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ESPAÑA, 1754-1817

 

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RESEÑA BIOGRÁFICA

 

Juan Meléndez Valdés (Ribera del Fresno, provincia de Badajoz, 11 de marzo de 1754 - Montpellier, Francia, 24 de mayo de 1817) fue un poeta, jurista y político español

Era de humildes orígenes; su padre era Juan Antonio Meléndez Valdés y su madre María de los Ángeles Díaz Cacho, y tuvo numerosos hermanos; tras su nacimiento la familia se instaló en Almendralejo y a los siete años de edad se quedó huérfano de madre. En 1767 viajó a la corte para estudiar bajo la tutela de su hermano mayor Esteban en el Colegio de Santo Tomás latín y filosofía, y más tarde ingresó en los Reales Estudios de San Isidro, donde aprendió filosofía moral y griego. Finalmente empezó Leyes en Salamanca en 1772 al par que escribe sus primeros poemas y frecuenta las tertulias poéticas, en especial la de fray Juan Fernández de Rojas, más conocido por Delio, y la de José Cadalso en 1773, quien le introdujo en la cultura francesa; en 1774 murió su padre y su carácter se volvió definitivamente melancólico. En 1775 obtuvo el grado de Bachiller en Derecho y en 1777 muere también su hermano Esteban. Se ocupa provisionalmente de la cátedra de lengua griega y conoce a Jovellanos. En 1780 obtiene el premio de poesía de la Real Academia Española con su obra "Batilo". En 1781 vuelve a la Universidad de Salamanca con destino a la cátedra de Humanidades. En 1783 se doctora en derecho. En este tiempo escribe "Las enamoradas anacreónticas" y "Los besos de amor" y se casa con María Andrea de Coca. En 1784 Meléndez participa para uno de los tres premios ofrecido por la ciudad de Madrid para la mejor composición dramática, obteniendo uno de ellos por "Las bodas de Camacho el rico". A estas alturas se encuentra ya con una gran fama por todo el país. Ha madurado y es conocido por todos los intelectuales, poetas y escritores de la época. El famoso impresor Joaquín Ibarra publica en 1785 el primer volumen de sus poemas con gran éxito, realizándose diversas ediciones. En 1798 comienza a ejercer de fiscal durante siete meses y con el favor de Jovellanos, obtiene los destinos sucesivos de juez de la corte en Zaragoza en 1789, canciller en Valladolid en 1791 y fiscal de la Sala de Alcaldes de la Casa y Corte en Madrid en 1797, cargo que ocupará apenas siete meses; escribe entonces sus Discursos forenses, que circularon de forma manuscrita hasta ser publicados durante el Trienio Liberal. Con la caída de Jovellanos, Meléndez se ve obligado a dejar Madrid el 27 de agosto de 1798, y le envían a supervisar las obras de un cuartel que se construía en Medina del Campo, lo que suponía en la práctica un castigo. Pero en 1802 se le devuelven sus emolumentos como fiscal y va a vivir a Zamora, donde se dedicó a proyectos sociales y al estudio. Marcha luego a Salamanca y a Madrid.

Tras la ocupación francesa, se pone al servicio de José I de España, ocupando puestos en el Consejo de Estado y la condecoración como Caballero de la Real Orden de España, lo que le acarreará graves problemas como afrancesado a la salida del rey tras la Guerra de la Independencia. Huido a Francia, residió sucesivamente en Toulouse, Montpellier, Nîmes, Alais y Montauban; su salud se deteriora y se ve aquejado de fuertes depresiones y cuatro años más tarde fallece en Montpellier. Sus restos volvieron a Madrid en 1900 y después de un breve paso por el Panteón de Hombres Ilustres reposan finalmente en un mausoleo conjunto con Goya, Moratín y Donoso Cortés, obra de Ricardo Bellver en el Cementerio de San Justo.

