A Filis, enferma de la garganta
A Lucinda, en el fin de año
Definición de una niña de moda
Desordenado en desaliño airoso
Despierta, Elpín y guarda que el hambriento
El año de 1793
Epitafio
Epitafio burlesco
Esporo, ese poder, esa grandeza
Madrid (Esta es la villa, Coridón, famosa)
Pequeñez de las grandezas humanas
Salgo del Betis a la ondosa orilla
Ves, Lauso, desalado un vulgo impío
Ya silba el viento
A Filis, enferma de la garganta
Amor, Filis mía,
que enojado vio
la dureza ingrata
de tu corazón,
vibrando la flecha
con nuevo rigor,
herirte dispuso,
mas, ¡ay!, no acertó.
Al pecho asestaba,
y el vibrado arpón
tocó tu garganta,
y en mi pecho dio.
Tú libre quedaste;
yo, herido de amor;
¡Oh, qué dulce hierro,
si hiriera a los dos!
Tu garganta airosa,
donde de tu sol
ondean las hebras
que el oro envidió,
lastimada apenas
del golpe veloz,
del robusto niño
percibió el ardor;
percibióle sólo;
padézcole yo,
herido, abrasado
de impía pasión.
Tú de Amor te burlas,
yo sufro su error;
¡Oh, qué dulce hierro,
si hiriera a los dos!
Tímidos deseos,
que, afable, animó
de tus ojos gratos
el vivo esplendor,
de estar a tu lado
diéronme ocasión;
¡momento dichoso,
si acertara Amor!
De su arco invencible
yo el juguete soy,
pudiendo su tiro
doblar el traidor.
Retiró la mano,
sin ver dónde hirió.
¡Oh, qué dulce hierro,
si hiriera a los dos!
Ay, niña adorable,
no te enojes, no,
si en ruegos exhalo
mi amarga aflicción:
que en esta venganza
que Amor meditó,
a mí fué la herida,
y a ti la intención.
Amar tu debieras
como amando estoy,
y ya me contento
con tu compasión.
Por mí de Cupido
burlas el rigor.
¡Oh, qué dulce hierro,
si hiriera a los dos!
A Lucinda, en el fin de año
¡Qué importa que ligera
la edad, huyendo en presuroso paso,
mi vida abrevie en la callada huida,
si cobro nueva vida
cuando en las llamas de tu amor me abraso,
y logro renacer entre su hoguera,
como el ave del sol, que vida espera?
Amor nunca fue escaso,
¡oh, Lucinda amorosa!
y aumenta gustos en los pechos tiernos.
Si el año tuvo fin, serán eternos
los que goce dichosa
mi dulce suerte entre tus dulces brazos,
¡oh mi Lucinda hermosa!,
brazos con tal blandura, que los lazos
vencerán de la Venus peregrina,
cuando, suelto el cabello,
a Marte desafía
y al victorioso dios vence en batalla;
en ellos mi amor halla
la vida, que en sus vueltas a porfía
el sol fúlgido y bello
me lleva en su carrera presurosa,
¡oh Lucinda amorosa!,
y en la estación helada,
cuando su margen despojada enfría
el yerto Manzanares,
al año despidiendo con su hielo,
la lumbre de tu cielo
dará calor a la esperanza mía,
ajena de pesares,
no perdida mi edad, mas renovada,
por más que el año huya,
con el calor de la esperanza tuya.
¡Oh! siempre acompañada
te goces del deseo que me anima,
más años que agradable
flores esparce en la húmeda ribera
la alegre primavera;
y nunca el cielo oprima
la dulce risa de tu rostro hermoso
con disgusto enojoso,
permitiendo que goce yo las flores
(como fiel mariposa
o cual dorada abeja, que su aliento
chupa, y en ellas forma su alimento)
de tus dulces amores,
¡oh mi Lucinda hermosa!
Y vuele el tiempo, pues su paso lento
detiene mi contento,
detiene torpe su estación tardía,
que tú me llames tuyo, y yo a ti mía;
vuele, vuele en buen hora,
y este año tenga fin, y juntamente
le tengan otros y otros; y el violento
curso de Febo, que la tierra dora
con su madeja ardiente,
su carrera apresure,
y tanto, en tanto mi ventura dure,
cuanto en tu pecho vea
reinar la llama que mi amor desea.
Vuelen, vuelen las horas,
y llévense los días y los años
en sus vueltas traidoras,
y llegue el tiempo en que mi amor posea
tu pecho unido al amoroso mío,
y la suerte gozosa
dé fin dichoso al ruego que la envío,
oh Lucinda amorosa;
y en tanto los engaños
de amor tengan tu pecho entretenido
con deseo, esperanza,
manjares que alimentan a Cupido.
¡Oh tardos días de presentes daños!
Por vosotros alcanza
su fin cuanto en el mundo es comprendido.
