A DON FRANCISCO DE SALINAS
A FELIPE RUIZ
A FELIPE RUIZ DE LA TORRE Y MOTA
A IMITACIÓN DEL PETRARCA
A NUESTRA SEÑORA
AGORA CON LA AURORA SE LEVANTA...
AL APARTAMIENTO
AL SALIR DE LA CÁRCEL
AMOR CASI DE UN VUELO ME HA ENCUMBRADO...
DEL CONOCIMIENTO DE SÍ MISMO
EN LA ASCENSIÓN
NOCHE SERENA
ODA A DON FELIPE RUIZ
ODA A LA VIDA RETIRADA
¡OH, CORTESÍA, OH, DULCE ACOGIMIENTO...
VUESTRA TIRANA EXENCIÓN...
A DON FRANCISCO DE SALINAS
El aire se serena
y viste de hermosura y luz no usada,
Salinas, cuando suena
la música extremada
por vuestra sabia mano gobernada.
A cuyo son divino
mi alma que en olvido está sumida,
torna a cobrar el tino,
y memoria perdida
de su origen primera esclarecida.
Y como se conoce,
en suerte y pensamientos se mejora;
el oro desconoce
que el vulgo vil adora,
la belleza caduca engañadora.
Traspasa el aire todo
hasta llegar a la más alta esfera,
y oye allí otro modo
de no perecedera
música, que es de todas la primera.
Ve cómo el gran Maestro
a aquesta inmensa cítara aplicado,
con movimiento diestro
produce el son sagrado
con que este eterno templo es sustentado.
Y como está compuesta
de números concordes,
luego envía consonante respuesta,
y entrambas a porfía
mezclan una dulcísima armonía.
Aquí la alma navega
por un mar de dulzura,
y finalmente en él así se anega,
que ningún accidente
extraño o peregrino oye y siente.
¡Oh desmayo dichoso!
¡oh muerte que das vida! ¡oh dulce olvido!
¡durase en tu reposo
sin ser restituido
jamás a aqueste bajo y vil sentido!
A este bien os llamo,
gloria del Apolíneo sacro coro,
amigo, a quien amo
sobre todo tesoro;
que todo lo demás es triste lloro.
¡Oh! suene de contino,
Salinas, vuestro son en mis oídos,
por quien al bien divino
despiertan los sentidos,
quedando a lo demás amortecidos.
A FELIPE RUIZ
En vano el mar fatiga
la vela portuguesa; que ni el seno
de Persia ni la amiga
Maluca da árbol bueno,
que pueda hacer un ánimo sereno.
No da reposo al pecho,
Felipe, ni la India, ni la rara
esmeralda provecho;
que más tuerce la cara
cuanto posee más el alma avara.
Al capitán romano
la vida, y no la sed, quitó el bebido
tesoro persiano;
y Tántalo, metido
en medio de las aguas, afligido
de sed está; y más dura
la suerte es del mezquino, que sin tasa
se cansa ansí, y endura
el oro, y la mar pasa
osado, y no osa abrir la mano escasa.
¿Qué vale el no tocado
tesoro, si corrompe el dulce sueño,
si estrecha el nudo dado,
si más enturbia el ceño,
y deja en la riqueza pobre al dueño?
A FELIPE RUIZ DE LA TORRE Y MOTA
¿Cuándo será que pueda
libre de esta prisión volar al cielo,
Felipe, y en la rueda
que huye más del suelo,
contemplar la verdad pura sin velo?
Allí a mi vida junto
en luz resplandeciente convertido,
veré distinto y junto
lo que es y lo que ha sido,
y su principio propio y escondido.
Entonces veré cómo
el divino poder echó el cimiento
tan a nivel y plomo,
do estable eterno asiento
posee el pesadísimo elemento.
Veré las inmortales
columnas do la tierra está fundada,
las lindes y señales
con que a la mar airada
la Providencia tiene aprisionada.
