño,
y al ver tanto aliño
en torno de ti,
ensueños hermosos
forjaba la mente,
creyendo inocente
que el mundo era así.

Vi alegre en tus aguas
la vega pintada;
de flores cercada
la vida soñé;
mas eran ilusos
tus varios colores,
y abrojos sin flores
tan sólo encontré.

Bullendo sonoro
meció tu murmullo
con plácido arrullo
mi edad infantil,
y yo, pobre niño,
pensé, Navia, que era
pensil tu ribera,
tus aguas pensil.

Mas ¡ay! que las flores
que tú retratabas,
y al prado encelabas,
florido rival,
ansioso mi anhelo
quería gozarlas;
pero iba a tocarlas,
y hallaba cristal.

Si fueron tus flores
mentidas visiones,
y mis ilusiones
se fueron en pos,
¡ay Navia! lloremos
engaños que vimos,
pues locos mentimos,
mentimos los dos.

Inquieto en tus aguas
el viento remueve
montañas de nieve
en playas de azul,
brillando en sus cumbres
zafir y esmeralda,
su líquida falda
bordada de tul.

Entre algas y arenas
serpeas errante,
cual mole ondeante
de inmenso reptil,
sirviéndote fácil
de aliento la bruma,
de escamas la espuma
que flota gentil.

Cien veces mi patria
miré a tu reflejo,
magnífico espejo
de limpio cristal;
y al verla en tus aguas
mecerse bullente,
ilusa la mente
juzgábala igual.

Robusto en el valle
tendiéndote manso,
con blando descanso
te huelgas en él;
trocando tus perlas
por sus esmeraldas,
ciñendo guirnaldas
de rosa y clavel.

Si ansiosa mi vista
de sombras y tules,
tus ondas azules
tal vez consultó,
bullir en el fondo
veía tu hielo,
la vega y el cielo,
las flores y yo.

Si fueron mentidas
tan bellas visiones,
y mis ilusiones
se fueron en pos:
¡ay Navia! lloremos
engaños que vimos,
pues locos mentimos,
mentimos los dos.

Río, que invades copioso
del hondo valle la anchura,
refrena e curso abundoso;
que tras de este valle umbroso,
te aguarda la sepultura.

Cese tu vana jactancia,
cesa de ir tan vano, cesa;
porque en tu loca arrogancia
vas midiendo la distancia
que hay de la cuna a la huesa.

En esa orilla inmediata,
ante ese mar inmortal,
tu mole allí se desata,
y hundes la frente de plata
en su seno de cristal.

Y entonces, adiós mis sueños,
adiós tus flores mentidas;
pues tú entre giros risueños,
y yo entre gratos ensueños
acabamos nuestras vidas.

Y si ambos fuimos en pos
de sueños, teniendo en poco
el mundo real, vive Dios,
que ignoro cuál de los dos
ha sido, Navia, más loco.

Que a la luz de la pasión
los sentidos se embelesan;
pero al llegar la razón,
plomo los párpados son,
que sobre los ojos pesan.

Adiós, Navia; en tu jactancia
cesa de ir tan vano, cesa;
no olvides que en tu arrogancia
vas midiendo la distancia
que hay de la cuna a la huesa.





AMAR AL VUELO

A la niña Asunción de Zaragoza y del Pino.

I
Así, niña encantadora,
porque tus gracias no roben,
las huellas que el tiempo deja,
juega como niña ahora,
como niña cuando joven,
como joven cuando vieja.
Por mis muchos desengaños,
te ruego, Asunción querida,
que ames mientras tengas vida
como amas a los seis años.
Justamente, de ese modo;
amando desamorada;
así, no queriendo nada;
esto es, queriéndolo todo:
anhelante y sin anhelo,
ya resuelta, ya indecisa,
pasa de la risa al duelo,
pasa del duelo a la risa;
así, de prisa, de prisa:
todo «al vuelo», todo «al vuelo».

II
Sé amorosa y nunca amante:
lleva a la vejez tu infancia;
sé constante en la inconstancia,
o en la inconstancia constante;
que en amor creen los más duchos,
contra los que son más locos,
que en vez de los pocos muchos,
valen más los muchos pocos.
Y cuando, tu labio bese,
que formule un beso insápido,
inerte, estentóreo y rápido...
Pues... así, lo mismo que ese.
Nunca beses como loca,
besa como una loquilla;
jamás, jamás en la boca,
siempre, siempre en la mejilla;
ten presente que la abeja,
queriendo entrañar la herida,
la desventurada deja
entre la muerte la vida.

III
¡Sí! Si lo mismo, que hoy eres
la hermosa entre las hermosas,
ser, mientras vivas, quisieres
dichosa entre las dichosas,
tal ha de ser tu divisa:
amar muy poco y de prisa,
como hacen las mariposas;
aunque no importa realmente
que ames infinitamente,
si amas infinitas cosas.

IV
Son tan cuerdos mis consejos,
que me atreveré a jurarte
por mis ojos que, aunque viejos,
aun, Asunción, al mirarte,
aspiran a ser espejos,
que aplicando estos consejos
a mi vejez, todavía
pienso curar, hija mía,
de mi corazón las llagas;
llagas ¡ay! que no tendría,
si yo hubiera hecho algún día
lo que te aconsejo que hagas.

V
Para ver si es verdadero
lo que un apóstol revela,
-que lo fijo es pasajero,
que sólo es real lo que «vuela»,-
tiende el rostro, hermosa niña,
como ese cielo sereno,
ya al cielo, ya a la campiña,
y verás de una mirada
que es lo más rico o más bueno
lo que vuela o lo que nada,
como la espuma en los mares
en el cielo los fulgores,
en los árboles las flores,
los celajes en el viento,
en el viento los sonidos,
la vida en nuestros sentidos,
y en la vida el pensamiento.
Sigue el plan a que te exhorto,
amando «al vuelo» hazte cargo
que el viaje es largo, ¡muy largo!...
y el tiempo es corto, ¡muy corto!...
Sé ligera, no traidora;
sopla el fuego que no abrasa,
quiere, como el que no quiere;
sea siempre, como ahora,
tu llanto, nube que pasa,
tu risa, luz que no muere.
Ama mucho, mas de modo
que estés siempre enamorada
de un cierto todo que es nada,
de un cierto nada que es todo.
Si ríes, olvida el duelo;
si lloras, pasa a la risa;
así... de prisa, de prisa;
todo «al vuelo», todo «al vuelo».





AMAR Y QUERER

A la infiel más infiel de las hermosas
un hombre la quería y yo la amaba;
y ella a un tiempo a los dos nos encantaba
con la miel de sus frases engañosas.