Pues huid, y dad fin al encendido
fuego en que mis deseos se alimentan;
mas, lográndolos luego,
el paso diligente
que detengáis os ruego;
dejad que entonces, pues que ahora cuentan
siglos los años, yo, mi bien gozando,
haga siglos los días,
y tanto dure en las venturas mías,
cuanto el alegre tiempo dar pudiera
estación venturosa
de tu edad a la hermosa primavera,
oh mi Lucinda hermosa.
Definición de una niña de moda
Yo soy de poca edad, rica y bonita;
tengo lo que suelen llamar salero,
y toco, y canto, y bailo hasta el bolero,
y ando que vuelo con la ropa altita;
si entro en ella, revuelvo una visita,
y más si hay militar o hay extranjero;
voy a tertulia, y hallo peladero;
a paseo, y me llevo la palmita;
soy marcial: hablo y trato con despejo;
a los lindos los traigo en ejercicio,
y dejo y tomo a mi placer cortejo;
visto y peino con gracia y artificio...
Pues ¿qué me falta?... Oyola un tío viejo,
y le dijo gruñendo: «Loca, el juicio.»
Desordenado en desaliño airoso
Desordenado en desaliño airoso
al bullicioso céfiro permite
Nisa el cabello, porque no limite
su nativo esplendor lazo industrioso.
Velo sutil sobre su pecho hermoso
al gusto esconde lo que al gusto incite;
ni tanto que el tesoro facilite,
ni tanto que de él dude el ojo ansioso.
Así en traje sucinto reclinada
en alcatifa generosa yace
su gentileza y gala peregrina;
así la halla Cendón y la taimada
del necio que su pompa satisface
cobra el oro, y a Alexi lo destina.
Despierta, Elpín y guarda que el hambriento
Despierta, Elpín; y guarda que el hambriento
lobo no sirve, no, tu grey de pasto:
tú roncas, y el zagal hace su gasto
devorando tus reses ciento a ciento.
De rotas pieles número cruento
luego te entrega el desalmado Ergasto;
y el daño apoca, aunque en ejido vasto
pace escaso ganado y macilento.
Despierta, Elpín: y en las calladas horas
cuando sin luna las estrellas lucen
observa, espía a tus zagales fieles.
Verás como desuellan con traidoras
manos tu grey, y pérfidos reducen
tu hacienda toda a ensangrentadas pieles.
El año de 1793
Cruje feroz el carro furibundo
del implacable Marte, y desquiciada
la tierra, en sangre y en sudor bañada,
puebla de horror los ámbitos del mundo.
Impía la Parca con aspecto inmundo,
no en los campos de Marte fatigada,
destroza en prado y monte, encarnizada,
greyes sin fin con ímpetu iracundo.
Cadáveres son hoy de hombres y brutos
cosecha horrenda de la tierra, males
con que esta edad su mérito señala.
Niéganse al hombre hasta los rudos frutos;
¡ay! según lo merecen los mortales,
así el cielo, Teodoro, los regala.
Epitafio (Forner)
Aquí yace Jazmín, gozque mezquino,
que sólo al mundo vino
para abrigarse en la caliente falda
de madama Crisalda,
tomar chocolatito,
bizcochos y confites,
el pobre animalito,
desazonar visitas y convites,
alzando la patita
para orinar las capas y las medias
con audacia maldita,
ladrar rabiosamente
al yente y al viniente,
ir en coche a paseos y comedias
y ser martirio eterno de criados,
por él o despedidos o injuriados
con furor infernal y grito horrendo.
Si inútil fue y aborrecible bicho,
y petulante y puerco y disoluto,
culpas no fueron suyas, era bruto;
educóle el capricho
de delicia soez con estupendo
horror de la razón; naturaleza
no le inspiró tan bárbara torpeza.
Los que en la tierra al Hacedor retratan,
sus hechuras divinas desbaratan,
corrompen y adulteran.
Los vicios de Jazmín, de su ama eran.
Epitafio burlesco
Esta breve pizarra en hoyo poco
albo esqueleto encierra,
no de varón que armado de diamante
en mortífera guerra
apresuró el imperio de la muerte
del Tajo al Orinoco,
porque supo matar, nombre triunfante
del tiempo y del olvido.
Ni yace aquí, a basura reducido,
el encanto de amor, la rosa, el oro
que en lascivo cabello
almas aprisionó con lazo fuerte,
y a quien rindieron el cautivo cuello,
por antojo de fácil hermosura,
la verdad y justicia,
avasallando su ínclito decoro
de una ramera al imperioso ceño.
Ni aquí la sombra obscura
ennegrece los huesos formidables
de un animado lodo,
para cuya codicia,
según ansiaba su insaciable dueño,
se creó el universo todo, todo,
y quiso Dios que fuesen miserables
los animales que se llaman hombres.