Por qué tiembla la tierra,
por qué las hondas mares se, embravecen,
dó sale a mover guerra
el cierzo, y por qué crecen
las aguas del Océano y decrecen.
De dó manan las fuentes;
quién ceba, y quién bastece de los ríos
las perpetuas corrientes;
de los helados fríos
veré las causas, y de los estíos.
Las soberanas aguas
del aire en la región quién las sostiene;
de los rayos las fraguas;
dó los tesoros tiene
de nieve Dios, y el trueno dónde viene.
¿No ves cuando acontece
turbarse el aire todo en el verano?
El día se ennegrece,
sopla el gallego insano,
y sube hasta el cielo el polvo vano;
Y entre las nubes mueve
su carro Dios ligero y reluciente,
horrible son conmueve,
relumbra fuego ardiente,
treme la tierra, humillase la gente.
La lluvia baña el techo,
envían largos ríos los collados;
su trabajo deshecho,
los campos anegados
miran los labradores espantados.
Y de allí levantado
veré los movimientos celestiales,
así el arrebatado
como los naturales,
las causas de los hados, las señales.
Quién rige las estrellas
veré, y quién las enciende con hermosas
y eficaces centellas;
por qué están las dos osas,
de bañarse en el mar siempre medrosas.
Veré este fuego eterno
fuente de vida y luz do se mantiene;
y por qué en el invierno
tan presuroso viene,
por qué en las noches largas se detiene.
Veré sin movimiento
en la más alta esfera las moradas
del gozo y del contento,
de oro y luz labradas,
de espíritus dichosos habitadas.
A IMITACIÓN DEL PETRARCA
Mi trabajoso día
un poco ya a la tarde se inclinaba,
y, libre ya del grave ardor pasado,
las fuerzas recogía,
cuando, sin entender quién me llevaba
a la entrada me hallé de un verde prado,
de flores mil sembrado,
obra do se extremó naturaleza.
El suave olor, la no vista belleza
me convidó a poner allí mi asiento.
¡Ay, triste!, que al momento
la flor quedó marchita
y mi gozo tornó en pena infinita.
De labor peregrina
una casa real vi, cual labrada
ninguna fue jamás por sabio moro:
el muro, plata fina,
de perlas y rubís era la entrada;
la torre de marfil, el techo de oro;
riquísimo tesoro
por las claras ventanas descubría,
y dentro una dulcísima armonía
sonaba, que me puso en esperanza
de eterna bienandanza.
Entré, que no debiera;
hallé por paraíso cárcel fiera.
Cercada de frescura,
más clara que el cristal hallé una fuente
en un lugar secreto y deleitoso;
de entre una peña dura
nacía, y murmurando dulcemente
con su correr hacía el campo hermoso.
Yo, todo deseoso,
lancéme por beber, ¡ay, triste y ciego!
¡Bebí por agua fresca ardiente fuego!
Y, por mayor dolor, el cristalino
curso mudó el camino;
que es causa que muriendo
agora viva en sed y pena ardiendo.
De blanco y colorado
una paloma y de oro matizada,
la más bella y más blanda que se vido,
se vino mansa al lado,
cual una de las dos por quien guiada
la rueda es de quien reina en Pafo, en Gnido.
¡Ay! Yo, de amor vencido,
en el seno la puse, que al instante
el pico en mí lanzó, crüel, tajante,
y me robó del pecho el alma y vida;
y luego, convertida
en águila, alzó el vuelo;
quedé merced pidiendo yo en el suelo.
Al fin vi una doncella
con semblante real de gracia lleno,
de amor rico tesoro y de hermosura;
puesto delante della,
humilde le ofrecía, abierto el seno,
mi corazón y vida con fe pura.
¡Ay, cuán poco el bien dura!
Alegre lo tomó, y dejó bañada
mi alma de dulzor. Mas luego, airada,
de mí se retiró por tal manera,
como si no tuviera
en su poder mi suerte.
¡Ay dura vida! ¡Ay perezosa muerte!
Canción, estas visiones
causan en mí encendida
ansia de fenecer tan triste vida.