Mientras él, con sus flores venenosas,
queriéndola, su aliento emponzoñaba,
yo de ella ante los pies, que idolatraba,
acabadas de abrir echaba rosas.

De su favor ya en vano el aire arrecia;
mintió a los dos y sufrirá el castigo
que uno la da por vil, y otro por necia.

No hallará paz con él, ni bien conmigo:
él, que sólo la quiso, la desprecia;
yo, que tanto la amaba, la maldigo.





AMOR CONYUGAL

Caer al río el viento un nido deja,
y al verlo un ave, en pos vuela piando,
porque dentro, sus huevos empollando,
flota embarcada su infeliz pareja.

Con el nido que, hundiéndose, se aleja,
naufraga el ave fiel que va criando,
y el esposo, después, vaga exhalando
de árbol en árbol queja tras de queja.

Creciendo sin cesar su pío, pío,
donde el nido se hundió los ojos clava,
como diciendo así:- ¡Pobre amor mío!-

Y un día al fin, que su dolor se agrava,
se esfuerza, vuela, muere, cae al río,
se sumerge, suena alga... y todo acaba.





AMOR Y CELOS

Por todo lo del mundo no daría
el amor que te tengo todavía:
en cambio, prenda amada,
el que me tienes tú, lo doy por nada.





AMOR Y GLORIA

Sobre arena y sobre viento
lo ha fundado el cielo todo,
lo mismo el mundo del lodo
que el mundo del sentimiento.
De amor y gloria el cimiento
sólo aire y arena son.
¡Torres, con que la ilusión
mundo y corazones llena,
las del mundo sois arena,
y aire las del corazón.





AMOR Y VANIDAD

Al cuello de una humilde golondrina
ató un cordón Inés,
la dio cien besos, la llamó «divina»,
y la soltó después.

Voló la golondrina libremente,
y, al tiempo que voló,
vio una zarza ondular sobre una fuente,
y en ella se posó.

Contemplaba en el agua que corría
su collar carmesí,
y, charlando, parece que decía:
«¡Qué hermosa estoy así!»

Fue de nuevo a volar la golondrina,
mas con desdicha tal,
que el cordón, enredado en una espina,
le sirvió de dogal.

Cuando la prenda de su amor ahorcada
ve a la primera luz,
llora por ella Inés, arrodillada,
con las manos en cruz.

Si en un rapto de amor a lo divino
pecó por presunción,
hoy castiga con creces el destino
su amor y su ambición.

¡Oh sabio rey! ¡De todas tus verdades,
es la mayor verdad
que el mundo es «vanidad de vanidades»,
y todo «vanidad».





AMORES DE ULTRATUMBA

I
Que le enterrasen mandó
Almanzor el aguerrido,
entre el polvo recogido
en las batallas que dio.

II
De una muerta que adoré,
y a la que nunca he olvidado,
cuando me muera, enterrado
entre sus restos seré.

III
¡Yo, más feliz que Almanzor,
en mortaja diferente,
gozaré perfectamente,
si él la «gloria», yo el «amor»!





CANCIÓN

A la gloriosa memoria de las víctimas
del Dos de Mayo de 1808.

El sol sus alas replegó luciente,
y la noche callada el manto oscuro
en luengo cerco derramó sombría.
Vierten los astros su fulgor doliente,
y entre las sombras se destaca puro,
remedo incierto de la luz del día.
¡Tal de la suerte mía
la luz brilla insegura
entre la niebla oscura!

Ahora, pues, bajo el nocturno manto
muestras daré de mi desdicha extrema;
y cual presagio del famoso canto
que a alzar me impele inspiración suprema,
¡rompa el acerbo llanto
que mis entrañas reprimido quema!

Auras, volad, y de fragancia henchidas
templad el fuego que mi frente abrasa,
mansa flotando en invisible giro.
Entre las nubes, con fragor hendidas,
su virgen luz, cual transparente gasa,
mece la luna que extasiado admiro.
Me parece que miro
a sus tibios reflejos
vagar allá a lo lejos
cual húmedo vapor de hedionda tumba,
de Napoleón la sombra venerada;
y cuando ronco el aquilón retumba
la vaga esfera de la luz turbada,
¡me parece que zumba
en torrente de sangre desatada!

¡Sombra execrable! Maldecida sombra
que levantó para asentar su trono
de humanos cuerpos funeral montaña!
El manto azul del cielo por alfombra
creyó tender en su rabioso encono,
y ahogó rugiendo su impotente saña.
Soldados, dijo, España
nuestra esclava se vea,
un muro en ella sea
de insepultos cadáveres alzado
que llene de terror a las naciones.
Luego a rumor del atambor doblado
se alzó el muro, rodaron tus pendones,
y en él viste apilado
el magnífico tren de tus legiones.

Al ver su oprobio aterrador el Sena
turbio en las rocas con sonoro estruendo
bate furioso la revuelta frente,
cual herida serpiente que la arena
escarba airada, y con silbar horrendo
en vano aguza el venenoso diente.
¡Tirano, muge hirviente,
cuán cara fue a la Francia
tu funesta arrogancia!
Y al repetir este rumor, tonante
la última esfera de los cielos toca,
y embravecido, hinchado, ondisonante,
con cuanto encuentra sin concierto choca
y se arrastra bramante
con brusco murmurar de roca en roca.

¡Ay! Del cañón al fúnebre estampido
que el bronco trueno imita, cuando alado,
asorda el aire en revoltoso vuelo;
y al revolar del humo esparcido
que en las alas del aura reclinado
viste de luto el encendido cielo;
aferradas al suelo
las víctimas gloriosas,
que ha poco victoriosas
Independencia y libertad gritaron,
se vieron sin defensas maniatadas.
Y al ¡ay! de muerte que después lanzaron,
sus cadenas, de púrpura manchadas,
a la faz arrojaron
del sangriento Murat pulverizadas.

Contra vuestro poder la tiranía
en vano desató su furia brava,
que al sentir vuestro esfuerzo soberano,
la vil corona, que adornó algún día
con una flor cada nación esclava,
se marchitó en las sienes del tirano.
Todo el linaje humano
su carroza triunfante
iba a hollar rechinante,
cuando opusisteis a su fiera saña
vuestro ardor cabe el lento Manzanares,
a sus huestes gritando: ¡Gente extraña,
dad un adiós a vuestros patrios lares;
sólo saldréis de España
surgiendo el fondo de sangrientos mares!

