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ESPAÑA, 1817-1893

 

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RESEÑA BIOGRÁFICA

 

José Zorrilla y Moral (* Valladolid, 21 de febrero de 1817 – † Madrid, 23 de enero de 1893) fue un poeta y dramaturgo español.

Vallisoletano, era hijo de un hombre conservador y absolutista, seguidor del «pretendiente» Don Carlos V de España; que era relator de la Real Chancillería. Su madre, Nicomedes Moral, era una mujer muy piadosa. Tras varios años en Valladolid, la familia pasó por Burgos y Sevilla para al fin establecerse cuando el niño tenía nueve años en Madrid, donde el padre trabajó con gran celo como superintendente de policía y el hijo ingresó en el Seminario de Nobles, regentado por los jesuitas; allí participó en representaciones teatrales escolares.

Muerto Fernando VII, el furibundo absolutista que era el padre, fue desterrado a Lerma y el hijo fue enviado a estudiar derecho a la Real Universidad de Toledo bajo la vigilancia de un pariente canónigo en cuya casa se hospedó; sin embargo el hijo se distraía en otras ocupaciones y los libros de derecho se le caían de las manos y el canónigo lo devolvió a Valladolid para que siguiera estudiando allí (1833–1836). Al llegar el díscolo hijo fue amonestado por el padre, que marchó después al pueblo de su naturaleza, Torquemada, y por Manuel Tarancón, rector de la Universidad y futuro Obispo de Córdoba.

El carácter impuesto de los estudios y su atracción por el dibujo, las mujeres (una prima de la que se enamoró durante unas vacaciones) y la literatura de autores como Walter Scott, James Fenimore Cooper, Chateaubriand, Alejandro Dumas, Victor Hugo, el Duque de Rivas o Espronceda arruinaron su futuro. El padre desistió de sacar algo de su hijo y mandó que lo llevaran a Lerma a cavar viñas; pero cuando estaba a medio camino el hijo robó una mula, huyó a Madrid (1836) y se inició en su hacer literario frecuentando los ambientes artísticos y bohemios de Madrid y pasando mucha hambre.

Se fingió un artista italiano para dibujar en el Museo de las Familias, publicó algunas poesías en El Artista y pronunció discursos revolucionarios en el Café Nuevo, de forma que terminó por ser perseguido por la policía. Se refugió en casa de un gitano. Por entonces se hizo amigo de Miguel de los Santos Álvarez y del italiano Joaquín Masard. A la muerte de Larra en 1837, José Zorrilla declama en su memoria un improvisado poema que le granjearía la profunda amistad de José de Espronceda y Juan Eugenio Hartzenbusch y a la postre le consagraría como poeta de renombre. Comenzó a escribir para los periódicos El Español, donde sustituyó al finado, y El Porvenir, empezó a frecuentar la tertulia de El Parnasillo y leyó poemas en El Liceo. Su primer drama, escrito en colaboración con García Gutiérez, fue Juan Dándolo, estrenado en julio de 1839 en el Teatro del Príncipe. En 1840 publicó sus famosísimos Cantos del trovador y estrenó tres dramas, Más vale llegar a tiempo, Vivir loco y morir más y Cada cual con su razón. En 1842 aparecen sus Vigilias de Estío y da a conocer sus obras teatrales El zapatero y el rey, El eco del torrente y Los dos virreyes.

En 1838 se casó con Florentina O'Reilly, una viuda irlandesa arruinada mucho mayor que él y con un hijo, pero el matrimonio fue infeliz; un hijo que tuvieron murió, y él tuvo varias amantes. En 1845 abandonó a su esposa y marchó a París en 1845«...donde asistió a algunos cursos en la facultad de medicina»[cita requerida]. Allí mantuvo amistad con Alejandro Dumas, Alfred de Musset, Víctor Hugo, Théophile Gautier y George Sand.

Volvió a Madrid en 1846 al morir su madre. Vendió sus obras a la casa Baudry de París, que las publicó en tres tomos en 1847. En 1849 recibió varios honores: fue hecho miembro de la junta del recién fundado Teatro Español; el Liceo organizó una sesión para exaltarle públicamente y la Real Academia lo admitió en su seno, aunque sólo tomó posesión en 1885. Pero su padre murió en ese mismo año y eso le supuso un duro golpe, porque se negó a perdonarle, dejando un gran peso en la conciencia del hijo (y considerables deudas), lo que afectó a su obra.

Huyendo de su mujer otra vez, volvió a París en 1851, donde endulzó sus penas su amante Leila, a la que se entregó apasionadamente, y viajó a Londres en 1853, donde le acompañaron sus inseparables apuros económicos, de los que le sacó el famoso relojero Losada. Después pasó once años de su vida en México, primero bajo el gobierno liberal (1854–1866) y después bajo la protección y mecenazgo del Emperador Maximiliano I, con una interrupción en 1858, año que pasó en Cuba.

Llevó en ese país una vida de aislamiento y pobreza, sin mezclarse en la guerra civil entre federalistas y unitarios. Sin embargo, cuando Maximiliano I ocupó el poder como Emperador de México (1864), Zorrilla se convirtió en poeta áulico y fue nombrado director del desaparecido Teatro Nacional.

Muerta su esposa, regresó a España en 1866, donde se enteró del fusilamiento de Maximiliano; entonces vertió en un poema todo su odio contra los liberales mexicanos así como contra quienes habían abandonado a su amigo, Napoleón III y el Papa. Esta obra es El drama de un alma. Desde entonces su fe religiosa sufrió un duro golpe. Se recuperó casándose otra vez con Juana Pacheco en 1869. Vuelven los apuros económicos, de los que no logran sacarle ni los recitales públicos de su obra, ni una comisión gubernamental en Roma (1873), ni una pensión otorgada demasiado tarde, aunque recibe la protección de algunos personajes de la alta sociedad española como los condes de Guaqui. Los honores sin embargo llovían sobre él: cronista de Valladolid (1884), coronación como poeta nacional laureado en Granada en 1889, etc. Murió en Madrid en 1893 como consecuencia de una operación efectuada para extraerle un tumor cerebral. Sus restos fueron enterrados en el cementerio de San Justo de Madrid, pero en 1896, cumpliendo la voluntad del poeta, fueron trasladados a Valladolid. En la actualidad se encuentran en el Panteón de Vallisoletanos Ilustres del cementerio del Carmen de su ciudad natal.

 

Fuente: http://es.wikipedia.org/wiki/José_Zorrilla

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Poemas de José Zorrilla


A CALDERÓN

A UNA MUJER

ORIENTAL I

ORIENTAL II

ORIENTAL III

ORIENTAL IV

ORIENTAL V

UN RECUERDO Y UN SUSPIRO

LA MEDITACIÓN

TARDE DE OTOÑO

ROMANCE: LA NOCHE NO TIENE RUIDO

LA PLEGARIA

UN RECUERDO DE ARLANZA

SOLEDAD DEL CAMPO

CÓLMAME, JUANA, EL CINCELADO VASO

EN UN ÁLBUM

MISTERIO

A LA LUNA

A ESPAÑA ARTÍSTICA

¡ALLAH AKBAR!

A TERESA

A MI MUJER





A CALDERÓN

«La venerable Congregación de sacerdotes naturales de esta villa,
puso aquí esta inscripción, con permiso de D. Diego Ladrón de Guevara,
caballero de la Orden de Calatrava y patrón de esta capilla».
(Capilla de San Salvador, sepulcro de D. Pedro Calderón de la Barca).


Hay una antigua capilla
Pobre por su antigüedad,
Negra por su oscuridad,
Revocada por la villa,
Donde se lee en un rincón,
Más que con ojos con manos:
«AQUÍ LOS RESTOS HUMANOS
DE DON PEDRO CALDERÓN.»

I

Ave osada, cuyas plumas
Vistieron de cien colores
Con sus matices las flores,
Con su nieve las espumas.
A cuyos ojos el sol
Prestó luz y atrevimiento,
Y a cuyas alas dio viento
Tu noble aliento español.
A quien la tierra dió sombra,
Y la fortuna dió calma,
A quien un rayo dió el alma,
Y el universo una alfombra.
Águila para volar,
Reina del viento naciste,
Fénix al mundo saliste
Para vivir y cantar.
Águila fue tu osadía,
Que con su atrevido vuelo
Subió arrebatada al cielo
A beber la luz del día.
Fénix fueron tus cantares,
Pues al nacer y al morir
Sólo se hicieron oír
Al calor de sus hogares.
Águila tus ojos son,
Y fénix es tu garganta,
Es fénix la voz que canta,
Y águila la inspiración.
Si el águila ojos te da,
Te da el fénix melodía,
Para tu luz y armonía,
Ni ojos ni oídos habrá.
Mas, por desgracia o fortuna,
Ya tu garganta está seca,
Y allá en tu pupila hueca
No queda mirada alguna.
Duerme en paz en tu rincón,
Donde levantó tu gloria
Una cruz a la memoria
De DON PEDRO CALDERÓN.
Que si un mármol reclamó
Tu grandeza y te le dieron,
Según lo que le escondieron,
Parece que les pesó.
Yaces en un templo, sí,
Pero en tan bajo lugar,
Que pareces aguardar
Hora en que huirte de allí.
Mucho te guardan del sol:
¡Temerán que te ennegrezca!...
O tal vez no lo merezca
Tu ingenio y nombre español.
En vez de tan vil lugar,
Si fueras un potentado,
Sepulcro te hubieran dado
Delante del mismo altar.
Porque al magnate altanero
Le dan virtud y oraciones
El oro de sus blasones,
Y su fortuna primero.
Mas duerme tranquilo ahí;
En ese rincón inmundo,
Para sarcasmo del mundo,
Te basta tu nombre a ti.
Que imbécil o descuidada
La malignidad del hombre,
Dejó olvidado tu nombre
Sobre el sello de tu nada.