A NUESTRA SEÑORA
No viéramos el rostro al padre Eterno
alegre, ni en el suelo al Hijo amado
quitar la tiranía del infierno,
ni el fiero Capitán encadenado;
viviéramos en llanto sempiterno,
durara la ponzoña del bocado,
serenísima Virgen, si no hallara
tal Madre Dios en vos donde encarnara.
Que aunque el amor del hombre ya había hecho
mover al padre Eterno a que enviase
el único engendrado de su pecho,
a que encarnando en vos le reparase,
con vos se remedió nuestro derecho,
hicistes nuestro bien se acrecentase,
estuvo nuestra vida en que quisistes,
Madre digna de Dios, y ansí vencistes.
No tuvo el Padre más, Virgen, que daros,
pues quiso que de vos Cristo naciese,
ni vos tuvistes más que desearos,
siendo el deseo tal, que en vos cupiese;
habiendo de ser Madre, contentaros
pudiérades con serlo de quien fuese
menos que Dios, aunque para tal Madre,
bien estuvo ser Dios el Hijo y Padre.
Con la humildad que al cielo enriquecistes
vuestro ser sobre el cielo levantastes;
aquello que fue Dios sólo no fuistes,
y cuanto no fue Dios, atrás dejastes;
alma santa del padre concebistes,
y al Verbo en vuestro vientre le cifrastes;
que lo que cielo y tierra no abrazaron,
vuestras santas entrañas encerraron.
Y aunque sois Madre, sois Virgen entera,
hija de Adán, de culpa preservada,
y en orden de nacer vos sois primera,
y antes que fuese el cielo sois criada.
Piadosa sois, pues la seriente fiera
por vos vio su cabeza quebrantada;
a Dios de Dios bajáis del cielo al suelo,
del hombre al hombre alzáis del suelo al cielo.
Estáis agora, Virgen generosa,
con la perpetua Trinidad sentada,
do el Padre os llama Hija, el Hijo Esposa,
y el Espíritu Santo dulce Amada.
De allí con larga mano y poderosa
nos repartís la gracia, que os es dada;
allí gozáis, y aquí para mi pluma,
que en la esencia de Dios está la suma.
AGORA CON LA AURORA SE LEVANTA...
Agora con la aurora se levanta
mi Luz; agora coge en rico nudo
el hermoso cabello; agora el crudo
pecho ciñe con oro y la garganta;
agora, vuelta al cielo, pura y santa,
las manos y ojos bellos alza, y pudo
dolerse agora de mi mal agudo;
agora incomparable tañe y canta.
Así digo y del dulce error llevado
presente ante mis ojos la imagino
y lleno de humildad y amor la adoro;
más luego vuelve en sí el engañado
ánimo y, conociendo el desatino,
la rienda suelta largamente al lloro
AL APARTAMIENTO
(ODA XIV)
¡Oh ya seguro puerto
de mi tan luengo error! ¡oh deseado
para reparo cierto
del grave mal pasado!
¡reposo dulce, alegre, reposado!;
techo pajizo, adonde
jamás hizo morada el enemigo
cuidado, ni se asconde
invidia en rostro amigo,
ni voz perjura, ni mortal testigo;
sierra que vas al cielo
altísima, y que gozas del sosiego
que no conoce el suelo,
adonde el vulgo ciego
ama el morir, ardiendo en vivo fuego:
recíbeme en tu cumbre,
recíbeme, que huyo perseguido
la errada muchedumbre,
el trabajar perdido,
la falsa paz, el mal no merecido;
y do está más sereno
el aire me coloca, mientras curo
los daños del veneno
que bebí mal seguro,
mientras el mancillado pecho apuro;
mientras que poco a poco
borro de la memoria cuanto impreso
dejó allí el vivir loco
por todo su proceso
vario entre gozo vano y caso avieso.