¡Salve, cenizas! ¡Salve, oh ricas prendas!
que humedezca dejad, restos sagrados,
con lloro estéril vuestras frías losas.
Jamás os faltarán verdes ofrendas,
o no tendrán en sus floridos prados
ni laureles abril ni el mayo rosas.
¡Perdón, sombras gloriosas
si mi lira naciente
no os canta dignamente!
Con el llanto sus cuerdas empapadas
sordas vibran confusa melodía.
¡Si no fuisteis por mí, sombras amadas,
loadas con dulcísima armonía,
al menos sí cantadas
con toda la efusión del alma mía!





CONTRADICCIONES

Se halla con su amante Rosa
a solas en un jardín,
y ya a su empresa amorosa
iba tocando a su fin,
cuando ella entre la arboleda
trasluce el grupo encantado
en que, en cisne transformado,
ama Júpiter a Leda;
y encendida de rubor,
viendo el grupo repugnante,
se alza, rechaza al amante,
y exclama huyendo: ¡Qué horror!
Corrida del mal ejemplo,
entra a rezar en un templo;
mas al ver Rosa el ardor
con que el altar mayor
una Virgen de Murillo
besa a un niño encantador,
volvió en su pecho sencillo
la llama a arder del amor.
¿Será una ley natural,
como afirma no sé quién,
que por contraste fatal
lleva un mal ejemplo al bien
y un ejemplo bueno al mal?





DOLORAS

Amor y gloria
¡Sobre arena y sobre viento
lo ha fundado el cielo todo!
Lo mismo el mundo de el lodo
que el mundo del sentimiento.
De amor y gloria el cimiento
sólo aire y arena son.
¡Torres con que la ilusión
mundo y corazones llena;
las del mundo sois arena,
y aire las del corazón!





EL AMAR Y EL QUERER

A la infiel más infiel de las hermosas
un hombre la quería y yo la amaba;
y ella a un tiempo a los dos nos encantaba
con la miel de sus frases engañosas.

Mientras él, con sus flores venenosas,
queriéndola, su aliento empozoñaba,
yo de ella ante los pies, que idolatraba,
acabadas de abrir echaba rosas.

De su favor ya en vano el aire arrecia;
mintió a los dos, y sufrirá el castigo
que uno le da por vil, y otro por necia.

No hallará paz con él, ni bien conmigo
él, que sólo la quiso, la desprecia;
yo, que tanto la amaba, la maldigo.





EL OJO DE LA LLAVE

     No te ocupes de cosas ajenas ni
     te entremetas en las cosas de los
     mayores
     Kempis, lib. XI.I


I. A los quince años

Dos hablan dentro muy quedo;
Rosa, que a espiar comienza,
oye lo que le da miedo,
ve lo que le da vergüenza.
Pues ¿qué hará, que así la espanta,
su amiga, a quien cree una santa?
No sé qué le da sonrojo,
mas... debe ser algo grave
por el ojo,
por el ojo de la llave.

El corazón se le salta
cuando oye hablar, y después
mira..., mira... y casi falta
la tierra bajo sus pies.
¡Ay! Si ya a vuestra inocencia
no desfloró la experiencia,
no miréis por el anteojo
del rayo de luz que cabe
por el ojo,
por el ojo de la llave.

Desde que a mirar empieza,
de un volcán la ebullición
sube a encender su cabeza,
va a inflamar su corazón.
Claro, el ser que piensa y siente
siempre, cual ella, en la frente
tendrá del pudor el rojo
cuando de mirar acabe
por el ojo,
por el ojo de la llave.

De aquel anteojo a merced
mira más..., y más... y más...
y luego siente esa sed
que no se apaga jamás.
Mas ¿qué ve tras de la puerta
que tanto su sed despierta?
¿Qué? Que, a pesar del cerrojo,
ve de la vida la clave
por el ojo,
por el ojo de la llave.

Haciendo al peligro cara,
ve caer su ingenuidad
la barrera que separa
la ilusión de la verdad.
Pero ¿qué ha visto, señor?
Yo sólo diré al lector
que no hallará más que enojo
todo el que la vista clave
por el ojo,
por el ojo de la llave.

Siguen sus ojos mirando
que habla un hombre a una mujer,
y van su cuerpo inundando
oleadas de placer.
Su amiga, de gracia llena,
¿no es muy buena? ¡Ah!, ¡sí, muy buena!...
Pero ¿hay alguien cuyo arrojo
de ser mirado se alabe
por el ojo,
por el ojo de la llave?

II. A los treinta años

Mas, quince años después, Rosa ya sabe
con ciencia harto precoz
que el mirar por el ojo de la llave
es un crimen atroz.
Una noche de abril, a un hombre espera:
l a humedad y el calor
siempre son en la ardiente primavera
cómplices del amor.
Húmeda noche tras caliente día...
Rosa aguarda febril.
¡Cuánta virtud sobre la tierra habría
si no fuera el abril!
Y como ella ya sabe lo que sabe,
después que el hombre entró,
de hacia el frente del ojo de la llave
cual de un espectro huyó.
y cuando al lado de él, junto a él sentada,
en mudo frenesí
se hablan ambos de amor sin decir nada,
Rosa prorrumpe así:
«¿El ojo de la llave está cerrado?
¡Ay, hija de mi amor!
Si ella mirase, como yo he mirado...
Voy a cerrar mejor.»





EL TREN EXPRESO

     Al ingeniero de caminos el célebre escritor
     don José de Echegaray, su admirador y amigo.


Canto primero: la noche

I
Habiéndome robado el albedrío
un amor tan infausto como mío,
ya recobrados la quietud y el seso,
volvía de Paris en tren expreso;
y cuando estaba ajeno de cuidado,
como un pobre viajero fatigado,
para pasar bien cómodo la noche
muellemente acostado,
al arrancar el tren subió a mi coche,
seguida de una anciana,
una joven hermosa,
alta, rubia, delgada y muy graciosa,
digna de ser morena y sevillana.

II
Luego, a una voz de mando
por algún héroe de las artes dada,
empezó el tren a trepidar, andando
con un trajín de fiera encadenada.
Al dejar la estación, lanzó un gemido
la máquina, que libre se veía,
y corriendo al principio solapada
cual la sierpe que sale de su nido,
ya al claro resplandor de las estrellas,
por los campos, rugiendo, parecía
un león con melena de centellas.