II

Sombra ultrajada, perdona
Si tu sueño interrumpí,
Que mi atrevimiento abona
Lo poco que soy en mí,
Lo mucho que es tu corona.
Mis ojos te quieren ver,
Pero cuando más te miran,
Más imposible ha de ser.
¡Su lumbre van a perder
Ojos que por ti deliran!
Mis ojos ven tu laurel,
Y ver quisieran tu alma;
Que es martirio bien cruel
Desesperado al pie dél
Suspirar por una palma.
Mas si nada he de poder,
Digno Calderón, de ti,
Si el que a llorar venga aquí
Grande como tú ha de ser,
A tu vez llora por mí,
Que menos no he de volver.
Pues tu osada inspiración
Eterna quedó en la historia,
Duerme en paz en tu rincón,
Donde levantó tu gloria
Una cruz...., triste memoria
De DON PEDRO CALDERÓN.




A UNA MUJER

Ayer el alba amarilla,
Al anunciar la mañana,
Pintaba de tu ventana
El transparente cristal;
Ayer la flotante brisa
Daba a la atmósfera olores,
Meciendo las gayas flores
Sobre el tallo desigual.

Ayer, al rumor tranquilo
De la corriente vecina,
En la orilla cristalina
Se bañaba el ruiseñor;
Y pájaros, flores, fuentes,
Saludando al nuevo día,
Le prestaban armonía
En cambio de su color.

Ayer era el sol brillante,
El cielo azul y sereno,
El jardín fresco y ameno,
Y delicioso el vivir;
Eras tú niña y hermosa,
Sin rubor sobre la frente,
Tu velar era inocente,
Inocente tu dormir.

Tú reías y cantabas,
Niña o ángel en el suelo,
Y tus risas en el cielo
Eran guirnaldas tal vez:
Estrellas eran tus ojos,
Cántico vago tu acento,
Blando perfume tu aliento,
Luz de la aurora tu tez.

Entonces, niña, en tu mente
No resonaban las horas,
Ni apenaban seductoras
Fantasmas al corazón;
No te pintaba tu sueño
Entre la sombra callada
Un suspiro, una mirada
En voluptuosa ilusión.

Para ti no había tiempo,
Todo era paz, todo flores,
No había infierno de amores,
Ni fastidio del placer;
Un poeta te cantaba
Melancólicos cantares,
Y la voz de sus pesares
No comprendías ayer.

¡Pobre niña! ¿Qué se han hecho
Los delirios de tu infancia?
¿Qué has hecho de tu fragancia,
Marchita olvidada flor?
Tus hojas yacen quemadas,
Tu cáliz vacío y seco,
Tu tallo quebrado y hueco,
El sol no te da color.

Niña de los negros ojos,
¿A qué viniste a la tierra?
Rosa nacida entre abrojos,
¿Qué esperas del mundo, di?
Una brisa corrompida,
Fétida, hedionda, te mece,
Tu aroma se desvanece...
¿Quién demandará por ti?

Ángel mío, vuelve al cielo
Antes que el mundo te vea,
Que los placeres del suelo
Placeres malditos son.
¡Oh! Por el gozo de un día
No compres, no, tu tormento;
El cielo es sólo, ¡alma mía!,
De los ángeles mansión.

¡Hoy es tarde!... ¡Eres mujer!
Leo en tu frente humillada
El porvenir de la nada
Entre las huellas de ayer.
Veo en tu rostro bullir
Ese torcedor secreto...
¡Tu velar es hoy inquieto,
Es inquieto tu dormir!
Lívida está tu mejilla,
En desorden tus cabellos...
Mujer, mal prendida en ellos
Olvidada, una flor brilla.
Anoche, en vez de oración,
Desesperada en el lecho,
Exhalaste de tu pecho
Sacrílega maldición.
Que en el cristal transparente
Contemplastes aterrada
Del negro crimen grabada
La marca infame en la frente.
Que mal sujeta a tus flores
Entre tus gasas y lazos,
Rasgando van a pedazos
Tu hermosura los dolores.
¡Ay! Inútilmente lloras
El desvanecido encanto;
Entre las ondas del llanto
No vuelven, mujer, las horas.
Dióte el mundo oro y placeres
Cumpliendo al fin tus afanes,
Ídolo de los galanes,
Envidia de las mujeres;
Y a luz salistes ufana
Con tu hermosura ¡oh mujer!
Sin acordarte de ayer,
¡Y sin pensar en mañana!
¡Ay! En la tumba concluyen
El gozar y el padecer
Del mundo vano,
Y los vicios nos destruyen
Y nos matan ¡oh mujer!
Tarde o temprano.

Y tú, caída palmera...
Porque vendiste tu amor
A precio infame.
Has querido, vil ramera,
Que a tus puertas el dolor
Más presto llame.
....................................
Tal vez lúbrico magnate
Te inundó por un placer
De oro y cariño,
Y mientras su rey combate,
Él te cobija, mujer,
Bajo su armiño.

Tal vez coronada frente
Descansó en tu impuro pecho,
Tu amor comprando,
Y hoy el mendigo indigente
Te negará el pobre lecho,
Tu frente hollando

Pasaron, niña, los días,
Con ellos las ilusiones
Infantiles,
Con ellos vienen impías
Las tormentas y aquilones
De tus abriles.

Con ellos llanto y dolores,
Remordimiento, amargura
Y desengaños:
Que en sus pliegues roedores,
Gala, placer y hermosura
Hunden los años.

¡Murió! La voz de la fatal campana
Apagó su memoria y en oración;
Nadie su nombre buscará mañana;
Yace su tumba en fétido rincón.
Aquel clamor fatídico y doliente
Se plegó entre las flores del jardín,
Vibró con los cristales de la fuente,
Rodó sobre los brindis del festín.
Y en oculto elegante gabinete,
Brusco y agudo penetró también,
Y se estrelló entre el humo del pebete
De alguna hermosa en la tocada sien.
Pero una sola lágrima, un gemido
Sobre sus restos a ofrecer no van,
Que es sudario de infames el olvido.....
¡Bien con su nombre en su sepulcro están!




ORIENTAL I

Dueña de la negra toca,
la del morado monjil,
por un beso de tu boca
diera a Granada Boabdil.

Diera la lanza mejor
del zenete más bizarro,
y con su fresco verdor
toda una orilla del Darro.

Diera las fiestas de toros,
y si fueran en sus manos,
con las zambras de los moros
el valor de los cristianos.

Diera alfombras orientales,
y armaduras y pebetes,
y diera... ¡que tanto vales!,
hasta cuarenta jinetes.

Porque tus ojos son bellos,
porque la luz de la aurora
sube al Oriente desde ellos,
y el mundo su lumbre dora.

Tus labios son un rubí,
partido por gala en dos...
Le arrancaron para ti
de la corona de Dios.

De tus labios, la sonrisa,
la paz de tu lengua mana...
leve, aérea, como brisa
de purpurina mañana.

¡Oh, qué hermosa nazarena
para un harén oriental,
suelta la negra melena
sobre el cuello de cristal:

en lecho de terciopelo,
entre una nube de aroma,
y envuelta en el blanco velo
de las hijas de Mahoma!

Ven a Córdoba, cristiana,
sultana serás allí,
y el sultán será, ¡oh sultana!,
un esclavo para ti.

Te dará tanta riqueza,
tanta gala tunecina,
que ha de juzgar tu belleza
para pagarle, mezquina.

Dueña de la negra toca,
por un beso de tu boca
diera un reino Boabdil;
y yo por ello, cristiana,
te diera de buena gana
mil cielos, si fueran mil.




ORIENTAL II

Corriendo van por la vega
A las puertas de Granada
Hasta cuarenta gomeles
Y el capitán que los manda.

Al entrar en la ciudad,
Parando su yegua blanca,
Le dijo éste a una mujer
Que entre sus brazos lloraba:

—Enjuga el llanto, cristiana,
No me atormentes así,
Que tengo yo, mi sultana,
Un nuevo Edén para ti.

Tengo un palacio en Granada,
Tengo jardines y flores,
Tengo una fuente dorada
Con más de cien surtidores.

Y en la vega del Genil
Tengo parda fortaleza,
Que será reina entre mil
Cuando encierre tu belleza.

Y sobre toda una orilla
Extiendo mi señorío;
Ni en Córdoba ni en Sevilla
Hay un parque como el mío.

Allí la altiva palmera
Y el encendido granado,
Junto a la frondosa higuera
Cubren el valle y collado.

Allí el robusto nogal,
Allí el nópalo amarillo;
Allí el sombrío moral
Crecen al pie del castillo.

Y olmos tengo en mi alameda
Que hasta el cielo se levantan,
Y en redes de plata y seda
Tengo pájaros que cantan.

Y tú mi sultana eres;
Que desiertos mis salones están,
mi harén sin mujeres,
Mis oídos sin canciones.

Yo te daré terciopelos
Y perfumes orientales,
De Grecia te traeré velos,
Y de Cachemira chales.

Y te daré blancas plumas
Para que adornes tu frente,
Más blancas que las espumas
De nuestros mares de Oriente;

Y perlas para el cabello,
Y baños para el calor,
Y collares para el cuello;
Para los labios… ¡amor!