En ti, casi desnudo
deste corporal velo, y de la asida
costumbre roto el ñudo,
traspasaré la vida
en gozo, en paz, en luz no corrompida;
de ti, en el mar sujeto
con lástima los ojos inclinando,
contemplaré el aprieto
del miserable bando,
que las saladas ondas va cortando:
el uno, que surgía
alegre ya en el puerto, salteado
de bravo soplo, guía,
apenas el navío desarmado;
el otro en la encubierta
peña rompe la nave, que al momento
el hondo pide abierta;
al otro calma el viento;
otro en las bajas Sirtes hace asiento;
a otros roba el claro
día, y el corazón, el aguacero;
ofrecen al avaro
Neptuno su dinero;
otro nadando huye el morir fiero.
Esfuerza, opón el pecho,
mas ¿cómo será parte un afligido
que va, el leño deshecho,
de flaca tabla asido,
contra un abismo inmenso embravecido?
¡Ay, otra vez y ciento
otras seguro puerto deseado!
no me falte tu asiento,
y falte cuanto amado,
cuanto del ciego error es cudiciado.
AL SALIR DE LA CÁRCEL
Aquí la envidia y mentira
me tuvieron encerrado.
Dichoso el humilde estado
del sabio que se retira
de aqueste mundo malvado,
y con pobre mesa y casa,
en el campo deleitoso
con sólo Dios se compasa,
y a solas su vida pasa,
ni envidiado ni envidioso.
AMOR CASI DE UN VUELO ME HA ENCUMBRADO...
Amor casi de un vuelo me ha encumbrado
adonde no llegó ni el pensamiento;
mas toda esta grandeza de contento
me turba, y entristece este cuidado,
que temo que no venga derrocado
al suelo por faltarle fundamento;
que lo que en breve sube en alto asiento,
suele desfallecer apresurado.
mas luego me consuela y asegura
el ver que soy, señora ilustre, obra
de vuestra sola gracia, y que en vos fío:
porque conservaréis vuestra hechura,
mis faltas supliréis con vuestra sobra,
y vuestro bien hará durable el mío.
DEL CONOCIMIENTO DE SÍ MISMO
En el profundo del abismo estabas
del no ser encerrado y detenido,
sin poder ni saber salir afuera,
y todo lo que es algo en mí faltaba,
la vida, el alma, el cuerpo y el sentido;
y en fin, mi ser no ser entonces era,
y así de esta manera
estuve eternamente
nada visible y sin tratar con gente,
en tal suerte que aun era muy más buena
del ancho mar la más menuda arena;
y el gusanillo de la gente hollado
un rey era, conmigo comparado.
Estando, pues, en tal tiniebla oscura,
volviendo ya con curso presuroso
el sexto siglo el estrellado cielo,
miró el gran Padre, Dios de la natura,
y viome en sí benigno y amoroso,
y sacóme a la luz de aqueste suelo,
vistióme de este velo,
de flaca carne y güeso,
mas diome el alma, a quien no hubiera peso,
que impidiera llegar a la presencia
de la divina e inefable Esencia,
si la primera culpa no agravara
su ligereza y alas derribara
¡Oh culpa amarga, y cuánto bien quitaste
al alma mía! ¡Cuánto mal hiciste!
Luego que fue criada y junto infusa,
tú de gracia y justicia la privaste,
y al mismo Dios contraria la pusiste;
ciega, enemiga, sin favor, confusa,
por ti siempre rehúsa
el bien, y la molesta
la virtud, y a los vicios está presta;
por ti la fiera muerte ensangrentada,
por ti toda miseria tuvo entrada,
hambre, dolor, gemido, fuego, invierno,
pobreza, enfermedad, pecado, infierno.
Así que en los pañales del pecado
fui, como todos, luego al punto envuelto
y con la obligación de eterna pena,
con tanta fuerza y tan estrecho atado,
que no pudiera de ella verme suelto
en virtud propia ni en virtud ajena,
sino de aquella (llena
de piedad tan fuerte)
bondad, que con su muerte a nuestra muerte
mató, y gloriosamente hubo deshecho,
rompiendo el amoroso y sacro pecho,
de donde mana soberana fuente
de gracia y de salud a toda gente.