III
Cuando miraba atento
aquel tren que corría como el viento,
con sonrisa impregnada de amargura
me preguntó la joven con dulzura:
«¿Sois español?». Y su armonioso acento,
tan armonioso y puro, que aun ahora
el recordarlo sólo me embelesa,
«Soy español» la dije; «¿y vos, señora?».
«Yo», dijo, «soy francesa.»
«Podéis», la repliqué con arrogancia,
«la hermosura alabar de vuestro suelo,
pues creo, como hay Dios, que es vuestra Francia
un país tan hermoso como el cielo.»
«Verdad que es el país de mis amores,
el país del ingenio y de la guerra;
pero en cambio», me dijo, «es vuestra tierra
la patria del honor y de las flores:
no os podéis figurar cuánto me extraña
que, al ver sus resplandores,
el sol de vuestra España
no tenga, como el de Asia, adoradores.»
Y después de halagarnos obsequiosos
del patrio amor el puro sentimiento,
entrambos nos quedamos silenciosos
como heridos de un mismo pensamiento.

IV
Caminar entre sombras es lo mismo
que dar vueltas por sendas mal seguras
en el fondo sin fondo de un abismo.
Juntando a la verdad mil conjeturas,
veía allá a lo lejos, desde el coche,
agitarse sin fin cosas oscuras,
y en torno, cien especies de negruras
tomadas de cien partes de la noche.
¡Calor de fragua a un lado, al otro frío!...
¡Lamentos de la máquina espantosos
que agregan el terror y el desvarío
a todos estos limbos misteriosos!...
¡Las rocas, que parecen esqueletos!...
¡Las nubes con extrañas abrasadas!...
¡Luces tristes! ¡Tinieblas alumbradas!...
¡El horror que hace grandes los objetos!...
¡Claridad espectral de la neblina!
¡Juegos de llama y humo indescriptibles!...
¡Unos grupos de bruma blanquecina
esparcidos por dedos invisibles!
¡Masas informes..., límites inciertos!...
¡Montes que se hunden! ¡Árboles que crecen!...
¡Horizontes lejanos que parecen
vagas costas del reino de los muertos
¡Sombra, humareda, confusión y nieblas!...
¡Acá lo turbio..., allá lo indiscernible...,
y entre el humo del tren y las tinieblas,
aquí una cosa negra, allí otra horrible!

V
¡Cosa rara! Entretanto,
al lado de mujer tan seductora
no podía dormir, siendo yo un santo
que duerme, cuando no ama, a cualquier hora.
Mil veces intenté quedar dormido,
mas fue inútil empeño:
admiraba a la joven, y es sabido
que a mí la admiración me quita el sueño.
Yo estaba inquieto, y ella,
sin echar sobre mí mirada alguna,
abrió la ventanilla de su lado
y, como un ser prendado de la luna,
miró al cielo azulado;
preguntó, por hablar, qué hora sería,
y al ver correr cada fugaz estrella,
«Ved un alma que pasa», me decía.

VI
«¿Vais muy lejos?», con voz ya conmovida
le pregunté a mi joven compañera.
«Muy lejos», contestó; «¡voy decidida
a morir a un lugar de la frontera!»
Y se quedó pensando en lo futuro,
su mirada en el aire distraída
cual se mira en la noche un sitio oscuro
donde fue una visión desvanecida.
«¿No os habrás divertido»,
la repliqué galante,
«la ciudad seductora
en donde todo amante
deja recuerdos y se trae olvido?»
«¿Lo traéis vos?», me dijo con tristeza.
«Todo en Paris lo hace olvidar, señora»,
le contesté, «la moda y la riqueza.
Yo me vine a Paris desesperado,
por no ver en Madrid a cierta ingrata.»
«Pues yo vine», exclamó, «y hallé casado
a un hombre ingrato a quién amé soltero.»
«Tengo un rencor», le dije, «que me mata.»
«Yo una pena», me dijo, «que me muero.»
Y al recuerdo infeliz de aquel ingrato,
siendo su mente espejo de mi mente,
quedándose en silencio un grande rato
pasó una larga historia por su frente.

VII
Como el tren no corría, que volaba,
era tan vivo el viento, era tan frío,
que el aire parecía que cortaba:
así el lector no extrañará que, tierno,
cuidase de su bien más que del mío,
pues hacía un gran frío, tan gran frío,
que echó al lobo del bosque aquel invierno.
Y cuando ella, doliente,
con el cuerpo aterido,
«Tengo frío», me dijo dulcemente
con voz que, más que voz, era un balido,
me acerqué a contemplar su hermosa frente,
y os juro, por el cielo,
que, a aquel reflejo de la luz escaso,
la joven parecía hecha de raso,
de nácar, de jazmín y terciopelo;
y creyendo invadidos por el hielo
aquellos pies tan lindos,
desdoblando mi manta zamorana,
que tenía más borlas, verde y grana
que todos los cerezos y los guindos
que en Zamora se crían,
cual si fuese una madre cuidadosa,
con la cabeza ya vertiginosa,
la tapé aquellos pies, que bien podrían
ocultarse en el cáliz de la rosa.

VIII
¡De la sombra y el fuego al claroscuro
brotaban perspectivas espantosas,
y me hacía el efecto de un conjuro
al reverberar en cada muro
de las sombras las danzas misteriosas!...
¡La joven que acostada traslucía
con su aspecto ideal, su aire sencillo,
y que, más que mujer, me parecía
un ángel de Rafael o de Murillo!
¡Sus manos por las venas serpenteadas
que la fiebre abultaba y encendía,
hermosas manos, que a tener cruzadas
por la oración habitual tendía...
¡sus ojos, siempre abiertos, aunque a oscuras,
mirando al mundo de las cosas puras!
¡su blanca faz de palidez cubierta!
¡Aquel cuerpo a que daban sus posturas
la celestial fijeza de una muerta!...
Las fajas tenebrosas
del techo, que irradiaba tristemente
aquella luz de cueva submarina;
y esa continua sucesión de cosas
que así en el corazón como en la mente
acaban por formar una neblina!...
¡Del tren expreso la infernal balumba!...
¡La claridad de cueva que salía
del techo de aquel coche, que tenía
la forma de la tapa de una tumba!...
¡La visión triste y bella
de sublime concierto
de todo aquel horrible desconcierto,
me hacía traslucir en torno de ella
algo vivo rondando un algo muerto!

IX
De pronto, atronadora,
entre un humo que surcan llamaradas,
despide la feroz locomotora
un torrente de notas aflautadas,
para anunciar, al despertar la aurora,
una estación que en feria convertía
el vulgo con su eterna gritería,
la cual, susurradora y esplendente,
con las luces del gas brillaba enfrente;
y al llegar, un gemido
lanzando prolongado y lastimero,
el tren en la estación entró seguido
cual si entrase un reptil a su agujero.