—¿Qué me valen tus riquezas,
—Respondióle la cristiana—,
Si me quitas a mi padre,
Mis amigos y mis damas?

Vuélveme, vuélveme, moro,
A mi padre y a mi patria,
Que mis torres de León
Valen más que tu Granada.

Escuchóla en paz el moro,
Y manoseando su barba,
Dijo, como quien medita,
En la mejilla una lágrima:

—Si tus castillos mejores
Que nuestros jardines son,
Y son más bellas tus flores,
Por ser tuyas, en León,

Y tú diste tus amores
A alguno de tus guerreros,
Hurí del Edén, no llores;
Vete con tus caballeros.

Y dándole su caballo
Y la mitad de su guardia,
El capitán de los moros
Volvió en silencio la espalda.




ORIENTAL III

Mañana voy, nazarena,
A Córdoba la sultana;
Mi amorosa cantilena
Ya no sentirás mañana
Al compás de mi cadena.

Cuando vuelvan los cristianos
De los moros vencedores,
Lee mis destinos tiranos,
La historia de mis amores,
En la sangre de sus manos.

Valiera más que, cautivo,
En esa torre acabara
La triste vida que vivo;
Que la vida que hoy recibo
Me la vendes ¡ay! bien cara.

¡Adiós! Tu esclavo mañana
Ya no ha de cansarte enojos;
Pero es esperanza vana:
Cautivo quedo, cristiana,
En la prisión de tus ojos.

¡Maldita, hermosa, mi estrella!
¿Qué ha de valerme la vida,
Si no he de hallarte con ella
Ni en Granada la florida
Ni en mi Córdoba la bella?

De hoy me será el claro sol
Una lámpara importuna;
Hija del suelo español:
Tú eres mi sol y mi luna…
La aurora y el arrebol.

Pues en ti pierdo el sol hoy,
Sin tu sol no he de vivir;
Sultana, a Córdoba voy,
Que en las tinieblas que estoy,
Presto, a fe, que he de morir.

Ha prometido Mahoma
Un paraíso, una hurí…
Tú habrás de ser ángel, sí,
En esa región de aroma,
Y hemos de amarnos allí.




ORIENTAL IV

De la luna a los reflejos,
A lo lejos,
Árabe torre se ve;
Y el agua del Darro, pura,
Bate obscura
Del muro el lóbrego pie.
Susurra el olmo sombrío
Sobre el río,
Dando al oído solaz,
Y en los juncos y espadañas,
Y en las cañas,
Susurra el aura fugaz.
Se abre en la arena amarilla
De la orilla,
Vertiendo aroma, la flor;
Y las plumas de colores,
En las flores,
Estremece el ruiseñor.
Vierte en gotas cristalinas,
Peregrinas,
El rocío su cristal,
Y en cada perla de plata
Se retrata
El alcázar oriental.
Descorridas las sombrías
Celosías
Del calado torreón,
Está en la árabe ventana
La Sultana
Murmurando una canción.
Y en la atmósfera serena,
Libre suena
La melancólica voz;
Y abajo, en la hierba verde,
Al fin la pierde
Con la ráfaga veloz.
Y al compás de su garganta,
Raudo canta
Contestando el colorín,
Saltando entre los galanes
Tulipanes
Del espléndido jardín.
Y al rumor del dulce trino,
Peregrino,
De arpa, bella y ruiseñor,
Oído prestan atento
Agua, viento,
Olmo, alcázar, campo y flor.
Así la mora decía
Y respondía
En la rama el colorín,
Y esto el moro la escuchaba,
Que velaba
Receloso en el jardín:
«Danme el ánima de un moro,
»Perlas y oro,
»Y coronas en la sien;
»¡Dime, flor, a mi ventura
»Y hermosura
»Lo que falta en el harén!
»Danme chales los califas,
»Y alcatifas,
»Y guirnaldas en la sien:
»¡Dime, huerto, a mi ventura
»Y hermosura
Lo que falta en el harén!
»Danme baños y festines,
»Y jardines
»Que me mienten el Edén:
»¡Dime, río, a mi ventura
»Y hermosura
»Lo que falta en el harén!
»Transparentes como espumas
»Danme plumas,
»Y atan velos a mi sien:
»¡Ruiseñor, di a mi ventura
»Y hermosura
»Lo que falta en el harén!
»Nada, al fin, que les dé enojos
»Ven mis ojos,
»Nada que arrugue mi sien;
»Dime, luna, a mi ventura
»Y hermosura
Lo que falta en el harén»
Llegaba aquí, y una sombra,
En la alfombra,
La lámpara dibujó;
A su lado, en la ventana,
La Sultana
Con el Sultán se topó.
«Tienes torres, dijo el moro,
»Perlas y oro,
»Y guirnaldas en la sien:
»Dime, hermosa, a tu ventura
»Y hermosura
»Lo que falta en el harén.
»¿Qué hay en el huerto sombrío,
»Y en el río,
»Y en el ave y en la flor,
»Que al rayar el claro día,
»¡Vida mía!,
»No te traiga tu señor?
»Di: ¿qué falta a tu belleza,
»A tu riqueza
»O a tu loca voluntad?»
«Señor, esos ruiseñores,
»En las flores,
»Tienen aire y libertad.»




ORIENTAL V

Larga y pesada es la noche
Si de un cerrado balcón
Al pie, se aguarda la lumbre
De un enamorado sol;

Si a oscuras en una calle
No se siente en derredor
Más que del aura perdida
El interrumpido son.

Larga y pesada es la noche
Para el despierto amador
Que acecha una blanca mano
Que tal vez le hace traición,

Mientras la diestra al estoque,
Ebria el ánima de amor,
De rival desconocido
Recela la condición.

Larga y pesada es la noche
Para quien tanto aguardó,
Que el alba por el Oriente
Viene a ahuyentar su pasión.

Muy larga para el mancebo
Que en Córdoba penetró,
De los ojos de una mora
Enredado en la prisión.

Está el cristiano apoyado
En las rejas donde vio,
Mientras que lloró cautivo,
A la prenda de su amor.

Y en vano a su doble seña
Una respuesta aguardó;
Las celosías tuvieron
Siempre velado el balcón.

Mas viendo que a largos pasos
Veníase alzando el sol,
Entre amorosos suspiros
Así dijo a media voz:

«He llamado a tu ventana,
Mi sultana,
Siempre fiel a mi pasión,
Y enojado me despido,
Pues dormido
Encontré tu corazón

»Adiós, mi dulce señora,
Ingrata mora,
Que pues más no he de venir,
Bien harás, de mí olvidada,
Descuidada,
En largo sueño dormir.

»No esperes, no, que tu mano
Vuelva ufano
Enamorado a buscar,
Clavando del foso oscuro,
Sobre el muro,
Una escala en que bajar.

»No esperes que en larga vela,
Centinela
De tu cerrado balcón,
Aguarde ya entretenido,
Si dormido
He de hallar tu corazón.

»No esperes, no, que combata,
Mora ingrata,
De tu celosía al pie,
Mientras en otros amores
Tus favores
Gozando un rival esté.

»Que si a mi voz no respondes,
Porque escondes.
Otro amor para mi amor,
Guarda los lances y cuitas
De tus citas
Para quien ha tu favor.

»Quédate, aunque yo te amaba,
Por esclava
De un señor y de un harén,
Y muera con tu hermosura
La ventura
De tu existencia también.

»Adiós; duerme, mi sultana,
Y tu ventana,
Testigo de mi pasión,
Te diga si he conocido
Cuán dormido
Estaba ta corazón.»

Y así el mancebo diciendo,
De sus celos al furor,
De un tajo las celosías
Con la espada derribó.

Saltó del lecho la mora
A tan descompuesto son,
Y asomándose a la reja,
Quién era le preguntó.

Mas él, a larga distancia
Revolviendo un callejón,
Tornó la espalda diciendo:
«Dormid en paz, que soy yo.»




UN RECUERDO Y UN SUSPIRO

Volvió la vida a latir,
Volvió el alma a delirar,
Volvió el ardor de sentir,
y el infierno de vivir
Y el paraíso de amar.


D. Nicomedes Pastor Díaz.

- I -
Bella es la luz de la rosada aurora
Y una mañana del quemado estío,
Cuando con tibia púrpura colora
Las transparentes gotas del rocío.

Cuando inundan el aire de armonía
Las aves en las hojas apiñadas,
Cuando la tierra, saludando al día,
Desata ríos, fuentes y cascadas.

Cuando se mecen las abiertas flores
Al blando arrullo de la brisa errante,
Y pasa el aura prodigando olores
Su inmenso velo al desplegar flotante.

Cuando en sus torres, la ciudad dormida
Vibra ronca la voz de la campana,
Señal primera de que vuelve a vida
Y bendice la luz de la mañana.

Bello es el sol allá en el horizonte
Cuando alza ufano la radiante esfera,
Gigante que, trepando por el monte,
Del mundo el sueño a sorprender viniera.

Bella es la tarde con su parda sombra
Que el ruido apaga y el espacio puebla,
Cuando del mundo en la gastada alfombra
Tiende su manto de azulada niebla.

Bella es la noche cuando en paz camina
Entre sublime oscuridad velada,
Al opaco fulgor con que ilumina
Esa luna de estrellas coronada.

¡Bello es el mundo, sí, la vida es bella!…
Dios en sus obras el placer derrama:
Sólo no encuentra su contento en ella
Un corazón que el imposible ama.