En esto plugo a la bondad inmensa
darme otro ser más alto que tenía,
bañándome en el agua consagrada;
quedó con esto limpia de la ofensa,
graciosísima y bella el alma mía,
de mil bienes y dones adornada;
en fin, cual desposada
con el Rey de la gloria,
¡oh, cuán dulce y suavísima memoria!,
allí la recibió por cara Esposa,
y allí le prometió de no amar cosa
fuera de él o por él, mientras viviese.
¡Oh, si, de hoy más siquiera, lo cumpliese!
Crecí después y fui en edad entrando;
llegué a la discreción, con que debiera
entregarme a quien tanto me había dado,
y, en vez de esto la lealtad quebrando,
que en el bautismo sacro prometiera
y con mi propio nombre había firmado,
aún no hubo bien llegado
el deleite vicioso
del cruel enemigo venenoso,
cuando con todo di en un punto al traste.
¿Hay corazón tan duro en sí, que baste
a no romperse dentro en nuestro seno,
de pena el mío, de lástima el ajeno?
Más que la tierra queda tenebrosa,
cuando su claro rostro el sol ausenta
y a bañar lleva al mar su carro de oro;
más estéril, más seca y pedregosa,
que cuando largo tiempo está sedienta,
quedó mi alma sin aquel tesoro,
por quien yo plaño y lloro,
y hay que llorar con tino,
pues que quedé sin luz del Sol divino,
y sin aquel rocío soberano,
que obraba en ella el celestial verano;
ciega, disforme, torpe y a la hora
hecha una vil esclava de señora.
¡Oh, Padre inmenso, que inmovible estando
das a las cosas movimiento y vida,
y las gobiernas tan süavemente!,
¿qué amor detuvo tu justicia, cuando
mi alma tan ingrata y atrevida,
dejando a ti, del bien eterno fuente,
con ansia tan ardiente
en aguas detenidas
de cisternas corruptas y podridas,
se echó de pechos ante tu presencia?
¡Oh, divina y altísima clemencia,
que no me despeñases al momento
en el largo profundo del tormento!
Sufrióme entonces tu piedad divina
y sacóme de aquel hediondo cieno,
do, sin sentir aún el hedor, estaba
con falsa paz el ánima mezquina,
juzgando por tan rico y tan sereno
el miserable estado que gozaba,
que sólo deseaba
perpetuo aquel contento;
pero sopló a deshora un manso viento
del Espíritu eterno, y, enviando
un aire dulce al alma, fue llevando
la espesa niebla que la luz cubría,
dándole un claro y muy sereno día.
Vio luego de su estado la vileza,
en que, guardando inmundos animales,
de su tan vil manjar aún no se hartara;
vio el fruto del deleite y de torpeza
ser confusión, y penas tan mortales;
temió la recta y no doblada vara,
y la severa cara
de aquel juez sempiterno;
la muerte, juicio, gloria, fuego, infierno,
cada cual acudiendo por su parte,
la cercan con tal fuerza y de tal arte,
que, quedando confuso y temeroso,
temblando estaba sin hallar reposo.
Ya que, en mí vuelto, sosegué algún tanto,
en lágrimas bañando el pecho y suelo,
y con suspiros abrasando el viento:
«Padre piadoso, dije, Padre santo,
benigno Padre, Padre de consuelo,
perdonad, Padre, aqueste atrevimiento;
a vos vengo, aunque siento,
de mí mismo corrido,
que no merezco ser de vos oído;
mas mirad las heridas que me han hecho
mis pecados, cuán roto y cuán deshecho
me tienen, y cuán pobre y miserable,
ciego, leproso, enfermo, lamentable.