Canto segundo: el día

I
Y continuando la infeliz historia,
que aún vaga como un sueño en mi memoria,
veo al fin, a la luz de la alborada,
que el rubio de oro de su pelo brilla
cual la paja de trigo calcinada
por agosto en los campos de Castilla.
Y con semblante cariñoso y serio,
y una expresión del todo religiosa,
como llevando a cabo algún misterio,
después de un «¡Ay, Dios mío!»
me dijo, señalando un cementerio:
«¡Los que duermen allí no tienen frío!»

II
El humo, en ondulante movimiento,
dividiéndose a un lado y a otro lado,
se tiende por el viento
cual la crin de un caballo desbocado.
ayer era otra fauna, hoy otra flora;
verdura y aridez, calor y frío;
andar tantos kilómetros por hora
causa al alma el mareo del vacío;
pues salvando el abismo, el llano, el monte.
con un ciego correr que al rayo excede,
en loco desvarío
sucede un horizonte a otro horizonte
y una estación a otra estación sucede.

III
Más ciego cada vez por su hermosura
de la mujer aquella,
al fin la hablé con la mayor ternura,
a pesar de mis muchos desengaños;
porque al viajar en tren con una bella
va, aunque un poco al azar y a la ventura,
muy deprisa el amor a los treinta años.

Y «¿Adónde vais ahora?»,
pregunté a la viajera.
«Marcho, olvidada por mi amor primero»,
me respondió sincera,
«a esperar el olvido un año entero.»
«Pero, ¿y después?», le pregunté, «señora?»
«Después», me contestó, «¡lo que Dios quiera!»

IV
Y porque así sus penas distraía,
las mías le conté con alegría
y un cuento amontoné sobre otro cuento,
mientras ella, abstrayéndose, veía
las gradaciones de color que hacía
la luz descomponiéndose en el viento.
Y haciendo yo castillos en el aire,
o, como dicen ellos, en España,
la referí, no sé si con donaire,
cuentos de Homero y de Maricastaña.
En mis cuadros risueños,
pintando mucho amor y mucha pena,
como el que tiene la cabeza llena
de heroínas francesas y de ensueños,
había cada llama
capaz de poner fuego al mundo entero;
y no faltaba nunca un caballero
que, por gustar solícito a su dama,
la sirviese, siendo héroe, de escudero.
Y ya de un nuevo amor en los umbrales,
cual si fuese el aliento nuestro idioma,
más bien que con la voz, con las señales,
esta verdad tan grande como un templo
la convertí en axioma:
que para dos que se aman tiernamente,
ella y yo, por ejemplo,
es cosa ya olvidada por sabida
que un árbol, una piedra y una fuente
pueden ser el edén de nuestra vida.

V
Como en amor es credo,
o artículo de fe que yo proclamo,
que en este mundo de pasión y olvido,
o se oye conjugar el verbo te amo,
o la vida mejor no importa un bledo;
aunque entonces, como hombre arrepentido,
al ver una mujer me daba miedo,
más bien desesperado que atrevido,
«Y ¿un nuevo amor», le pregunté amoroso,
«no os haría olvidar viejos amores?»
Mas ella, sin dar tregua a sus dolores,
contestó con acento cariñoso:
«La tierra está cansada de dar flores;
necesito algún año de reposo.»

VI
Marcha el tren tan seguido, tan seguido,
como aquel que patina por el hielo,
y en confusión extraña,
parecen, confundidos tierra y cielo,
monte la nube, y nube la montaña,
pues cruza de horizonte en horizonte
por la cumbre y el llano,
ya la cresta granítica de un monte,
ya la elástica turba del pantano;
ya entrando por el hueco
de algún túnel que horada las montañas,
a cada horrible grito
que lanzando va el tren, responde el eco,
y hace vibrar los muros de granito,
estremeciendo al mundo en sus entrañas;
y dejando aquí un pozo, allí una sierra,
nubes arriba, movimiento abajo,
en laberinto tal, cuesta trabajo
creer en la existencia de la tierra.

VII
Las cosas que miramos
se vuelven hacia atrás en el instante
que nosotros pasamos;
y, conforme va el tren hacia adelante,
parece que desandan lo que andamos;
y a sus puestos volviéndose, huyen y huyen
en raudo movimiento
los postes del telégrafo, clavados
en fila a los costados del camino,
y, como gota a gota, fluyen, fluyen,
uno, dos, tres y cuatro, veinte y ciento,
y formando confuso y ceniciento
el humo con luz un remolino,
no distinguen los ojos deslumbrados
si aquello es sueño, tromba o torbellino.

VIII
¡Oh mil veces bendita
la inmensa fuerza de la mente humana
que así el ramblizo como el monte allana,
y al mundo echando su nivel, lo mismo
los picos de las rocas decapita
que levanta la tierra,
formando un terraplén sobre un abismo
que llena con pedazos de una sierra!
¡Dignas son, vive dios, estas hazañas,
no conocidas antes,
del poderoso anhelo
de los grandes gigantes
que, en su ambición, para escalar el cielo
un tiempo amontonaron las montañas!

IX
Corría en tanto el tren con tal premura
que el monte abandonó por la ladera,
la colina dejó por la llanura,
y la llanura, en fin, por la ribera;
y al descender a un llano,
sitio infeliz de la estación postrera,
le dije con amor: «¿Sería en vano
que amaros pretendiera?
¿Sería como un niño que quisiera
alcanzar a la luna con la mano?»
Y contestó con lívido semblante:
«No sé lo que seré más adelante,
cuando ya soy vuestra mejor amiga.
Yo me llamo Constancia y soy constante;
¿qué más queréis», me preguntó, «que os diga?».
Y, bajando el andén, de angustia llena,
con prudencia fingió que distraía
su inconsolable pena
con la gente que entraba y que salía,
pues la estación del pueblo parecía
la loca dispersión de una colmena.

X
Y con dolor profundo,
mirándome a la faz, desencajada
cual mira a su doctor un moribundo,
siguió: «Yo os juro, cual mujer honrada,
que el hombre que me dio con tanto celo
un poco de valor contra el engaño,
o aquí me encontrará dentro de un año,
o allí...», me dijo, señalando el cielo.
Y enjugando después con el pañuelo
algo de espuma de color de rosa
que asomaba a sus labios amarillos,
el tren (cual la serpiente que, escamosa,
queriendo hacer que marcha, y no marchando,
ni marcha ni reposa)
mueve y remueve, ondeando y más ondeando,
de su cuerpo flexible los anillos;
y al tiempo en que ella y yo, la mano alzando,
volvimos, saludando, la cabeza,
la máquina un incendio vomitando,
grande en su horror y horrible en su belleza,
el tren llevó hacia sí pieza por pieza,
vibró con furia y lo arrastró silbando.