Él sólo melancólico suspira
Cuando el alba purpúrea se eleva:
Él sólo melancólico la mira
Cómo en sus pliegues su esperanza lleva.

Sólo él sabe que el sol en Occidente
Al sepultarse, le arrebata un día,
Y la noche, al caer sobre su frente
Con su misterio aumenta su agonía.

Sus ojos ven el alba, y ven las flores,
Ven la luz, y la sombra, y las estrellas,
Ven las horas rodar y sus dolores
¡Rodar también para volver con ellas!

¡Corazón que no has amado,
Tú no sabes el dolor
De un corazón acosado,
Carcomido y desgarrado
Por amarguras de amor!

No sabes cómo se llora
Con ese llanto que quema,
Con la noche y con la aurora,
Con ese sol que colora
En la frente un anatema.

Se llora con el placer,
Se llora con el pesar,
Con el recuerdo de ayer,
Y mañana hay que llorar
Si nos ama una mujer.

Tú, velado a la tormenta
De borrascosa pasión,
No sabes cómo se aumenta,
Cómo inflamada revienta
La pena en el corazón.

Cómo le devora eterno
Ese esperar indeciso,
Cómo abrasa el fuego interno
De tener hoy un infierno
Donde estuvo un paraíso.

¡Amar y no ser amado!
¡Sentir y no consentir!
¡Morir viviendo olvidado!
¡Ay! ¡Morir de enamorado
Y no poderlo decir!

¡Bullir en el pensamiento
El bello ser de otro ser…
Y ese roedor tormento,
Que hemos bebido en el viento,
En la voz de una mujer!

Sí, mis oídos la oyeron,
Mis ojos la contemplaron;
Era hermosa y Ia creyeron…
Mis oídos me mintieron
O sus ojos me engañaron.

Era un ángel tal vez; descendió al suelo
Para dejar sobre la tierra impía
Alguna oculta maldición del cielo,
Y un reguero de luz y de armonía.

La amé al pasar, y me dejó pasando,
Y por único alivio en mi honda pena,
«Canta», me dijo, y la visión flotando
Se deshizo en la atmósfera serena.

- II -
A D. N. PASTOR DÍAZ

Poeta, ven y cantemos
A una voz nuestros amores;
En un arpa los lloremos,
Que bien cobijarse vemos
A un árbol dos ruiseñores.

Yo tu dolor cantaré,
Tú cantarás mi dolor,
Que igual el de entrambos fue,
Y harto yo solo lloré
Una mujer, un amor.

Hagamos doliente y tierno
A nuestro canto improviso,
Del mundo un recuerdo eterno,
Y donde estuvo un infierno
Alcemos un paraíso.




LA MEDITACIÓN

Sobre ignorada tumba solitaria,
A la luz amarilla de la tarde,
Vengo a ofrecer al cielo mi plegaria
Por la mujer que amé.
Apoyada en el mármol la cabeza,
Sobre la húmeda hierba la rodilla,
La parda flor que esmalta la maleza
Humillo con mi pie.

Aquí, lejos del mundo y sus placeres,
Levanto mis delirios de la tierra,
Y leo en agrupados caracteres
Nombres que ya no son.
Y la dorada lámpara que brilla
Y al soplo oscila de la brisa errante,
Colgada ante el altar en la capilla
Alumbra mi oración.

Acaso un ave su volar detiene
Del fúnebre ciprés entre las ramas,
Que a lamentar con sus gorjeos viene
La ausencia de la luz:
Y se despide del albor del día
Desde una alta ventana de la torre,
O trepa de la cúpula sombría
A la gigante cruz.

Anegados en lágrimas los ojos
Yo la contemplo inmóvil desde el suelo
Hasta que el rechinar de los cerrojos
La hace aturdida huir.
La funeral sonrisa me saluda
Del solo ser que con los muertos vive,
Y me presta su mano áspera y ruda
Que un féretro va a abrir.

¡Perdón! ¡No escuches, Dios mío,
Mi terrenal pensamiento!
¡Deja que se pierda impío
Como el murmullo de un río
Entre los pliegues del viento!

¿Por qué una imagen mundana
Viene a manchar mi oración?
Es una sombra profana,
Que tal vez será mañana
Signo de mi maldición.

¿Por qué ha soñado mi mente
Ese fantasma tan bello,
Con esa tez transparente
Sobre la tranquila frente
Y sobre el desnudo cuello?

Que en vez de aumentar su encanto
Con pompa y mundano brillo,
Se muestra anegada en llanto
Al pie de altar sacrosanto,
O al pie de pardo castillo.

Como una ofrenda olvidada
En templo que se arruinó,
Y en la piedra cincelada
Que en su caída encontró,
La mece el viento colgada.

Con su retrato en la mente,
Con su nombre en el oído,
Vengo a prosternar mi frente
Ante el Dios omnipotente,
En la mansión del olvido.

¡Mi crimen acaso ven
Con turbios ojos inciertos,
Y me abominan los muertos,
Alzando la hedionda sien
De los sepulcros abiertos!

Cuando estas tumbas visito,
No es la nada en que nací,
No es un Dios lo que medito,
Es un nombre que está escrito
con fuego dentro de mí.

¡Perdón! ¡No escuches, Dios mío,
Mi terrenal pensamiento!
¡Deja que se pierda impío
Como el murmullo de un río
Entre los pliegues del viento!




TARDE DE OTOÑO

Ya viene el revuelto otoño
Recogiendo frasco y flores;
Pasó el sol con sus calores,
Y alumbra al fin otro sol;
Pasaron las alboradas
Deliciosas de la aurora,
Que el horizonte colora
De purpurino arrebol.

Pasaron las noches claras
De la luna y los jardines;
Las noches de los festines
Tras el otoño vendrán.
Pasó el tiempo de las citas
A deshora entre las rejas,
Los cuidados de las viejas,
De las niñas el afán.

Pasaron las serenatas
Debajo de los balcones,
Las rondas y las canciones
Del mancebo emprendedor.
Todo es ya triste: la tierra
Pierde su brillante aliño,
Y el amor, que es pobre y niño,
Alivio busca al calor.

Mas si se envuelve la noche
Entre su sombra importuna,
Si pierde su blanca luna
Y sus horas de placer;
Si pierde la fresca aurora
Sus aromas y sus flores,
Sus nubes de cien colores,
Su aureola de rosicler;

Le queda en cambio a la tarde
Todo el encanto del día,
Y henchida de su armonía
Sale el sol a despedir.
Bella es la tarde que baja
Por el rosado Occidente,
Y se apaga lentamente
Para volver a lucir.

Es púrpura el horizonte,
Y el firmamento una hoguera,
Es oro la ancha pradera,
La ciudad, el río, el monte.

Rey de los astros, el sol,
Del regio trono al bajar,
Su pompa querrá ostentar
En su manto de arrebol.

Por eso suspenso está
De su reino a la salida,
Jurando a su despedida
Que mañana volverá.

Banda de nubes de grana,
Que con sus reflejos tiñe,
Flotando en torno le ciñe
Como turba cortesana.

Ráfagas mil que se cruzan,
Filigrana de la tarde,
El sol que a su espalda arde
En colores desmenuzan.

Y al hundirse en Occidente
Partida en muchas la llama,
Por el cielo se derrama
Fosfórica y transparente.

Es la postrera sonrisa
Del bello día que acaba,
Que de esa luz arrancaba
Su fresca ondulante brisa.

La fresca brisa que asoma
Por sobre la roca calva,
Remedio de la del alba
En frescura y en aroma.

A su venida, tardías
Cierran su cáliz las flores,
Y trinan los ruiseñores
Sus postreras armonías.

Se les va buscar la sombra
Entre las desnudas ramas,
Porque sus hojas de escamas
Sirven al suelo, o de alfombra.

Que ya el inconstante viento
Del otoño que aparece,
En los árboles se mece
Con brusco sacudimiento.

Flor, pronto inútil y sola,
En vez de la que él deshizo,
Orlará el campo pajiza
La purpurina amapola.

Brezos y arbustos impuros
De la montaña en la falda,
Vestirán su áspera espalda
Con sus matices obscuros.

Grupos de nubes perdidos
Como fantasmas deformes,
Traen en sus pliegues enormes
Vientos de invierno escondidos.

El árbol en largas hebras
Hiende sus cortezas vanas,
Y anuncian lluvias lejanas
Las rastras de las culebras.

Da el cuervo al aire su vuelo,
Graznidos a su garganta;
Rey del viento, se levanta
Entre la tierra y el cielo.

Se oye de algunas palomas
Perdido el último arrullo,
De alguna fuente el murmullo
Que entre los juncos asoma.

Queda el mundo en soledad;
Y en el aire alzan su imperio
Da las sombras el misterio,
Y el humo de la ciudad.




ROMANCE: LA NOCHE NO TIENE RUIDO

La noche no tiene ruido,
En la sombra no hay color,
No hay en los viejos cuidado,
Las dueñas no tienen voz;
Pero cuando todos duermen
Estamos velando dos:
Ella, en la reja sentada,
Y al pie de la reja, yo.

Mis ojos no ven sus ojos,
No ven su tez transparente,
No ven su rosada frente
Ni su sonrisa de amor;
No ven el rubor de virgen
Que sus mejillas colora;
Tiene quince años ahora…,
Las niñas tienen rubor.

No ven mis ojos avaros
Su casi desnuda espalda,
Ni entre la revuelta falda
Asomado el blanco pie:
Como en la orilla de un río,
Rompiendo la inquieta espuma,
Tender la flotante pluma
Nevado un cisne se ve.