Además de las ya reseñadas, otras obras del autor son "Poesías" (1785), "A Llaguno" (1794), "Sobre el fanatismo" (1795), "Alarma española" (1808), "Oda a José Bonaparte" (1810-1811), "Prólogo de Nimes" (1815) y "Discursos Forenses" (1821).

 

Fuente: http://es.wikipedia.org/wiki/Juan_Meléndez_Valdés

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A DON EUGENIO DE LLAGUNO

A CIPARIS EN EL DÍA DE SUS AÑOS

A DON GASPAR DE JOVELLANO

A DORILA: ODA VI

A LA AURORA: ODA VIII

A UNA FUENTE: ODA III

A UNOS LINDOS OJOS

AL SEÑOR DON MARIANO DE URQUIJO

CUÁL ME LLEVA EL AMOR...

CUANDO DE MI CAMINO ATRÁS VOLVIENDO...

DE CÍPARIS DEJADO EL AFLIGIDO

DE LA PRIMAVERA

DE LO QUE ES AMOR: ODA VII

EL DESEO Y LA DESCONFIANZA

EL DESPECHO

EL PENSAMIENTO

EL PRONÓSTICO





A DON EUGENIO DE LLAGUNO

Alivia el peso, soberana Astrea;
déjame una hora de feliz reposo;
el crudo afán de tu servicio honroso
ceda una vez a más feliz tarea.

Santa amistad en celebrar se emplea
del claro Elpino galardón glorioso,
merced justa de un rey que poderoso
su mérito y saber honrar desea.

Vosotras, Musas, si a mi ruego un día
cedisteis gratas, y mi tierno acento
oyó afable por vos mi dulce Elpino,

prestas volad, decidle mi alegría,
del pueblo hispano el general contento,
de la virtud el júbilo divino.





A CIPARIS EN EL DÍA DE SUS AÑOS

Don grande es la alta fama;
y así como a la luna
oscurece del sol la ardiente llama,
así a par de Ciparis la fortuna
la hermosura abatió; mas si a quien ama
la Venus Dionea
donó lira sonora,
oh musa, ora la emplea
en cantar de este día. La alma aurora
de nieve y oro el yermo cielo dora,

merced al verso aonio y al concento
de docta poesía
cuando Apolo cantando calma el viento,
quedando a la dulcísona armonía
de la divina lira y sacro acento
la natura admirada;
ni pudo ser cantado
por cítara dorada
otro objeto mayor que el que ha tocado
a humilde musa por favor sagrado.

Suben al alto Olimpo los odores
de cínamo panqueo
y amáraco fragante y otras flores;
mas cumple, dulce musa, alto deseo
y olvida un poco a Amor y tus dolores.
Canta de este gran día
a Eurídice la bella
dulcísima armonía
dictó el intonso dios, y a la doncella
mudada en lauro por huir su huella.

Cual deidad iba en nácar erictea
de la espuma engendrada
que blandamente el aura la menea,
tal hoy Ciparis sale acompañada
del coro que cantando la rodea
de las Gracias y amores;
el invierno aterido
huye al verla, y mil flores
da el campo, y por do arrastra su vestido
vese de rosas mil enriquecido.

¿Qué es, pues, la hermosura si adornada
de honestidad no brilla?
Cual palma que a las nubes elevada
con su pompa los árboles humilla,
mi señora a la bóveda estrellada
se ensalza glorïosa;
desde el humilde suelo
la garza generosa
bate las alas, y con raudo vuelo
la tierra olvida, remontada al cielo.

Ni de mayor virtud enriquecida
hubo jamás doncella;
si habla, de entre sus labios desparcida
corre la miel; las Gracias, tras la huella
de su planta veloz van de corrida,
y no tanta hermosura
el iris refulgente
muestra, tras nube oscura
por las doradas puertas del oriente,
como su undosa túnica esplendente.

Natura este gran día está admirada
y en él se está placiendo.
¿Qué es del invierno triste? Aun más templada
que en mayo el aura dulce va bullendo;
seguid pues, oh avecillas; sea loada
de vos mi alta señora.
Tú, Venus, oye pía,
y el templo olvida ahora
de Gnido, y del Olimpo la ambrosía:
tu vista solemnice este gran día.