Canto tercero: el crepúsculo
I
Cuando un año después, hora por hora,
hacia Francia volvía
echando alegre sobre el cuerpo mío
mi manta de alamares de Zamora,
porque a un tiempo sentía,
como el año anterior, día por día,
mucho amor, mucho viento y mucho frío,
al minuto final del año entero
a la cita acudí cual caballero
que va alumbrando por su buena estrella;
mas al llegar a la estación aquella
que no quiero nombrar, porque no quiero,
una tos de ataúd sonó a mi lado,
que salía del pecho de una anciana
con cara de dolor y negro traje.
Me vio, gimió, lloró, corrió a mi lado,
y echándome un papel por la ventana:
«Tomad», me dijo, «y continuad el viaje».
y cual si fuese una hechicera vana
que después de un conjuro, en la alta noche
quedase entre la sombra confundida,
la mujer, más que vieja, envejecida,
de mi presencia huyó con ligereza
cual niebla entre la luz desvanecida,
al punto en que, llegando con presteza
echó por la ventana de mi coche
esta carta tan llena de tristeza,
que he leído más veces en mi vida
que cabellos contiene mi cabeza.

II
«Mi carta, que es feliz, pues va a buscaros,
cuenta os dará de la memoria mía.
Aquel fantasma soy que, por gustaros,
juró estar viva a vuestro lado un día.
»Cuando lleve esta carta a vuestro oído
el eco de mi amor y mis dolores,
el cuerpo en que mi espíritu ha vivido
ya durmiendo estará bajo las flores.
»Por no dar fin a la ventura mía,
la escribo larga... casi interminable...
¡Mi agonía es la bárbara agonía
del que quiere evitar lo inevitable!
»Hundiéndose al morir sobre mi frente
el palacio ideal de mi quimera,
de todo mi pasado, solamente
esta pena que os doy borrar quisiera.
»Me rebelo a morir, pero es preciso...
¡El triste vive y el dichoso muere!...
¡Cuando quise morir, dios no lo quiso;
hoy que quiero vivir, Dios no lo quiere!
»¡Os amo, sí! Dejadme que habladora
me repita esta voz tan repetida;
que las cosas más íntimas ahora
se escapan de mis labios con mi vida.
»Hasta furiosa, a mí que ya no existo,
la idea de los celos me importuna;
¡juradme que esos ojos que me han visto
nunca el rostro verán de otra ninguna!
»Y si aquella mujer de aquella historia
vuelve a formar de nuevo vuestro encanto,
aunque os ame, gemid en mi memoria;
¡yo os hubiera también amado tanto!...
»Mas tal vez allá arriba nos veremos,
después de esta existencia pasajera,
cuando los dos, como en le tren, lleguemos
de vuestra vida a la estación postrera.
»¡Ya me siento morir!... El cielo os guarde.
Cuidad, siempre que nazca o muera el día,
de mirar al lucero de la tarde,
esa estrella que siempre ha sido mía.
»Pues yo desde ella os estaré mirando;
y como el bien con la virtud se labra,
para verme mejor, yo haré, rezando,
que Dios de par en par el cielo os abra.
»¡Nunca olvidéis a esta infeliz amante
que os cita, cuando os deja, para el cielo!
¡Si es verdad que me amásteis un instante,
llorad, porque eso sirve de consuelo!...
»¡Oh Padre de las almas pecadoras!
¡Conceded el perdón al alma mía!
¡Amé mucho, Señor, y muchas horas;
mas sufrí por más tiempo todavía!
»¡Adiós, adiós! Como hablo delirando,
no sé decir lo que deciros quiero.
Yo sólo sé de mí que estoy llorando,
que sufro, que os amaba y que me muero.»

III
Al ver de esta manera
trocado el curso de mi vida entera
en un sueño tan breve,
de pronto se quedó, de negro que era,
mi cabello más blanco que la nieve.
De dolor traspasado
por la más grande herida
que a un corazón jamás ha destrozado
en la inmensa batalla de la vida,
ahogado de tristeza,
a la anciana busqué desesperado;
mas fue esperanza vana,
pues, lo mismo que un ciego, deslumbrado,
ni pude ver la anciana,
ni respirar del aire la pureza,
por más que abrí cien veces la ventana
decidido a tirarme de cabeza.
Cuando, por fin, sintiéndome agobiado
de mi desdicha al peso
y encerrado en el coche maldecía
como si fuese en el infierno preso,
al año de venir, día por día,
con mi grande inquietud y poco seso,
sin alma y como inútil mercancía,
me volvió hasta Paris el tren expreso.





HUMORADA

Háblame más... y más..., que tus acentos
me saquen de este abismo;
el día en que no salga de mí mismo,
se me van a comer los pensamientos.





INSPIRACIÓN NOCTURNA

Por el éter resbala melancólica
la luna, y en mi frente se refleja;
a su brillo argentado se asemeja
el color de mi faz.
De la brisa nocturna el ala rápida
sutil bate mi rubia cabellera,
como las hojas de gentil palmera,
balancea fugaz.

Oscuridad, silencio, aspecto tétrico
muestra la noche tácita al ser mío,
sólo me afecta de un lejano río
el parlero rumor;
Que, llevado en las alas de aire trémulo,
se parece, en su plácido murmullo,
al compasado y pavoroso arrullo
del eterno sopor.

Cual volubles vapores, sombras fáciles
antepuestos al sol ocasionaran,
e invisibles, aéreos, se espaciaran
entre la claridad;
Así veo cruzar seres fantásticos
de la luna a los pálidos reflejos,
y vagando se pierden allá lejos
entre la oscuridad.

De vibrátil campana al son profético
exánime ha zumbado en mis oídos
y débiles temblaron mis sentidos
a su fúnebre son.
¡Y pocos mostrarán sus ojos húmedos
a ese sonido que en el viento espira
pues su divina voz no les inspira
Santa meditación!