Ni sella (no te asombres)
esta losa a un devoto, que cantando
himnos al Hacedor en compungido
tono y clamor doliente,
pálido, cabizbajo y penitente
dejaba el templo, y sus dineros sacros
derramaba en profanos simulacros,
mientra el mendigo mísero y transido
recibía a sus puertas,
a la ambición y al aparato abiertas,
vil ochavillo o tísica piltrafa;
en fin, no aquí la estafa
yace disuelta en polvo y podredumbre,
ni la ambición impía,
congoja y pesadumbre
la linajuda vanidad de un necio
que en la ajena virtud puso su precio,
y siendo abominable
de todo vicio escandalosa presa,
se juzgó ente sublime y adorable
porque serie de vulvas conocidas
al mundo le arrojaron;
no locos devaneos que llenaron
las regiones del orbe divididas
de terror con el oro o con el hierro.
Aquí descansa, oh caminante, un perro
de quien jamás el mundo tuvo quejas.
Defendió de los lobos las ovejas
con robusto vigor y ágiles zancas.
Sus dientes y carlancas
fueron defensa al tímido rebaño,
y atronando los vagos horizontes
con fiel ladrido en las nocturnas horas,
ahuyentó de los montes
las bestias carniceras,
y los hombres, más fieros que las fieras.
Hizo bien a su grey, a nadie daño
con intento maligno.
Agradeció leal parco sustento,
y vigilante, a su deber atento,
no a ambición, no a interés, no a gloria vana,
no a delicia liviana
le ajustó, mas a sola la obediencia
de obrar cual le dictó la Providencia.
Bien tan gran perro de epitafio es digno;
y si no lo confiesas, caminante,
búscale entre los héroes semejante.
Esporo, ese poder, esa grandeza
Esporo, ese poder, esa grandeza
con que el hado burlón te engolosina,
si añagazas no son a tu ruina,
serán castigo a la mortal vileza.
Tú encenagado en súbita riqueza
te huelgas torpe en su engañosa ruina:
¿A tanto el cielo tu idiotez empina?
O la nuestra peligra, o tu cabeza.
No es Dios injusto, no: jamás consiente
gloria al malvado; ni elevado empleo
sin causa al necio permitir le plugo.
Tu grandeza es patíbulo eminente;
si a tu cima no subes como reo,
subes, ¡mira qué honor! como verdugo.
Madrid
Esta es la villa, Coridón, famosa
que bañada del leve Manzanares
leyes impone a los soberbios mares
y en otro mundo impera poderosa.
Aquí la religión, zagal, reposa
rica en ofrendas, fértil en altares;
en las calles los hallas a millares;
no hay portal sin imagen milagrosa.
Y por que más la devoción entiendas
de este piadoso pueblo, a cada mano
ves presidir los santos en las tiendas.
Y dime, Coridón, ¿es buen cristiano
pueblo que al cielo da tantas ofrendas?
Eso yo no lo sé, cabrero hermano.
Pequeñez de las grandezas humanas
Salgo del Betis a la ondosa orilla
cuando traslada el sol su nácar puro
al polo opuesto, y en el cielo oscuro
la luna ya majestüosa brilla.
Entre la opaca luz su honor humilla
la soberbia ciudad y el roto muro
que, al rigor de los siglos mal seguro,
reliquia funeral, ciñe a Sevilla.
Pierde la sombra su grandeza ufana;
la altiva población y sus destrozos
lúgubres se divisan y espantables.
Fía, Licino, en la grandeza humana;
contémplala en la noche de sus gozos,
y los verás medrosos, miserables.
Salgo del Betis a la ondosa orilla
Salgo del Betis a la ondosa orilla
cuando traslada el sol su nácar puro
al polo opuesto, y en el cielo oscuro
la luna ya majestuosa brilla.
Entre la opaca luz su honor humilla
la soberbia ciudad y el roto muro
que, al rigor de los siglos mal seguro,
reliquia funeral, ciñe a Sevilla.
Pierde la sombra su grandeza ufana;
la altiva población y sus destrozos
lúgubres se divisan espantables.
Fía, Licinio, en la grandeza humana;
contémplala en la noche de sus gozos,
y los verás medrosos, miserables.
Ves, Lauso, desalado un vulgo impío
¡Ves, Lauso, desalado un vulgo impío
correr furioso a la batalla horrenda,
desnudo, hambriento, y sin que el alma venda
a esperazas del propio poderío?
¿Ves tolerar del fatigado estío
la ardiente lumbre al recoger la ofrenda
de las espigas con audaz contienda
tostada plebe en mísero atavío?
¿Ves arados los mares al arrojo
de duras almas, que salvar presumen
vida y tesoro en frágiles maderos?
Pues si no lo has, mi Lauso, por enojo,
tanto afán, tantas vidas se consumen
para que engorden fatuos altaneros.
Ya silba el viento
Ya silba el viento en la nevada cumbre,
y al soplo impetuoso la cabaña,
vacila del zagal, que en frágil caña
con paja entretejió flaca techumbre;
y Bato el mayoral sin pesadumbre,
aunque su grey del aquilón la saña
siente y perece, con paciencia extraña
huelga al calor de regalada lumbre.
El mísero zagal humedecido
de helada nieve, por salvar se afana
la grey no suya en le pelado ejido.
Zagal, reposa; tu fatiga es vana;
su hacienda el mayoral tiene en olvido,
y ni a acordarse de tu afán se humana.
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