De los años el curso arrebatado,
que tanto la hermosura
desaliña y ofende, tú has burlado.
Así del sacro Líbano en la altura
crece el eterno cedro al cielo alzado;
el tiempo te enriquece,
y el cielo tu alma vida
guarda, y grato te ofrece
don de belleza y juventud florida,
y luego a sus mansiones te convida.

Si a humano ser los dioses largamente
de sus dones colmaron
sobre mortal poder, ¡oh, cuán fulgente
sobre todos, señora, te elevaron!
Mas ¿quién podrá cantarte, si en oriente
el sol impera solo?
Empero, si inspirada
mi voz fuese de Apolo,
tú serás algún día al cielo alzada
y en digno verso lírico cantada.





A DON GASPAR DE JOVELLANOS

Las blandas quejas de mi dulce lira,
mil lágrimas suspiros y dolores
me agrada renovar, pues sus rigores
piadoso el cielo por mi bien retira.

El dichoso zagal que tierno admira
su linda zagaleja entre las flores,
y de su llama goza y sus favores,
alegre cante lo que amor le inspira.

Yo lloré solo de mi Fili airada
el altivo desdén con triste canto,
que el eco lleve al mayoral Jovino;

alternando con cítara dorada,
ya en blando verso o dolorido llanto,
las dulces ansias de un amor divino.





A DORILA: ODA VI

¡Cómo se van las horas,
y tras ellas los días,
y los floridos años
de nuestra frágil vida!

La vejez luego viene,
del amor enemiga,
y entre fúnebres sombras
la muerte se avecina,

que, escuálida y temblando,
fea, informe, amarilla,
nos aterra, y apaga
nuestros fuegos y dichas.

El cuerpo se entorpece,
los ayes nos fatigan,
nos huyen los placeres
y deja la alegría.

Si esto, pues, nos aguarda,
¿para qué, mi Dorila,
son los floridos años
de nuestra frágil vida?

Para juegos y bailes
y cantares y risas
nos los dieron los cielos,
las Gracias los destinan.

Ven, ¡ay!, ¿qué te detienes?
Ven, ven, paloma mía,
debajo de estas parras
do lene el viento aspira;

y entre brindis süaves
y mimosas delicias
de la niñez gocemos,
pues vuela tan aprisa.





A LA AURORA: ODA VIII

Salud, riente Aurora,
que entre arreboles vienes
a abrir a un nuevo día
las puertas del oriente,

librando de las sombras
con tu presencia alegre
al mundo, que en sus grillos
la ciega noche tiene;

salud, hija gloriosa
del rubio sol, perenne
venero a los mortales
de alivios y placeres.

Tú de eternales rosas
ceñida vas las sienes,
mientras tu fresco seno
flores y perlas llueve;

tú, de brillantes ojos;
tú, de serena frente,
y en cuya boca manan
risas y aromas siempre.

Cuando la hermosa lumbre
de Venus desfallece,
de ópalo, nácar y oro
velada le sucedes;

y el pabellón alzando
en que su faz envuelve
tu padre el sol, sus huellas,
nuncia feliz, precedes.

Tu manto purpurado,
flotando al viento leve
de las eoas plagas,
del cielo se desprende,

hinche el espacio inmenso,
y de su grana y nieve
las bóvedas eternas
matiza y esclarece,

en cuanto alegre cruzas
por sendas de claveles,
desde su excelsa cumbre
al cárdeno occidente.

El sol que en pos te sigue
tus vivos rosicleres
inflama, y retemblando
por verlos se detiene

hasta que entre sus llamas
tú misma al fin te pierdes
y en su torrente inmenso
envuelta despareces;

si no es que tan penada
de tu Titón te sientes,
que por sus brazos dejas
ya la mansión celeste.