Todos duermen, menos yo,
todo en el mundo reposa,
la campana enmudeció
el aura sobre la rosa
tranquila se adormeció.
Sordo el río susurrando
me acompaña solamente,
y con su murmullo blando
me hace acordar inocente
que el tiempo se va pasando.
Pero vano mi pensar
se pierde allá con su ruido
los dos iremos a dar
yo al seno del eterno olvido
y él al seno de la mar.
Pues, con sonoros despeños,
va rodando su cristal
por entre prados risueños,
cual la vida del mortal
que se desliza entre sueños.
Están plácidos olores
el viento aromatizando,
los condensados vapores
se posan, perlas formando,
en el cáliz de las flores.
El claro río que abruma,
con sus aguas transparentes,
la yerba que le perfuma,
la matiza con bullentes
globos de nevada espuma.
Y como ancho se dilata,
todo el estrellado coro
en su cristal se retrata...
parecen lágrimas de oro
embutidas sobre plata.
Mas ya la aurora cercana
asoma su frente hermosa

entre celajes de grana,
y traza sendas de rosa
del sol a la luz temprana.
Despiértase el aura leve
al brillar sus lumbres rojas,
y a su movimiento breve
tiemblan las húmedas hojas
del árbol que ondeante mueve.
La flor su botón rompió,
y al sol que nuevo amanece
y que la vivificó,
en holocausto le ofrece
las perlas que recogió.
Todo vuelve a florecer,
todo al ver el sol se aviva,
mas la noche ha de volver...
y en aquesta alternativa
todo camina al no ser.





LA OPINIÓN

¡Pobre Carolina mía,
nunca la podré olvidar!
Ved lo que el mundo decía
viendo el féretro pasar:
Un clérigo: ¡Empiece el canto!
El doctor: ¡Cesó de sufrir!
El padre: ¡Me ahoga el llanto!
La madre: ¡Quiero morir!
Un muchacho: ¡Qué adornada!
Un joven: ¡Era muy bella!
Una moza: ¡Desgraciada!
Una vieja: ¡Feliz ella!
¡Duerme en paz! -dicen los buenos-.
Un filósofo: ¡Uno menos!
Un poeta: ¡Un ángel más!





LA VIRTUD DEL EGOÍSMO

Si anoche no estuve, Flora,
a adorar tu talle hermoso,
es porque soy virtuoso
y me da sueño a deshora.
¡Pecadora!
Ya le contaré a tu madre
que, porque amo mi quietud
y salud,
dijiste hoy a mi compadre:
«¡Qué egoísta es la virtud!»
¿Cómo he de ir con fe no escasa
a ver tus ojos serenos,
si hay cien pasos por lo menos
desde mi casa a tu casa?
Y, ¿qué pasa
al hallarnos frente a frente?...
¿Qué?...tú mientes sin guarismo;
yo lo mismo.
El no ir, por consiguiente,
¿es virtud o egoísmo?
Verbi gratia, el otro día,
al verte de mi amor harta,
puse un bostezo de a cuarta
entre un «paloma» y un «mía» .
Es falsía
la de bostezar amando;
mas si hoy, con más pulcritud
y quietud,
no he ido a amar bostezando,
¿fue egoísmo o fue virtud?
Desde hoy no vuelvo a tu edén
a tomar, Flora, el sereno:
si es por egoísmo, bueno;
y si es por virtud también.
Sí, mi bien:
esto haré por mi salud,
aunque diga tu cinismo
que es lo mismo
la gloria de la virtud
que el triunfo del egoísmo.





LOS DOS MIEDOS

I
Al comenzar la noche de aquel día,
ella, lejos de mí,
«¿Por qué te acercas tanto? - me decía -,
¡Tengo miedo de ti!»

II
Y, después que la noche hubo pasado,
dijo, cerca de mí:
«¿Por qué te alejas tanto de mi lado?
¡Tengo miedo sin ti!»





LOS PROGRESOS DEL AMOR

Así un esposo le escribió a su esposa:
«O vienes o me voy. ¡Te amo de modo
que es imposible que yo viva, hermosa,
un mes lejos de ti!
¡Mi amor es tan profundo, tan profundo,
que te prefiero a todo, a todo!...»
Y ella exclamó: «¡No hay nada en este mundo
que él quiera como a mí!»

Mas pasan unos meses, y la escribe:
«¡Qué hermoso debe estar nuestro hijo amado!
¡Sólo él, él sólo en mis entrañas vive!
Piensa en él más que en ti,
su cuna se pondrá junto a mi cama.
No hay cielo para mí más que a su lado.»
Y ella prorrumpe: «¡Es que, el ingrato, ya ama
al hijo más que a mí!»

Después de algunos años le escribía:
«Espérame. Ya sabes lo que quiero:
mucho orden, mucha paz y economía.
¿Estás? Yo soy así.
Cierra el coche: me espanta el reumatismo;
avísale que voy al cocinero.»
Y ella pensó: «¡Se quiere ya a sí mismo
más que al hijo y a mí!»





MÁS CERCA DE MÍ TE SIENTO

¡Ay! ¡Ay!
Más cerca de mí te siento
cuando más huyo de ti,
pues tu imagen es en mí,
es en mí,
sombra de mi pensamiento,
sombra de mi pensamiento.
¡Ay! Vuélvemelo a decir,
vuélvemelo a decir
pues embelesado ayer
te escuchaba sin oír
y te miraba sin ver,
y te miraba sin ver. ¡Ay!





PARA TU BOCA

Para formar tan hermosa
esa boca angelical,
hubo competencia igual
entre el clavel y la rosa,
la púrpura y el coral.

Mintiendo sombras del bien,
en ella el mal se divisa,
por lo que juntos se ven
ya la apacible sonrisa,
ya el enojoso desdén.

Y en los senos abrasados
engendra con doble holganza,
o con tormentos doblados,
cada risa una esperanza,
cada desdén mil cuidados.

Cual las conchas orientales
en tu boca, y por vencerlas
muestra en riquezas iguales,
cuando desdeña, corales,
y cuando sonríe, perlas.

Y si con sombras de bien
tal vez el mal se divisa,
es porque en ella se ven
guardar la miel de su risa
las flechas de su desdén.

Si a mí su rigor alcanza,
al ver su hermosura, siente
el corazón doble holganza;
y aunque un desdén me atormente,
déme una risa esperanza.

¡Bien haya la dulce boca,
que sólo sus frescos labios
el aura pasando toca;
que haciendo el ámbar agravios,
su miel a gustar provoca!

¡Oh, bien haya cuando ufana
dando enojos a la rosa,
muestra su cerco de grana,
fresca como la mañana,
como el azahar olorosa!

Y si acaso dulcemente
suelta plácida congojas,
ya es el rumor del ambiente,
ya el susurro de las hojas,
ya el murmurar de la fuente.

Si alegres sones respira,
las aves del prado encanta;
y si a vencerlas aspira,
con las que gimen, suspira;
con las que gorjean, canta.