Ni en su garganta y sus hombros
El alto pecho imagino,
Ni por su rostro adivino.
Del corazón la inquietud;
Y tiene la áspera reja
Centinela desvelado:
Delante el amor osado,
Detrás la frági1 virtud.

Mas ¡pese a la densa reja,
Pese a la noche sombría,
Ya tengo ¡paloma mía!
El alma bañada en ti!
Tengo mis labios de fuego
Sobre tus labios de rosa,
Y en tu pecho late, hermosa,
Un corazón para mí.

¡Adiós!, que por el Oriente
La luz importuna sube,
Y envuelto en húmeda nube
Las tinieblas rasga el sol,
Y para una niña en vela
Y el galán que la enamora,
Mucha luz tiene la aurora
En el brillante arrebol.

Vierte el alba en su sonrisa
Su armonía y su color,
Y se columpia la brisa
En el cáliz de la flor;
De rosa, lirio y claveles,
Robando el fragante olor,
Cuelga en los anchos laureles
Gemido murmurador.

Y gime la fresca fuente
Bajo el manto de cristal,
Y gime lánguidamente
La tórtola angelical;
Y enamorada paloma
Bebe la luz matinal,
Meciendo el aura de aroma
Con arrullo desigual.

En tanto el noble mancebo
El ancho jardín cruzó,
Murmurando por lo bajo
Enamorada canción.
«¡Oh! Vuelve, noche sin ruido,
Con tu sombra sin color,
Con tus viejos sin cuidado
Y cien tus dueñas sin voz;
Porque, cuando todos duerman,
Volvamos a velar dos:
Ella, en la reja sentada,
Y al pie de la reja, yo.»




LA PLEGARIA

Helos al pie de la cruz
En oración reverente;
La virtud brilla en su frente
Como la primera luz
Del sol que alumbra en Oriente.

Niños tal vez desvalidos
Que pasan desconocidos,
Con la inocencia en el alma,
Como en desiertos perdidos
Con sus racimos la palma.

Angeles acaso son
Que, el mundo sin conocer,
Llevan en el corazón
Una sublime oración
Y las virtudes de ayer.

Sus ojos ven solamente
A través del blanco velo
Que cerca el alma inocente,
Vida en la tierra inclemente,
Luz y armonía en el cielo.

Ven en el alba colores
Y en el llano hierba y flores,
Sombra, del valle en la hondura,
Y en el aire ruiseñores,
Y peñascos en la altura.

Para ellos, música el viento
Es, si las alas despliega,
Si en las secas hojas juega,
O entre las flores se pliega
Con lascivo movimiento.

Y son las flotantes ramas,
Del sol a las rojas llamas,
Del prado, verdes espumas,
De aérea serpiente, escamas,
De águila terrestre, plumas.

Y son los hombres hermanos,
Y oran por ellos contentos,
Hasta que los hombres vanos
Pongan, leones hambrientos,
En su inocencia las manos.

Sabe ella que es virgen bella,
Y él un ángel hechicero,
Porque no dudan él ni ella
Que ella es de virtud estrella,
Y él de inocencia lucero.

Mas ¡ay! que del pedestal
A la sombra cobijado,
Acaso un ojo carnal
Está en la virgen posado
Con una idea brutal.

Y sobre la tez de rosa
La lágrima de dolor
Que ella derrama piadosa,
El hombre la cree de amor,
Y llama al ángel ¡hermosa!

Que tal vez pintarse intenta
Aquella avara pupila,
De torpes formas sedienta,
Mil perfecciones que aumenta
En esa virgen tranquila.

Así incompletas y vanas
Las cosas del mundo son,
¡Que a turbar vienen livianas
Esa angélica oración
Con imágenes mundanas!

¿Por qué, pintor, ideaste
Una plegaria tan bella,
Si la cruz que levantaste,
Luego, pintor, la ultrajaste
Pintando al hombre tras ella?

¡No digas quién la creó!
culpa no arguya!
¡Que en ambos
Tú fuiste quien la pintó,
Mas la malicia no es tuya,
Que quien la escribe soy yo.




UN RECUERDO DE ARLANZA

Río Arlanza, si las fuentes
Que en Burgos te dan el ser
No cegaron sus corrientes,
Y aun en ti van a verter
Sus cristales transparentes;

Si tus ondas revoltosas
Entre arenas amarillas
Se deslizan bulliciosas,
Bañando las mismas rosas
Sobre las mismas orillas;

En verdad que en una altura
Hay un pardo torreón
Que pinta en el agua pura
Su descarnada figura
Como extraña aparición.

Acaso tú, río Arlanza,
No te acuerdes de su nombre,
Porque a ti no se te alcanza
Con cuánto afán compra el hombre
El placer de la esperanza.

Tú cruzas el campo ameno
Entre flores susurrando,
Y pasas libre y sereno
Del triste que queda ajeno
En la ribera llorando.

Tú río, que nunca amaste,
No guardas en la memoria
Los lugares que dejaste,
Que no te importa la historia
De los que una vez pasaste.

No sabes, sonoro río,
Lo que pesa un pensamiento,
No sabes cómo en el mío
Me atosiga y da tormento
Ese peñasco sombrío.

Pero ¿qué extraño que ignores
Su nombre y el de su gente,
Si sus escombros traidores
Desplomó sobre la frente
De sus caídos señores?

Si al tender por ese llano
Los perfiles de tus olas
Hallas un cerro cercano
Envuelto en tapiz liviano
De silvestres amapolas;

Donde tu corriente clara
Entre los juncos se pliega
Y en un remanso se para
Que de los restos se ampara
De Celada y de Pampliega;

Allí Arlanza, has de encontrar
Una torre en una altura;
Mírala ¡oh río! al pasar,
No te avergüence el andar
Arrastrando por la hondura.

Que sin foso y sin rastrillo
Verás sólo un torreón,
Solitario y amarillo,
Que ayer se llamó castillo
Y hoy el alto de Muñón.

Ya son presa del olvido
Sus blasones y baluartes;
Mírale, Arlanza, atrevido;
Sus gentes, cuando han huido,
Perdieron sus estandartes.

Mira ¡oh río! en caridad,
Si de ese fantasma al pie
Una afligida beldad
Llorando tal vez se ve
Su amor y su soledad.

Y si en tu margen desnuda
Las resbaladizas ondas
Contempla llorosa y muda,
Antes, río, la saluda
Que por la vega te escondas.

Y no la dejes ¡oh río!
Por respeto o por temor
De su doliente desvío;
El llanto que vierte es mío,
Que está llorando de amor.

¡Ay de la blanca azucena
Que sin lluvia bienhechora
Se agosta en la seca arena!
¡Ay de la niña que llora
Sobre las aguas su pena!

¡Ay de la angustiada hermosa
Por cuyos ojos deliro,
Por cuyos labios de rosa,
Por cuya risa amorosa
Enamorado suspiro!

¡Ay de la que piensa en mí
En la margen del Arlanza!...
¿Qué aguardas, hermosa, di,
Sin consuelo ni esperanza,
Tan acongojada aquí?

¿Por qué tas alegres horas
Vertiendo lágrimas pierdes
Sobre las ondas sonoras
Que cruzan murmuradoras
Por esas campiñas verdes?

Esas aguas, que hallan flores
En la ribera al pasar,
Por más que sobre ellas llores
Nunca tus cuitas de amores
Sabrán, niña, consolar.

Ni por más que tu amargura
En son de queja las cuentes
A la falda de esa altura,
Movidas de tu hermosura
Han de parar sus corrientes.

Porque ajenas de tu afán,
Por el valle resbalando
Indiferentes irán;
y nunca más volverán
Aunque tú quedes llorando.

Ni pienses que has de venir
A contarme el desconsuelo
En que te vieron gemir,
Que a darnos no alcanza el suelo
Más placer que el de morir.

El cielo nos dió pasiones,
Nos dió luz, vida y calor,
Pobló el alma de ilusiones,
Mas negó a los corazones
El consuelo en el dolor.

Tanta luz, tantos colores,
Tantas galas y primores,
Son mentira y oropel,
Que el mundo alfombra con flores
Los pantanos que hay en él.

Las flores se desvanecen
Y corrompidas no aroman,
Los ríos furiosos crecen,
Y torrentes se desploman
Sobre el prado que florecen.

Lo que ayer palacio fue,
Hoy vemos informe ruina
Por más que el grosero pie
Mirando su sombra esté
Sobre el agua cristalina.

De ese adusto monumento
Que levanta en el espacio
Su esqueleto ceniciento,
Demándale, niña, al viento
Si fue cárcel o palacio.

Demándale al claro río
Que baña el valle que habitas,
Qué hizo ayer el tiempo impío
Del feudo y del poderío
De esa peña en que meditas.

Pregúntale qué se hicieron
Los nobles de esa Castilla,
Los castillos que vivieron,
Los planteles que tuvieron
En su ribera amarilla.

Pregúntale qué misterio
Encubre esa cruz que riega,
Cual árbol de un cementerio,
Donde tuvo un monasterio
Para sus reyes Pampliega.

Pregunta si entre las rejas
De su bizantino muro
Oyó las amargas quejas
Del rey que en su templo obscuro
Lloró virtudes añejas.

Pregunta si oyó decir
Al monarca en su abandono
Que un puñal lo hizo subir
Los escalones del trono,
Y un vaso se le hizo huir.

Para escoger le llamaron
Entre morir o reinar;
Los que ayer le coronaron,
Su venia no demandaron
El tósigo a preparar.