Los céfiros fugaces,
que en un letargo muelle
las flores en su seno
rendidos guardar quieren,

con tu calor se animan,
las prestas alas tienden
y en delicioso juego
las liban y las mecen,

de do a las aves corren
que aún en sus nidos duermen,
con su vivaz susurro
pugnando que despierten

a darte, oh bella Aurora,
los dulces parabienes
y henchir con su alborada
las auras de deleite.

Tú, en tanto más graciosa,
en luz y en rayos creces,
que en transparentes hilos
cruzando al viento penden.

Las cristalinas aguas
cual vivas flechas hieren
y hacen de bosque y prados
más animado el verde,

a par que sus cogollos
alzan las ricas mieses
y abriéndose las flores
sus ámbares te ofrecen,

que a la nariz y al seno
y al labio que los bebe
de su fragancia inundan
y a mil delicias mueven.

Y todo bulle y vive
y en regocijo hierve
rayando tú, que al mundo
la ansiada luz le vuelves.

Haz, ¡ay!, purpúrea diosa,
que como en faz riente
un día fausto y puro
benigna nos prometes,

así en mi blando seno,
sin ansias que lo aquejen,
la paz y la inocencia
por siempre unidas reinen.





A UNA FUENTE: ODA III

¡Oh, cómo en tus cristales,
fuentecilla risueña,
mi espíritu se goza,
mis ojos se embelesan!

Tú de corriente pura,
tú de inexhausta vena,
transparente te lanzas
de entre esa ruda peña,

do a tus linfas fugaces
salida hallando estrecha,
murmullante te afanas
en romper sus cadenas,

y bullendo y saltando,
las menudas arenas
afanosa divides
que tus pasos enfrenan,

hasta que los hervores
reposada sosiegas
en el verde remanso
que te labras tú mesma.

Allí aun más cristalina
a un espejo semejas
do se miran las flores
que galanas te cercan.

Con su plácida sombra
tu frescura conserva
el nogal que pomposo
de tu humor se alimenta,

y en sus móviles hojas
el susurro remeda
de tus ondas volubles
que al bajar se atropellan.

En ti las avecillas
su sed árida templan,
sus plumas humedecen,
jugando se recrean.

Cuando abrasado sirio
aflige más la tierra
y el mediodía ardiente
su faz al mundo ostenta,

en ti grata frescura
y amable sueño encuentra
el laso caminante,
que tu raudal anhela.

Su benigna corriente
el seno refrigera,
la salud fortifica,
repara las dolencias.

En las almas alegres
el júbilo acrecienta,
y al que llora angustiado
le adormece las penas.

¡Oh!, nunca, fuente clara,
nunca menguados veas
los copiosos cristales
que tus márgenes llenan.

Nunca turbios la planta
del ganado los vuelva,
ni el pintado lagarto,
ni la ondosa culebra.

Nunca próvida ceses
en los giros y vueltas
con que mansa discurres
fecundando la vega,

mas alegre acompañes
murmullando parlera
de mi lira los trinos,
de mi labio las letras.





A UNOS LINDOS OJOS

Tus lindos ojuelos
me matan de amor.
Ora vagos giren,
o párense atentos,
o miren exentos,
o lánguidos miren,
o injustos se aíren,
culpando mi ardor,
tus lindos ojuelos
me matan de amor.
Si al final del día
emulando ardientes,
alientan clementes
la esperanza mía,
y en su halago fía
mi crédulo error,
tus lindos ojuelos
me matan de amor.
Si evitan arteros
encontrar los míos,
sus falsos desvíos
me son lisonjeros.
Negándome fieros
su dulce favor,
tus lindos ojuelos
me matan de amor.
Los cierras burlando,
y ya no hay amores,
sus flechas y ardores
tu juego apagando;
Yo entonces temblando
clamo en tanto horror:
«¡Tus lindos ojuelos
me matan de amor!».
Los abres riente,
y el Amor renace
y en gozar se place
de su nuevo oriente,
cantando demente
yo al ver su fulgor:
«¡Tus lindos ojuelos
me matan de amor!».
Tórnalos, te ruego,
niña, hacia otro lado,
que casi he cegado
de mirar su fuego.
¡Ay! tórnalos luego,
no con más rigor
tus lindos ojuelos
me maten de amor.