Mostrad vuestras entrañas amorosas
en recebirme agora y perdonarme,
pues es, benigno Dios, tan propio vuestro
tener piedad de todas vuestras cosas;
y si os place, Señor, de castigarme,
no me entreguéis al enemigo nuestro;
a diestro y a siniestro
tomad vos la venganza,
herid en mí con fuego, azote y lanza;
cortad, quemad, romped; sin duelo alguno
atormentad mis miembros de uno a uno,
con que, después de aqueste tal castigo,
volváis a ser mi Dios, mi buen amigo».
Apenas hube dicho aquesto, cuando
con los brazos abiertos me levanta
y me otorga su amor, su gracia y vida,
y a mis males y llagas aplicando
la medicina soberana y santa,
a tal enfermedad constituída,
me deja sin herida,
de todo punto sano,
pero con las heridas del tirano
hábito, que iba ya en naturaleza
volviéndose, y con una tal flaqueza,
que, aunque sané del mal y su accidente,
diez años ha que soy convaleciente.
EN LA ASCENSIÓN
¿Y dejas, Pastor santo,
tu grey en este valle hondo, oscuro,
con soledad y llanto;
y tú, rompiendo el puro
aire, te vas al inmortal seguro?
Los antes bienhadados
y los ahora tristes y afligidos,
a tus pechos criados,
de ti desposeídos,
¿a dó convertirán ya sus sentidos?
¿Qué mirarán los ojos
que vieron de tu rostro la hermosura,
que no les sea enojos?
Quien oyó tu dulzura,
¿qué no tendrá por sordo y desventura?
Aqueste mar turbado
¿quién le pondrá ya freno? ¿Quién concierto
al viento fiero, airado?
Estando tú encubierto,
¿qué norte guiará la nave al puerto?
¡Ay!, nube envidïosa
aun de este breve gozo, ¿qué te aquejas?
¿Dó vuelas presurosa?
¡Cuán rica tú te alejas!
¡Cuán pobres y cuán ciegos, ay, nos dejas!
NOCHE SERENA
Cuando contemplo el cielo
de innumerables luces adornado,
y miro hacia el suelo
de noche rodeado,
en sueño y en olvido sepultado,
el amor y la pena
despiertan en mi pecho un ansia ardiente;
despiden larga vena
los ojos hechos fuente;
Loarte y digo al fin con voz doliente:
«Morada de grandeza,
templo de claridad y hermosura,
el alma, que a tu alteza
nació, ¿qué desventura
la tiene en esta cárcel baja, escura?
¿Qué mortal desatino
de la verdad aleja así el sentido,
que, de tu bien divino
olvidado, perdido
sigue la vana sombra, el bien fingido?
El hombre está entregado
al sueño, de su suerte no cuidando;
y, con paso callado,
el cielo, vueltas dando,
las horas del vivir le va hurtando.
¡Oh, despertad, mortales!
Mirad con atención en vuestro daño.
Las almas inmortales,
hechas a bien tamaño,
¿podrán vivir de sombra y de engaño?
¡Ay, levantad los ojos
aquesta celestial eterna esfera!
burlaréis los antojos
de aquesa lisonjera
vida, con cuanto teme y cuanto espera.
¿Es más que un breve punto
el bajo y torpe suelo, comparado
con ese gran trasunto,
do vive mejorado
lo que es, lo que será, lo que ha pasado?
Quien mira el gran concierto
de aquestos resplandores eternales,
su movimiento cierto
sus pasos desiguales
y en proporción concorde tan iguales;
la luna cómo mueve
la plateada rueda, y va en pos della
la luz do el saber llueve,
y la graciosa estrella
de amor la sigue reluciente y bella;
y cómo otro camino
prosigue el sanguinoso Marte airado,
y el Júpiter benino,
de bienes mil cercado,
serena el cielo con su rayo amado;
- rodéase en la cumbre
Saturno, padre de los siglos de oro;
tras él la muchedumbre
del reluciente coro
su luz va repartiendo y su tesoro -:
¿Quién es el que esto mira
y precia la bajeza de la tierra,
y no gime y suspira
y rompe lo que encierra
el alma y destos bienes la destierra?