¡Triste Wamba! Por mancilla
La púrpura te vistieron
Esos grandes de Castilla
Que tu sepulcro tendieron
A las puertas de esa villa.

¡Río Arlanza! ¡Río Arlanza,
Que el florido campo pules
Derramándote en holganza,
Tan frágil es mi esperanza
Como tus ondas azules!

¡Quién pudiera, río manso,
Resbalando indiferente
Hallar como tú descanso
Cuando apilas tu corriente
En escondido remanso!

Pues pasas murmurador
Bordando el campo de flores,
Arrulla, ¡Arlanza!, el dolor
De esa niña sin amores
Que está llorando de amor.

Dila, Arlanza, que ha mentido
Quien encontró a mis cantares
El placer que no he sentido,
Que en ello gozo he fingido
Por adormir mis pesares.

Dila que si suelto al viento
Al compás del arpa loca
Alegre y báquico acento,
Es que cierro a mi tormento
Los caminos de mi boca.

¡Río Arlanza! ¡Río Arlanza,
Que el florido campo pules
Derramándote en holganza,
Dila que está mi esperanza
Cabe tus ondas azules!




SOLEDAD DEL CAMPO

¡Salve, fértil campiña y prado ameno,
Crespo collado, y valle, y soto umbrío,
Donde de cuitas e inquietud ajeno,
Libre vagaba el pensamiento mío!

¡Salve, y las leves auras te murmuren,
Y el sol te dé riquísimos colores,
Y abundosas las lluvias, te aseguren
Tu cosecha de espigas y de flores!

¿Quién me diera ¡ay de mí! tu sombra oscura,
Donde tornara al que perdí reposo?
¿Quién me tornara ¡oh soto! a la frescura
De tu arbolado suelo tan frondoso?

¿Quién me diera el pacífico murmullo
De tus olmos mecidos mansamente,
De tus palomas el sentido arrullo,
Y el grato son de tu escondida fuente?

Cuando en tu blanda hierba recostado,
Lejos de los impúdicos festines,
En apacible trino regalado
Me adormían los sueltos colorines.

Y yo les vía en las latientes plumas
Sostenerse, y picar la espesa grama,
Y turbar del remanso las espumas,
Y en el árbol saltar de rama en rama.

¡Ay, cuánto habrán los afanosos días
Hollado tanta gala y donosura!
¡Cuántas tormentas, al pasar bravías,
Habrán roto tan frágil hermosura!

¡Cuán mal sonara ya mi voz mundana
Bajo ese techo de hojas campesino,
Sobre esa alfombra espléndida y liviana
Que reverdece arroyo cristalino!

¡Ah! ¡Lejos ya de mí tan torpe empeño!
Apagaré el compás del arpa loca,
Y de tus aves el sabroso sueño
No turbarán los himnos de mi boca.

¡Contento quedaré con saludarte,
Con ver de lejos tu silvestre pompa!…
Tal vez ¡oh fresco soto! al contemplarte,
En lágrimas de amor cansado rompa.

¡Que nada son los fáciles laureles
Con que el mundo nos brinda lisonjero,
Si al prestarnos su manto de oropeles
Rasga y desnuda el corazón primero!

Cuando seguí, desatentado y loco,
Del mundano placer las torpes huellas,
Aprendí que el placer vale bien poco…
Siempre al pisarlas resbalaba en ellas.

Y siempre, cuando en orgía estrepitosa
La perfumada copa levantaba,
Al apartarla de la faz jugosa,
En el vaso una lágrima encontraba.

Y siempre el son de la caliente fiesta,
Las canciones, la báquica armonía,
Me hacía apetecer la blanda siesta
Y el rumor de los olmos me traía.

Y siempre en su cantar la cortesana,
Y siempre en su tañer la danza impura,
Me acordaba la música villana
Con que la amena soledad murmura.

Que allí la hermosa con mentidas flores
La sien tocaba y el desnudo cuello,
Sin pedir a sus cálices olores
Con que aromar las hebras del caballo.

Que allí los ruiseñores, suspendidos
Entre grillos y cárceles de oro,
Con el ronco tumulto ensordecidos
No soltaban el cántico sonoro.

Y el aire que aspirábamos pesado,
Nos abrasaba al aspirarle el pecho,
Y el inmenso salón entapizado
Érale al corazón pobre y estrecho.

Y allí también cansado, suspiraba
¡Oh deleitable soledad campestre!
Por el sosiego y paz que en ti gozaba
Bajo tu tosco pabellón silvestre.

¡Oh, que me place, soledad sabrosa,
Del fresco soto y del sombrío ameno,
La tibia luz y el aura bulliciosa
Que alumbra y riza tu enramado seno!

Allí miraba mi infantil pupila
En el fondo de lóbrega laguna,
Cuál resbalaba en ilusión tranquila,
La turbia imagen de la blanca luna.

Allí crecían las sonantes cañas,
La verde juncia y la amistosa hiedra,
Do tejen campesinas las arañas
Su estrecha red entre horadada piedra.

Allí venía el silbador mosquito,
Y en tanto que en los hilos se enredaba
Acechábale oculta, de hito en hito,
La cazadora ruin que lo esperaba.

Allí vía, constante en su fatiga,
Ir y venir por la vereda usada
A lentos pasos la afanosa hormiga
Con la futura provisión cargada.

Y allí en la rama que la noche fría
Con niebla moja y con el aura enjuga,
Yo al sol del alba columpiarse vía
En baba frágil la vellosa oruga.

Y allí también, sin fueros de jardines,
Vía huertos con parras entoldados,
Do había pabellones de jazmines
De las paredes ásperas colgados.

Y allí brotaban escondidas violas,
Lirios azules, rosas purpurinas,
Jacintos y sangrientas amapolas,
Madreselva y fragantes clavellinas.

Y sus líquidas trenzas derramando,
Cruzábale un arroyo, y amarillas,
El césped de la margen salpicando,
Mil vistosas le orlaban florecillas.

Y allí andaba la suelta mariposa,
Libre de flor en flor volando ufana,
Su librea ostentando revoltosa,
De oro y de azul, de púrpura y de grana,

Ya posaba en los altos mirabeles,
Ya esquivaba al pasar las otras flores,
Avergonzando lirios y claveles
Sus puros y magníficos colores.

Y arrastrando su alcázar en la espalda,
El perezoso caracol salía
Del fresco surco a la pintada falda
A bañarse en el sol de mediodía.

Y sobre alguna fácil eminencia
Extendiendo su cuerpo transparente,
Tornaba a bendecir la omnipotencia,
Los elásticos ojos al Oriente.

Y allí zumbando la oficiosa abeja
Entre los frutos del jardín opimos,
La blanca miel que en sus panales deja
Chupaba en los espléndidos racimos.

¡Oh silencio! ¡Oh pacífica ventura!
¡Oh soledad del campo deleitosa!
En ti, de la inquietud de su locura,
El fatigado corazón reposa.

¿Quién me tornara a la enramada umbría
Donde ecos tuvo mi cantar primero?
¡Acaso alegre el arpa sonaría
Al blando son del céfiro ligero!

Mas ¡ay! que acaso en apartados climas,
Por la importuna suerte arrebatado,
He de cantar en lamentosas rimas
La patria soledad que habré dejado.

¡Adiós, entonces, venturoso suelo
Donde libre nací, pero desnudo;
Cúbrate en paz el compasivo cielo,
En tanto que de lejos te saludo!

¡Salve, fértil colina y prado ameno,
Crespo collado, y valle, y soto umbrío,
Donde de cuitas e inquietud ajeno,
Libre vagaba el pensamiento mío!

¡Salve, y las leves auras te murmuren,
Y el sol te dé riquísimos colores,
Y abundosas las lluvias, te aseguren
Tu cosecha de espigas y de flores!




CÓLMAME, JUANA, EL CINCELADO VASO

Cólmame, Juana, el cincelado vaso
Hasta que por los bordes se derrame,
Y un vaso inmenso y corpulento dame
Que el supremo licor no encierre escaso.

Deja que afuera, por siniestro caso,
En son medroso la tormenta brame,
Y el peregrino a nuestra puerta llame,
Treguas cediendo al fatigado paso.

Deja que espere, o desespere, o pase;
Deja que el recio vendaval, sin tino,
Con rauda inundación tale o arrase;

Que si viaja con agua el peregrino,
A mí, con tu perdón, cambiando frase,
No me acomoda caminar sin vino.




EN UN ÁLBUM

No sé si por el valle de la vida
Cruzaré, fatigado peregrino,
Acabando cual flor que consumida,
Se seca entre los brezos de un camino.

No sé si en pos de inspiración ardiente,
Rico y sediento el corazón de gloria,
Lo cruzaré cual rápido torrente,
Rastro dejando de inmortal memoria.

Mas ya ruede cual hoja que arrebata
Sonante y revoltoso torbellino,
Ya baje como excelsa catarata,
Ufano con mi espléndido destino,

Cuando al borde de tumba solitaria
Desparrame mis pobres pensamientos,
De mustias flores muchedumbre varia,
Secas entre mis últimos alientos,

Fiad, señora, que en tan triste lecho,
Siempre leal y generoso amigo,
Al ocupar mi cabezal estrecho,
Vuestra memoria dormirá conmigo.




MISTERIO

A mi amigo D. Antonio García Gutiérrez.

¡Ay! Aparta, falaz pensamiento,
Que eterno en el alma bulléndome estás,
Falsa luz que al impulso del viento,
En vez de guiarme perdiéndome vas.