Tu miel, aroma y colores,
rinde en amante oblación,
flor, ante cuyos primores,
mustias é inútiles flores
las flores del valle son.

El néctar más regalado
deja que de amores loco
beba en tu labio abrasado;
para una abeja es sobrado
lo que para muchas poco.

¡Mas ah!, que vertiendo quejas,
me esquivas tu dulce miel;
en vano de una te alejas
si ves que miles de abejas
poblando van el vergel.

¡Ay de la rosa encarnada,
que en su seno de carmín
niega a una abeja la entrada!
Tantas la acosan al fin,
que queda sin miel, y ajada.

¡Ay de las cándidas flores,
si alzan su capullo tierno
del estío a los ardores!
¡Ay del panal si el invierno
lo hiela con sus rigores!

Dame los gustos sin tasa,
pues ves que el sol estival
las tiernas flores abrasa;
mira que amarga el panal
cuando de sazón se pasa.

Ríndete a mí placentera:
no te rinda con agravios
de abejas la turba fiera:
que herir esos dulces labios
herirme en el alma fuera.

De ese tesoro las llaves
dame, y sus dones ardientes
libaré en besos suaves,
sin que lo canten las aves,
ni lo murmuren las fuentes.





PORVENIR DE LAS ALMAS

     Para A. R., en la muerte de su hija

Si de vuestra hija fue estrella
dar tan niña el alma a Dios,
¡ay, feliz mil veces vos!
¡dichosa mil veces ella!
Pues ya huella
las celestiales alturas,
no halle en vos nunca lugar
el pesar,
porque para almas tan puras
«morir es resucitar».

¿Para qué lloráis perdida
esa prenda de amor tierno,
si por un lugar «eterno»
dejó un lugar de «partida»?
Si es la vida
caos de dudas y penas,
¿quién la muerte, al que bien quiere,
no prefiere,
si el que vive, vive apenas,
«y resucita el que muere»?

Siempre, llena de consuelo,
viendo a un ser puro sin vida,
la multitud, de fe henchida,
prorrumpe:- ¡Ángeles al cielo!-
Ni ¿a qué duelo
es mostrar, cuando la carga
de la existencia maldita
Dios nos quita,
si tras de una vida amarga,
«muriendo se resucita»?

No dé a vuestra alma afligida
la más leve pesadumbre
esa negra incertidumbre
del «más allá» de la vida.
Si es mentida
la fe de ulterior solaz,
al menos, los que viviendo
van gimiendo,
en otro mundo de paz
«resucitarán muriendo».

Ya habita, aunque el desconsuelo
os haga implacable guerra,
un «triste» menos la tierra,
y un «dichoso» más el cielo.
De su vuelo
iréis vos, muriendo, en pos,
si a Dios dais en implorar
sin cesar,
pues para justos cual vos
«morir es resucitar».





QUIEN SUPIERAS ESCRIBIR...

«Escribidme una carta, señor cura.»
-Ya sé para quien es.
«¿Sabéis quién es, porque una noche oscura
nos visteis juntos?»
-Pues...
Perdonad; mas... . No extraño ese tropiezo.
La noche... la ocasión...
Dadme pluma y papel. Gracias. Empiezo:
Mi querido Ramón :
«¿Querido...? Pero, en fin, ya lo habéis puesto...»
-Si no queréis...
«¡Sí, sí!»
-¡Qué triste estoy! ¿No es eso?
«Por supuesto.»
¡Qué triste estoy sin ti!»
-Una congoja al empezar me viene ...
«¿Cómo sabéis mi mal?...»
-Para un viejo, una niña siempre tiene
el pecho de cristal.
-¿Qué es sin ti el mundo? Un valle de amargura.
¿Y contigo? Un edén.
«Haced la letra clara, señor cura;
que lo entienda eso bien.»
-El beso aquel que de marchar al punto
te di... «¿Cómo sabéis?...»
-Cuando se va y se viene y se está junto
siempre ... no os afrentéis.
Y si volver tu afecto no procura,
tanto me harás sufrir...
«¿Sufrir y nada más? No, señor cura.
¡Que me voy a morir!»
-¿Morir? ¿Sabéis que es ofender al cielo...?
«Pues sí, señor, ¡morir!»
-Yo no pongo morir. «¡Qué hombre de hielo!
¡Quién supiera escribir!
¡Señor rector, señor rector! En vano
me queréis complacer,
si no encarnan los signos de la mano
todo el ser de mi ser.
Escribidle, por Dios, que el alma mía
ya en mí no quiere estar;
que la pena no me ahoga cada día...
porque puedo llorar.
Que mis labios, las rosas de su aliento,
no se saben abrir;
que olvidan de la risa el movimiento,
a fuerza de sentir.
Que mis ojos, que él tiene por tan bellos,
cargados con mi afán,
como no tienen quién se mire en ellos,
cerrados siempre están.
Que es, de cuantos tormentos he sufrido,
la ausencia el más atroz;
que es un perpetuo sueño de mi oído
el eco de su voz...
Que siendo por su causa, el alma mía
¡goza tanto en sufrir...!
Dios mío, ¡cuántas cosas le diría
si supiera escribir!»

Epílogo

-Pues, señor, ¡bravo amor! Copio y concluyo:
A don Ramón ... en fin,
que es inútil saber para esto arguyo
ni el griego ni el latín.





SONETO

De amor tentado un penitente un día
con nieve un busto de mujer formaba,
y el cuerpo al busto con furor juntaba,
templando el fuego que en su pecho ardía.

Cuanto más con el busto el cuerpo unía,
más la nieve con fuego se mezclaba,
y de aquel santo el corazón se helaba,
y el busto de mujer se deshacía.

En tus luchas ¡oh amor de quien reniego!
siempre se une el invierno y el estío,
y si uno ama sin fe, quiere otro ciego.

Así te pasa a ti, corazón mío,
que uniendo ella su nieve con tu fuego,
por matar de calor, mueres de frío.





VELAS DE AMOR

Velas de amor en golfos de ternura
vuela mi pobre corazón al viento
y encuentra, en lo que alcanza, su tormento,
y espera, en lo que no halla, su ventura,

viviendo en esta humana sepultura
engañar el pesar es mi contento,
y este cilicio atroz del pensamiento
no halla un linde entre el genio y la locura.

¡Ay!, en la vida ruin que al loco embarga,
y que al cuerdo infeliz de horror consterna,
dulce en el nombre, en realidad amarga,

sólo el dolor con el dolor alterna,
y si al contarla a días es muy larga,
midiéndola por horas es eterna.

 

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