AL SEÑOR DON MARIANO DE URQUIJO

La lira de marfil que tierno un día
pulsar, Musas, osé con diestra mano
cuando de Otea en el florido llano
joven Lusindo suspirar me oía,

atempladme, volved; la amistad mía
hoy el timbre celebra soberano
con que su cuello resplandece ufano,
merced a un rey de buenos alegría.

Rayos de luz el vellocino de oro
despide, ornando el generoso pecho
de alta prudencia y pundonor morada.

Veló la envidia con amargo lloro,
pero el nombre feliz a su despecho
crece y sube a la bóveda estrellada.





CUÁL ME LLEVA EL AMOR...

¡Cuál me lleva el Amor, cuál entre abrojos
me arrastra y me revuelve, y la memoria
deja en las breñas de mi triste historia
y el corazón entre ellas por despojos!

¡Cuál me hiere implacable y de los rojos
arroyos de mi sangre la victoria
celebra de su nombre? ¿Tanta gloria
dará mi humilde fin a sus enojos?

Muévate a compasión el dolorido
cuerpo, tirano Amor, muévate el ruego
de un infeliz y alíviame el tormento,

o de mis ayes, mísero, movido,
a Fili abrasa en tu divino fuego
y en mil dolores moriré contento.





CUANDO DE MI CAMINO ATRÁS VOLVIENDO...

Cuando de mi camino atrás volviendo
miro, señora, en mi preciso daño,
tal es mi pena y mi dolor tamaño
que me siento en angustias feneciendo.

Mas cuando vuelvo a vos, alegre viendo
la dulce causa de mi dulce engaño,
luego en mi pecho siento un bien extraño
y con gusto mis males voy sufriendo.

Con vos se alivia mi dolor crecido
y en vos todo mi bien miro cifrado,
cuanto puedo esperar y cuanto espero;

y aunque ni el mal acaba ni el gemido,
me miro en la aflicción tan consolado
que no siento morir si por vos muero.





DE CÍPARIS DEJADO EL AFLIGIDO

De Cíparis dejado el afligido
Batilo yace en la desierta arena,
al cielo acusa y al amor condena
de sí olvidado y del dolor vencido.

Del triste caso a compasión movido
el viejo Tormes la corriente enfrena,
pero la esquiva ninfa aun huye ajena
a la piedad el pecho empedernido.

De helado mármol y templado acero
al encendido dardo un cerco priva
que abra al amor, por la piedad, entrada.

¡Ay mísero zagal!, rigor tan fiero
te va acabando y tu beldad esquiva,
viendo su fin, aún se complace airada.





DE LA PRIMAVERA

La blanda primavera
derramando aparece
sus tesoros y galas
por prados y vergeles.
Despejado ya el cielo
de nubes inclementes,
con luz cándida y pura
ríe a la tierra alegre.
El alba de azucenas
y de rosa las sienes
se presenta ceñidas,
sin que el cierzo las hiele.
De esplendores más rico
descuella por oriente
en triunfo el sol y a darle
la vida al mundo vuelve.
Medrosos de sus rayos
los vientos enmudecen,
y el vago cefirillo
bullendo les sucede,
el céfiro, de aromas
empapado, que mueven
en la nariz y el seno
mil llamas y deleites.
Con su aliento en la sierra
derretidas las nieves,
en sonoros arroyos
salpicando descienden.
De hoja el árbol se viste,
las laderas de verde,
y en las vegas de flores
ves un rico tapete.
Revolantes las aves
por el aura enloquecen,
regalando el oído
con sus dulces motetes;
y en los tiros sabrosos
con que el Ciego las hiere
suspirando delicias,
por el bosque se pierden,
mientras que en la pradera
dóciles a sus leyes
pastores y zagalas
festivas danzas tejen
y los tiernos cantares
y requiebros ardientes
y miradas y juegos
más y más los encienden.
Y nosotros, amigos,
cuando todos los seres
de tan rígido invierno
desquitarse parecen,
¿en silencio y en ocio
dejaremos perderse
estos días que el tiempo
liberal nos concede?
Una vez que en sus alas
el fugaz se los lleve,
¿podrá nadie arrancarlos
de la nada en que mueren?
Un instante, una sombra
que al mirar desparece,
nuestra mísera vida
para el júbilo tiene.
Ea, pues, a las copas,
y en un grato banquete
celebremos la vuelta
del abril floreciente.