Tras de ti por las sombras camino,
Ni noche ni día descanso tras ti;
Es seguirte tal vez mi destino,
Y acaso es el tuyo guardarte de mí.

Misteriosa visión de mi vida,
Más vaga que el caos en forma y color,
Te comprendo en mí mismo perdida,
Cual sueño penoso, cual sombra de amor.

Ya tu blanda amorosa sonrisa
Me presta esperanza, me aviva la fe;
Cual flor eres que aroma la brisa
Y en seco desierto olvidada se ve

Ya tu imagen sombría y medrosa
Me ciega y me arrastra en su curso veloz,
Como nube que rueda espantosa
En brazos del viento al compás de su voz.

Ya cual ángel de paz te contemplo,
Y ya cual fantasma sangrienta y tenaz;
En el valle, en la roca, en el templo,
Te alcanzo a lo lejos hermosa y fugaz.

Por doquiera te encuentran mis ojos;
No miro ni tengo más rumbo doquier,
Ya te muestres preñada de enojos,
Fantasma enemiga o risueña mujer.

Yo no sé de tu esencia el misterio,
Tu nombre y tu vago destino no sé,
Ni cuál es tu ignorado hemisferio,
Ni adónde perdido siguiéndote irá.

Mas no encuentro otro fin a mi vida,
Más paz, ni reposo, ni gloria que tú,
Que en el cóncavo espacio perdida,
Tu alcázar es su ancho dosel de tisú.

Por su rica región las estrellas
A veces brillante camino te dan,
Y otras veces tus místicas huellas
Por mares de sombras perdiéndose van.

Una brisa en las ramas sonando,
Que dice tu nombre imagino tal vez,
Y un relámpago raudo pasando,
Tu forma me muestra en fatal rapidez.

Yo, postrado al mirarte de hinojos,
Doquier que apareces levanto un altar,
Y arrasados en llanto los ojos,
Tal vez insensato te voy a adorar.

Mas al ir a empezar mi conjuro,
Mi torpe blasfemia o mi casta oración,
El Oriente en su cóncavo impuro.
Me sorbe irritado mi blanca visión.

Y tu imagen me queda en la mente
Informe, insensible, cual bulto sin luz
Que se crea el temor de un demente,
De lóbrega noche entre el negro capuz.

Sueño, estrella o espectro, ¿quién eres?
¿Qué buscas, fantasma, qué quieres de mí?
¿No hay sin ti ni dolor ni placeres?
¿No hay lecho, ni tumba, ni mundo sin ti?

¿No hay un hueco do esconda mi frente?
¿No hay venda que pueda mis ojos cegar?
¿No hay beleño que aduerma mi mente,
Que hierve encerrada de sombra en un mar?…

¡Oh! Si gozas de voz y de vida,
Si tienes un cuerpo palpable y real,
Deja al menos, fantasma querida,
Que goce un instante tu vista inmortal.

Dame al menos un sí de esperanza,
Alguna sonrisa, fugaz serafín,
Con que espere algún día bonanza
El golfo del alma que bulle sin fin.

Mas si es sólo ilusión peregrina
Que el ánima ardiente soñando creó,
¡Ay! deshaz esa sombra divina
Que viene conmigo doquier que voy yo.

Sí, deshazla, que en vano la miro
En torno a mis ojos errante vagar,
Si cual débil y triste suspiro
Se pierde en los vientos al irla a abrazar.

Sí, deshazla, que torpe mi mano,
Su mano en la sombra jamás encontró,
Ni el más flébil lamento liviano,
Avaro en mi oído su labio posó.

Muere al fin, ¡oh visión de mi vida!
Más vaga que el caos en forma o color,
A quien siento en mí mismo perdida,
Cual sueño penoso, cual sombra de amor.

Mas ¿qué fuera del triste peregrino
Que cruzando sediento el arenal
No encontrara jamás en su camino
Mansa sombra ni fresco manantial?

De esta vida en la noche tormentosa,
¿Qué rumbo ni qué término seguir?
Sin tu vaga presencia misteriosa,
Sin tu blanca ilusión, ¿cómo vivir?

Abriéranse mis ojos a mirarte,
Mis oídos tus pasos a escuchar,
Y al fin, desesperados de encontrarte,
Tornáranse en tinieblas a cerrar.

Despertara en la noche solitaria
De tus palabras al fingido son,
Y sólo respondiera a mi plegaria
El latido del triste corazón.

¡Sombra querida, sin cesar conmigo
Mis lentas horas hechizando ven,
Y el desierto arenal será contigo,
Huerto frondoso y perfumado Edén!

No expires, misterioso pensamiento
Que dentro oculto de mi mente vas,
Aunque no alcance el corazón sediento
Tu tanta esencia a comprender jamás.

No sepa nunca tu verdad dudosa;
Vélame, si lo quieres, tu razón;
Disípate a lo lejos vagarosa,
Mas sé siempre mi cándida ilusión.

Al fin sabré que junto a ti respiro,
Que estás velando junto a mí sabré,
Y que aun brilla oscilando en lento giro
La consumida antorcha de mi fe.

¿Qué me importa tu esencia ni tu nombre,
Genio hermoso, o quimérica ilusión,
Si en esta soledad, cárcel del hombre,
Dentro de ti te guarda el corazón?

¿Qué me importa jamás saber quién eres,
Astro de cuya luz gozando voy,
Término de mi afán y mis placeres,
Dios que sin fin idolatrando estoy?

Quienquier que seas, vano pensamiento,
Mujer hermosa que soñando vi,
O recuerdo o tenaz remordimiento,
Ni un solo instante viviré sin ti.

Si eres recuerdo endulzarás mi vida,
Si eres remordimiento te ahogaré,
Si eres visión te seguiré perdida,
Si eres una mujer yo te amaré.




A LA LUNA

Bendita mil veces la luz desmayada
Que avaro te presta magnífico el sol;
Bendita mil veces ¡oh luna callada!
Tu luz, que no enturbia dudoso arrebol.

En buen hora vengas, viajera nocturna,
Que el mundo en silencio visitando vas,
Esposa que viene constante a la urna
Que guarda los restos del bien que amó más.

En buen hora vengas, amante Lucina,
En pos de tu bello dormido Endimión,
Celosa asomando la faz argentina
Por ese estrellado y azul pabellón.

¡Oh! Miente quien dice que velas traidora
Cubriendo del crimen el réprobo afán,
Que aguardan inquietos tu luz bienhechora
Los que al sol fraguando delitos están.

No, no eres ¡oh, luna! la lámpara opaca
Que trémula vierte siniestra su luz
En bóveda impura do nunca se aplaca
El alma a quien prensa su losa y su cruz.

No, no eres la tea que alumbra maldita
Las manchas de sangre de regio panteón,
A cuyos reflejos soñando se agita,
Aun de ella sedienta, rabiosa visión.

No, no eres la hoguera del gran cementerio
Que guarda el del mando secreto final,
Que en esa morada de sangre y misterio
Sus ráfagas tiende la luz infernal.

No vienen contigo las voces medrosas
Que hierven y turban la sombra doquier,
No vienen contigo las nieblas odiosas
Que doblan el ruido y nos roban el ver.

No vienen contigo los vagos ensueños
Que acosan y hieren el ruin corazón,
Las torvas fantasmas de tétricos ceños
Que cruzan los aires en pos del turbión.

Tú vienes tranquila, fugaz, solitaria,
Cual blanca creencia de casta niñez,
Cual ángel que espía la triste plegaria
Que eleva al empíreo llorosa viudez.

Tú cruzas el limpio y azul firmamento,
Fanal de consuelo, de paz y de amor,
En alas de suave balsámico viento
Que arruga las aguas y mece la flor.

Y vienen contigo los sueños de plata,
Las lindas quimeras de antiguo placer,
Las sombras queridas que alegre retrata
La mente, olvidada del duelo de ayer.

Y vienen contigo las mágicas citas,
Los besos que expiran del labio al salir,
Las bellas historias de efímeras cuitas
Dichas a una reja que temen abrir.

Y vienen contigo los himnos errantes,
La seña embozada con una canción
Que, atrae a los ojos osados y amantes
Un rostro que aguarda la seña a un balcón.

Y vienen contigo las dulces memorias,
La audaz esperanza, la gloria inmortal,
Fantásticas luces que van ilusorias
Al soplo expirando de ráfaga real.

¡Ah, todo es consuelo, regalo y ventura,
Fanal misterioso delante de ti!
Suspiran las fuentes, el río murmura,
Aquí te gorjean, te arrullan allí.

Los juncos se mecen, los árboles suenan,
El bosque se puebla de sombras de paz,
Y el aire sonidos dulcísimos llenan
Que lleva invisible la brisa fugaz.

¡Luna! Cuántas veces tu luz ha alumbrado
Mi larga vigilia, mi breve ilusión;
¡Luna! Cuántas veces con ella ha sonado,
Perdida en el viento mi triste canción.

Y aún cuantas veces allá todavía
En playas remotas tal vez sonará.
Entonces ¡oh luna! la cítara mía
¿Qué oído en sus ayes o risas tendrá?

Tal vez entre el recio menudo ramaje
Que ciñe del ancho desierto el lindal,
Responda a mis voces un ave salvaje
Huyendo a lo largo del seco arenal.

Tal vez a la orilla del mar tempestuoso
Tu pálida imagen por él seguiré;
Tal vez con las ondas del mar proceloso
Mis lágrimas turbias mezclarse veré.