Aquí vive el contento,
aquí reina la paz; aquí, asentado
en rico y alto asiento,
está el Amor sagrado,
de glorias y deleites rodeado.
Inmensa hermosura
aquí se muestra toda, y resplandece
clarísima luz pura,
que jamás anochece;
eterna primavera aquí florece.
¡Oh campos verdaderos!
¡Oh prados con verdad frescos y amenos!
¡Riquísimos mineros!
¡Oh deleitosos senos!
¡Repuestos valles, de mil bienes llenos!»
ODA A DON FELIPE RUIZ
¿Cuándo será que pueda
libre de esta prisión volar al cielo,
Felipe, y en la rueda
que huye más del suelo
contemplar la verdad pura sin duelo?
Allí, a mi vida junto,
en luz resplandeciente convertido,
veré distinto y junto
lo que es y lo que ha sido
y su principio propio y escondido.
Entonces veré cómo
la soberana mano echó el cimiento
tan a nivel y plomo,
do estable y firme asiento
posee el pesadísimo elemento.
Veré las inmortales
columnas do la tierra está fundada,
las lindes y señales
con que a la mar hinchada
la Providencia tiene aprisionada;
por qué tiembla la tierra,
por qué las hondas mares se embravecen,
dó sale a mover guerra
el cierzo, y por qué crecen
las aguas del océano y decrecen;
de dó manan las fuentes,
quién ceba y quién bastece de los ríos
las perpetuas corrientes;
de los helados fríos
veré las causas, y de los estíos;
las soberanas aguas,
del aire en la región, quién las sostiene;
de los rayos las fraguas;
dó los tesoros tiene
de nieve Dios, y el trueno dónde viene.
¿No ves cuando acontece
turbarse el aire todo en el verano
el día se ennegrece,
sopla el gallego insano,
y sube hasta el cielo el polvo vano?
Y entre las nubes mueve
su carro Dios, ligero y reluciente,
horrible son conmueve,
relumbra fuego ardiente,
treme la tierra, humíllase la gente.
La lluvia baña el techo,
envían largos ríos los collados;
su trabajo deshecho,
los campos anegados,
miran los labradores espantados.
Y de allí levantado,
veré los movimientos celestiales,
así el arrebatado
como los naturales;
la causa de los hados, las señales.
Quién rige las estrellas
veré, y quién las enciende con hermosas
y eficaces centellas;
por qué están las dos Osas
de bañarse en el mar siempre medrosas.
Veré este fuego eterno,
fuente de vida y luz, dó se mantiene;
y por qué en el invierno
tan presuroso viene;
quién en las noches largas le detiene.
Veré sin movimiento
en la más alta esfera las moradas
del gozo y del contento,
de oro y luz labradas,
de espíritus dichosos habitadas.
ODA A LA VIDA RETIRADA
¡Qué descansada vida
la del que huye el mundanal ruido
y sigue la escondida
senda por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido!
Que no le enturbia el pecho
de los soberbios grandes el estado,
ni del dorado techo
se admira, fabricado
del sabio moro, en jaspes sustentado.
No cura si la fama
canta con voz su nombre pregonera,
ni cura si encarama
la lengua lisonjera
lo que condena la verdad sincera.
¿Qué presta a mi contento,
si soy del vano dedo señalado,
si en busca de este viento
ando desalentado
con ansias vivas, con mortal cuidado?
¡Oh monte, oh fuente, oh río!
¡Oh secreto seguro, deleitoso!
Roto casi el navío
a vuestro almo reposo,
huyo de aqueste mar tempestuoso.
Un no rompido sueño,
un día puro, alegre, libre quiero;
no quiero ver el ceño
vanamente severo
de quien la sangre ensalza o el dinero.
Despiértenme las aves
con su cantar sabroso no aprendido,
no los cuidados graves
de que es siempre seguido
el que al ajeno arbitrio está atenido.
Vivir quiero conmigo,
gozar quiero del bien que debo al cielo
a solas, sin testigo,
libre de amor, de celo,
de odio, de esperanzas, de recelo.