DE LO QUE ES AMOR: ODA VII

Pensaba cuando niño
que era tener amores
vivir en mil delicias,
morar entre los dioses.

Mas luego rapazuelo
Dorila cautivome,
muchacha de mis años,
envidia de Dïone,

que inocente y sencilla,
como yo lo era entonces,
fue a mis ruegos la nieve
del verano a los soles.

Pero cuando aguardaba
no hallar ansias ni voces
que a la gloria alcanzasen
de una unión tan conforme,

cual de dos tortolitas
que en sus ciegos hervores
con sus ansias y arrullos
ensordecen el bosque,

probé desengañado
que amor todo es traiciones
y guerras y martirios
y penas y dolores.





EL DESEO Y LA DESCONFIANZA

¡Oh, si el dolor que siento se acabara,
y el bien que tanto anhelo se cumpliese!
¡Cómo, por desdichado que ahora fuese
la más alta ventura no envidiara!

Con la esperanza sola me aliviara;
y por mucho que en tanto padeciese,
el gozo de que el mal su fin tuviese,
lo amargo de la pena al fin templara.

Por un instante de placer que hubiera,
con júbilo mis ansias sufriría,
ni en su eterno durar desfalleciera.

Pero si es tal la desventura mía,
que huyendo el bien, el daño persevera,
¡qué aguardo puedo en mi letal porfía!





EL DESPECHO

Los ojos tristes de llorar cansados,
alzando el cielo, su clemencia imploro;
mas vuelven luego al encendido lloro,
que el grave peso no los sufre alzados;

mil dolorosos ayes desdeñados
son, ¡ay!, trasunto de la luz que adoro;
y ni me alivia el día, ni mejoro
con la callada noche mis cuidados.

Huyo a la soledad y va conmigo
oculto el mal, y nada me recrea;
en la ciudad en lágrimas me anego;

aborrezco mi ser, y aunque maldigo
la vida, temo que la muerte aún sea
remedio débil para tanto fuego.





EL PENSAMIENTO

Cual suele abeja inquieta, revolando
por florido pensil entre mil rosas,
hasta venir a hallar las más hermosas,
andar con dulce trompa susurrando;

mas luego que las ve, con vuelo blando
baja, y bate las alas vagorosas,
y en medio de sus hojas olorosas
el delicado aroma está gozando;

así, mi bien, el pensamiento mío
con dichosa zozobra, por hallarte,
vagaba, de amor libre, por el suelo;

pero te vi, rendime, y mi albedrío,
abrasado en tu luz, goza, al mirarte,
gracias que envidia de tu rostro el cielo.





EL PRONÓSTICO

No en vano, desdeñosa, su luz pura
ha el cielo a tus ojuelos trasladado,
y ornó de oro el cabello ensortijado,
y dio a tu frente gracia y hermosura.

Esa rosada boca con ternura
suspirará; tu seno regalado
del blando fuego bullirá agitado,
y el rostro volverás con más dulzura.

Tirsi, el felice Tirse, tus favores
cogerá, altiva Clori, su deseo
coronando en el tálamo dichoso.

Los cupidillos verterán mil flores,
llamando en suaves himnos a Himeneo,
y Amor su beso le dará gozoso.
 

 

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