Y acaso mis ojos, del agua que broten
Por entre el ardiente confuso cristal,
Verán, sin que nunca sus fuentes se agoten,
Huir por los cielos tu errante fanal.

¡Luna! Si esa noche de angustia llegara,
Si huyera esquivando mi pueblo español,
¡Luna, más valiera que el sol te prestara
Un rayo que apague mi gloria y mi sol!

Mas no, clara y celeste peregrina,
Luz de los bosques, de los tristes luz,
A cuyos rayos el amor camina
E invoca al justo que murió en la cruz.

No, blanca reina de la turbia noche,
Amiga del cantar del trovador,
Tú que refrescas el modesto broche
Que a tu luz pliega la silvestre flor;

Tú me darás magníficos cantares,
Grandes como tu Dios y como tú,
Como esos que, del cielo luminares,
Orlan los pabellones de tisú.

Tú inspirarás a mi sonante lira
El fuego del profeta que lloró
El peligro de Pérgamo y Thyatira,
La rebelde impiedad de Jericó.

Tibia, modesta, fugitiva luna,
Cuya rápida y trémula ilusión
Pinta el mar y el arroyo y la laguna
En vistosa y flotante aparición;

De cuya imagen en redor tranquila,
Allá en bosques de conchas y coral,
De errantes peces multitud se apila
Que te besan tu imagen de cristal;

Tú, a quien un ángel invisible guía
Y millares de estrellas van en pos,
Tú me darás palabras de armonía
Con que cantar la gloria de tu Dios.

Lejos de mí los velos de esa Diana
Que del bosque en la obscura soledad,
En brazos de un mortal busca profana
Misterios de placer y liviandad.

Lejos de mí los cánticos impuros
De ese bello y perdido cazador
Que los valles audaz cerró seguros
Con barreras de fábulas de amor..

Yo te adoro, magnífica lumbrera,
Tan sólo por tu tibia brillantez,
Y no veo en tu espléndida carrera
Más que la mano del eterno Juez.

Surca ¡oh Luna! esos techos de topacio
Que él te señala por camino a ti,
Mientras que preso en reducido espacio,
Su voz espero cuando venga a mí.

A mí, que ingrato y prófugo poeta,
Creo en el Dios a cuyo soplo fue
Cuanto en la tierra y en la mar vegeta,
Cuanto no he visto ni jamás veré.

¡Ah! Cuando el mundo en su erial desierto
Me dé un lecho de tierra en que dormir,
Y vayan, presa del destino incierto,
Conmigo mis cantares a morir,

¡Oh Luna! si en mi túmulo no brilla
De humana gloria la extinguida luz,
Cuelga al menos tu lámpara amarilla
Sobre su rota y olvidada cruz.




A ESPAÑA ARTÍSTICA

¡Torpe, mezquina y miserable España,
Cuyo suelo, alfombrado de memorias,
Se va sorbiendo de sus propias glorias
Lo poco que ha de cada ilustre hazaña:

Traidor y amigo sin pudor te engaña,
Se compran tus tesoros con escorias,
Tus monumentos ¡ay! y tus historias,
Vendidos llevan a la tierra extraña.

¡Maldita seas, patria de valientes,
Que por premio te das a quien más pueda
Por no mover los brazos indolentes!

¡Sí, venid ¡voto a Dios! por lo que queda,
Extranjeros rapaces, que insolentes
Habéis hecho de España una almoneda!




¡ALLAH AKBAR!

Noche azul ciñe la ierra:
ilumina el firmamento
blanca luna: manso viento
mece el bosque en lento son,
y las torres de la Alhambra
que a sus copas sobrepujan,
en los pliegues se dibujan
de su verde pabellón.

En los fértiles collados
extendida está Granada,
que respira embalsamada
los perfumes del abril
adorada de las aves
favorita de las flores,
adormida en los amores,
y en poder de Boabdil.

Todo en torno en paz reposa:
solamente allá en la hondura
se oye el Darro que murmura
entre guijos al pasar;
y al murmullode sus ondas,
desvelada entre la amena
soledad, a Filomena
amorosa gorjear.

Todo yace en sueño y sombra,
a la luz de las estrellas:
sólo lucha con la de ellas
la que alumbra un ajimez
de la torre de los Picos,
y a través de cuya espesa
celosía, brilla presa
su rojiza brillantez.

¿Quién allí tan a deshora
en aquella torre vela,
mientras guarda un centinela
su almenado murallón?
¿Quién allí por dicha o duelo
el reposo dulce esquiva?
¡Alláh akbár! es la cautiva
que perdió su corazón.

Garza joven, sorprendida
en las lomas de Antequera
al tender la vez primera
tiernas alas hacia el sol,
no ha podido libre al viento
al cruzar verde paisaje,
ostentar de su plumaje
el brillante tornasol.

Blanco lirio, que entre nieve
cosiguió brotar apenas
transplantado a las amenas
praderías del Genil,
en sus cármenes fecundos
con su riego nutritivo,
perfumado, fresco altivo,
desplegó su flor gentil.

Pobre niña, entrada apenas
en sus quince abriles bellos,
sin saber apreciar de ellos
la belleza ni el valor,
fué en el campo cautivada
por un noble Abencerraje
y ofrecida en homenaje
por traición a su señor.

Acusaron de ocultarla
los Gomeles a su dueño;
mostró el rey en verla empeño,
y mandósela entregar.
«¡Allá akbár! (dijo llorando
el amante Abencerraje),
¡no pensé cuando la traje
que me la iban a robar!

Arranquéle con mi lanza
del harén del castellan;
no es esclava a quien mi mano
y mi nombre voy a dar;
mas si el rey contra justicia,
y a la fuerza me la toma,
él dé cuentas a Mahoma
de su crimen. ¡Alláh akbár!»

Los Gomeles la llevaron
ante el rey: amóla al verla
y en su harén quiso tenerla
el injusto Boabdil.
Mas en vano; la cautiva
guarda firme allá en su pecho
el santuario que tiene hecho
para el árabe gentil.

Y en la torre de los Picos
do el tirano la encarcela,
por la noche vive en vela,
e ilumina su ajimez,
porque sabe que del Darro
en la margen a tal ora
la contempla quien la adora,
quien la hará libre tal vez.

Y los nobles granadinos
que lamentan este ultraje,
y del buen Abencerraje
ven la pena y la razón,
dicen, viendo en la alta torre
mantenerse la luz viva:
«¡Alláh akbár!, es la cautiva
que le dió su corazón.»




A TERESA

Hanme dicho que dices
que te holgarías
escuchando, Teresa,
canciones mías.
Si tal has dicho
¡bien hayan los antojos
de tal capricho!

Al desear mis versos
tal vez ignoras
que son rumor de brisas
murmuradoras:
pues hay quien prueba
que mis versos son ruido
que el aire lleva.

Mas si el eco te halaga
de mis canciones,
abre las celosías
de tus balcones;
abre, y el viento
llevará mis cantares
a tu aposento.

Sólo al aire mi canto
fiarse pued.
¡Quiera Dios que en aire
no se me quede,
y qu lo sones
de mi voz no se estrellen
en tus balcones!

Te le envío de noche,
porque en el sueño
te parezca mi canto
más halagüeño.
Su poesía
la noche misteriosa
dará a la mía.

Llegará a ti en la sombra
mi cantilena
al son de los gorjeos
de Filomena:
y mis primores
suplirán con sus trinos
los ruiseñores.

Porque arome las notas
del canto mío,
con el aura de mayo
te las envío:
y mensajera
será así de mis versos
la primavera.

Anhelara, Teresa,
mi ambición loca
que aplaudiera mis versos
tu dulce boca:
mas van perdidos,
y felices si llegan
a tus oídos.

De noche te los canto;
si dante enojos
no lo verán al menos
mis propios ojos:
y tu desaire
con mi cántico inútil
llevará el aire.

Al enviarte estas rimas
menesterosas
bien quisiera que fuesen
perlas o rosas,
aunque concibo
que en tu labio sean perlas
las que te escribo.

El aliento que exhala
tu linda boca,
trueca en flores la esencia
de cuanto toca:
por eso fío
en que se tornen flores
las que te envío.




A MI MUJER

¿Qué sin ti fuera de la vida mía
la enojosa y larguísima carrera?
¿Sin ti, de mi pesar y mi alegría
compartidora siempre y compañera?
¿Qué ha sido sin tu amor, ni qué sería
mi existencia pasada y venidera,
sin ti, mitad de mi alma, esencia pura
que derrama el consuelo en mi amargura?

Oye, Matilde mía. Tu cariño
santo, tranquilo, indisoluble, tierno,
me es necesario al alma como al niño
la leche maternal; vive en lo interno
del corazón sin falsedad ni aliño,
dominador, inextinguible, eterno,
solo como señor, en su palacio
ocupando tenaz todo su espacio.

En el bien y en el mal, en la distancia,
lo mismo que en tu dulce compañía,
tu amor, flor de suavísima fragancia,
embriaga con su aroma el alma mía.
Del corazón humano la inconstancia
en vano por ahogarle pugnaría:
y si tal vez contra tu amor batalla
siempre vence tu amor y le avasalla,

No hay para mí imposible si lo pide
tu amor; no hay bien por él que no abandone:
no hay ofensa por ti que yo no olvide,
no hay injuria por ti que no perdone:
no hallo placer como en tu amor no anide,
ni amor concibo si a tu amor se opone:
más quiero vivir solo en tu memoria
que henchir el mundo de brillante gloria.

 

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