Del monte en la ladera
por mi mano plantado tengo un huerto,
que con la primavera,
de bella flor cubierto,
ya muestra en esperanza el fruto cierto.
Y como codiciosa
por ver y acrecentar su hermosura,
desde la cumbre airosa
una fontana pura
hasta llegar corriendo se apresura.
Y luego sosegada,
el paso entre los árboles torciendo,
el suelo de pasada
de verdura vistiendo,
y con diversas flores va esparciendo.
El aire el huerto orea
y ofrece mil olores al sentido,
los árboles menea
con un manso rüido
que del oro y del cetro pone olvido.
Ténganse su tesoro
los que de un falso leño se confían:
no es mío ver el lloro
de los que desconfían
cuando el cierzo y el ábrego porfían.
La combatida antena
cruje, y en ciega noche el claro día
se torna, al cielo suena
confusa vocería,
y la mar enriquecen a porfía.
A mí una pobrecilla
mesa de amable paz bien abastada
me basta, y la vajilla
de fino oro labrada
sea de quien la mar no teme airada.
Y mientras miserable
mente se están los otros abrasando
con sed insacïable
del no durable mando,
tendido yo a la sombra esté cantando
A la sombra tendido,
de hiedra y lauro eterno coronado,
puesto el atento oído
al son dulce, acordado
del plectro sabiamente meneado.
¡OH, CORTESÍA, OH, DULCE ACOGIMIENTO...
¡Oh, cortesía, oh, dulce acogimiento,
oh, celestial saber, oh, gracia pura,
oh, de valor dotado y de dulzura,
pecho real, honesto pensamiento!
¡Oh, luces, del amor querido asiento,
oh, boca donde vive la hermosura,
oh, habla suavísima, oh, figura
angelical, oh, mano, oh, sabio acento!
Quien tiene en sólo vos atesorado
su gozo y vida alegre, y su consuelo,
su bienaventurada y rica suerte,
cuando de vos se viere desterrado,
¡ay!, ¿qué le quedará sino recelo,
noche y amargor y llanto y muerte?
VUESTRA TIRANA EXENCIÓN...
Vuestra tirana exención,
y ese vuestro cuello erguido
estoy cierto que Cupido
pondrá en dura sujeción.
Vivid esquiva y exenta,
que a mi cuenta
vos serviréis al amor,
cuando de vuestro dolor
ninguno quiere hacer cuenta.
Cuando la dorada cumbre
fuere de neve esparcida,
y las dos luces de vida
recogieren ya su lumbre;
cuando la arruga enojosa
en la hermosa
frente y cara se mostrare,
y el tiempo que vuela helare
esa fresca y linda rosa;
cuando os viéredes perdida,
os perderéis por querer,
sentiréis que es padecer
querer y no ser querida.
Diréis con dolor, señora,
cada hora:
¡Quién tuviera, ay, sin ventura,
o ahora aquella hermosura
o antes el amor de ahora!
A mil gentes que agraviadas
tenéis con vuestra porfía,
dejaréis en aquel día
alegres y bien vengadas.
Y por mil partes, volando,
publicando
el amor irá este cuento,
para aviso y escarmiento
de quien huye de su bando.
¡Ay, por Dios, señora bella,
mirad por vos, mientras dura
esa flor graciosa y pura,
que el no gozalla en perdella?
Y pues no menos discreta
y perfeta
sois que bella y desdeñosa,
mirad que ninguna cosa
hay que a amor no esté sujeta.
El amor gobierna el cielo
con ley dulce eternamente,
¿y pensáis vos ser valiente
contar él acá en el suelo?
Da movimiento y viveza
a belleza
el amor, y es dulce vida;
y la suerte más válida,
sin él es triste pobreza.
¿Qué vale el beber en oro,
el vestir seda y brocado,
el techo rico labrado,
los montones del tesoro?
¿Y qué vale, si a derecho
os da pecho
el mundo todo y adora,
si al fin dormís, señora,
en el solo y frío lecho? |